Antes, nos dice Fran Lebowitz (Nueva Jersey, 1950), Nueva York estaba atiborrada de diarios: pasajeros leyéndolos en el metro y kioscos los exhibían en sus paneles; de alguna manera, empapelaban la ciudad, incluso como basura, tirados en la calle, en la vereda, en las alcantarillas; antes, los taxistas ganaban bien, y se conocían de memoria el mapa de Nueva York, aunque, dato no menor, estaban desquiciados; antes, los pediatras daban golosinas a lxs niñxs, cosa que hoy les valdría el vituperio. En el desfasaje entre ese pasado y el presente, entre la infancia de Lebowitz en los 50 y el comienzo de su actividad profesional a fines de los 70, por un lado, y la coyuntura virtual y egomaníaca de la actualidad por otro, se concentra parte de la queja crónica que hace de Lebowitz una aguda observadora de la urbe norteamericana.
Parte, digo. Porque no se trata en absoluto de que esta escritora, humorista, oradora, sea una reaccionara nostálgica que recuerda un pasado dorado en contraste con una actualidad anegada en mediocridad. No se trata de eso: Lebowitz tuvo siempre, incluso desde sus inicios en Interview, la revista dirigida por Andy Warhol, esa distancia hipercrítica. Es un rasgo que hace a su especificidad: mirar los hábitos y costumbres citadinos, los comportamientos sociales urbanos, para ser su "fiscal".
Supongamos que Nueva York es una ciudad es un pantallazo, en siete capítulos de no más de media hora cada uno, de la poética de esta intelectual irreverente. Poética o, en este caso, perspectiva. El valor de Lebowitz radica en la acidez de su mirada, que la aleja de los lugares comunes, de los clichés y de lo políticamente correcto. Y de cualquier aglomeramiento de gente. Las personas suelen ser molestas, irritantes, aburridas, incluso estúpidas, sobre todo por su actitud gregaria, de rebaño. No son capaces de ver más allá de lo convencional; a diferencia de ella que, mientras camina gruñendo a cara de perro por las aceras de Nueva York, se detiene ante los centenares de placas incrustadas en las veredas: se atesora allí, para el que sabe recorrer la jungla de cemento, un saber cultural enriquecedor que encierra información histórica, curiosa, literaria.
Supongamos...es producida y dirigida por Martin Scorsese (Nueva York, 1942), cuya devoción por la escritora no es nueva: le dedicó un documental, Public Speaking (2010), y le ofreció un breve papel (de jueza, nada menos), en El lobo de Wall Street (2013). La humildad de Scorsese es difícil de rastrear en Hollywood. Siendo uno de sus cineastas más prestigiosos y reconocidos, cede cualquier forma de protagonismo a Lebowitz. El contenido fundamental de la docuserie se filma en el National Arts Club en el que se citan para conversar. Mejor dicho, el director la cita para escuchar, puesto que la que habla es ella. Él interviene con alguna pregunta o comentario y, sobre todo, con risas. La invisibilidad de Scorsese se manifiesta también como un efecto de la enunciación cinematográfica: dos simples cámaras fijas para que, de nuevo, lo central sea la imagen, en primer plano o plano medio, de Lebowitz.
La autora habla del metro, del tráfico, de los transeúntes zombies, de arte, de libros, de su concepción de ficción, de sus amigos intelectuales, de su cercanía con el genial jazzero Charles Mingus, del dinero y lo costoso que es vivir en la ciudad, de su infancia, del fenómeno Me too, de la moda de los hábitos saludables. En algunas escenas, Lebowitz expone alrededor de una extensísima y meticulosa maqueta-réplica de Nueva York. La imagen es elocuente: tiene la ciudad a sus pies, y desde esa distancia se expide sobre la urbe y sobre los seres humanos, esos extraños seres que se agrupan y se comportan de acuerdo a una serie de acuerdos tácitos. Intensa y verborrágica, la escritora no da tregua, deja un sinfín de líneas ingeniosas y un puñado de remates para la reflexión o, cuanto menos, para el entretenimiento.
Más allá de los chistes, las polémicas y el ingenio, la de Lebowitz (y Scorsese) es una oda, de amor y de odio, a la ciudad de la furia estadounidense. En cualquier lugar del mundo, sostiene la escritora, una persona va al psicólogo y habla de sí misma, de sus vínculos, de su relación con su madre y su padre. Pero no acá. Acá se va al psicólogo para hablar de Nueva York. Y de lo ruidosa que es.
13 de enero, 2021
Supongamos que Nueva York es una ciudad
Producida por Fran Lebowitz y Martin Scorsese
Netflix, 2021
7 capítulos