Con una claridad crítica y una redacción lúcida, Philip K. Dick (Chicago, 1928) se ubica una vez más dentro del género de ciencia ficción introduciendo un mundo devastado por una Guerra Mundial Terminal. Una lluvia de polvo radiactiva afecta a los habitantes, cuya mayor parte se ha sumado al programa de colonización de Marte con el incentivo de recibir un androide para servirles. Con un abordaje distinto de la vida artificial, el argumento de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) es un pretexto para plantear problemáticas filosófico-existenciales que no escapan al mundo de hoy.
La creación de estas nuevas formas de existencia permite poner en cuestionamiento límites que en un principio podrían parecer establecidos, pero que el itinerario del protagonista, Rick Deckard, va revelando cada vez más difusos. Alrededor de este factor gira con maestría la sensibilización de la trama, donde puntos multifocales interpelan lector. Lo que el protagonista va encontrando en este camino cambia su manera de ver el mundo y de valorar a la vida artificial que debe exterminar en la medida en que los avances tecnológicos tornan casi indiferenciables a los androides de los humanos. Se erige entonces, por detrás de la ciencia ficción, una teoría sobre las emociones humanas. ¿Define al humano la capacidad de emocionarse? ¿Es más humano un androide si se fuga de una situación servil, en un lugar inhóspito, para tratar de desaparecer en el mundo vulgar de la gente común?
El autor reflexiona sobre el tema de la identidad en varias instancias del libro, sobre qué constituye realmente la existencia y también sobre cuál es la existencia que vale realmente ser vivida. La congruencia entre las propias creencias y los valores parecen ser necesarias para constituir una identidad saludable, en paz consigo misma, siempre sabiendo que los encuentros con los demás tienen la facultad de cambiar radicalmente las identidades y de confundirlas hasta corromperlas.
Las descripciones del esquema del mundo creado son pocas, aunque más detalladas que las de los personajes en sí. Ellos son en función de ese mundo, de cómo actúan en él y de cuál es el impacto que reciben. Por ello, un buen y predominante uso de los diálogos irrumpe desde casi el comienzo del relato para acompañarlo firmemente a lo largo de toda la novela. De suma verosimilitud, se integran con los detalles necesarios para que el lector pueda hacerse una idea cabal del mundo a pesar de las exiguas descripciones. Así, la lectura se vuelve muy dinámica, y esa ligereza contrasta con la profundidad de los canales de reflexión que articula la trama. A pesar de ser una novela corta y de lectura veloz, la reflexión perdurará más allá de esa instancia. De hecho, la construcción de la trama se da en un día especialmente intenso para el protagonista, al fin del cual se completa su proceso de transformación interno de manera circular. Las características del género policial que se introducen con el trabajo de Rick y las descripciones arquetípicas que lo acompañan ─así como la dinámica e incluso cierto cinismo propio del medio─ ayudan a darle al relato cierta estructura que intensificará el cierre del texto.
Novela de conciencia social, el autor se avoca a retratar la discriminación en varias de sus fases. Aparece en base al coeficiente intelectual, la clase social y también la salud mental, retratando a la perfección la dinámica de los trastornos en el estado de ánimo producto de una sociedad insípida. Incursiona incluso en la vitalidad ecológica, donde la vida animal adquiere el precio del tiempo del trabajo y la admiración social hacia quien la posee y la mantiene. ¿Sueñan los androides...? nos muestra una realidad mundial desde 1968 totalmente actualizada al día de hoy. Cuando la posibilidad de que aniquilemos a la gran mayoría de las especies en este planeta pasa a convertirse cada vez más en una realidad tangible, este libro nos invita a la reflexión de nuestras propias acciones incluso sin ser éste el foco central del libro. La empatía, a la que se alude constantemente a lo largo de la obra, es una capacidad que no pueden poner todos en ejercicio, ni humanos ni androides. ¿Hasta qué punto nos diferenciamos de la tecnología que nosotros mismos inventamos, qué poder tiene para ayudarnos y cuál otro para destruirnos? ¿Es funcional, en definitiva, para construir un mundo mejor?
En cierto punto, Philip Dick parece negarlo, porque la humanidad que describe está en decadencia, sin límite para la degradación. La ruina del ambiente es protagónica y acompaña el panorama de estos seres humanos que dependen de una maquinaria para lograr ─tan sólo─ la ilusión de fundirse con sus semejantes. De esta manera, los recursos tecnológicos ayudan a invisibilizar las demandas emocionales reales y cabe preguntarse hasta qué punto la ficción supera a la realidad. Sin embargo, la forma en que los diálogos se articulan para acercarnos a los personajes nos invita a evaluar la obra de manera esperanzadora. Cada uno a su manera, incluyendo a los androides, tiene en sus mejores momentos un comportamiento "humano". E interpretando a esta palabra en su mejor acepción, podemos mantener firme nuestra esperanza.
7 de febrero, 2021
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Philip K. Dick
Traducción de Miguel Antón
Minotauro, 2020
288 págs.