Nadie puede negar que por “prepotencia de trabajo” la originalmente francesa (luego neoyorkina) The Paris Review ha logrado resistir los embates de los tiempos, en tanto modos de leer (en lo que respecta a la evolución de la literatura y a la crítica) y en cuanto formatos de lectura (desde lo físico a lo digital); está claro: la heterogénea nómina sostiene su andar y su presencia de tipo hegemónico.
Cabe aclarar, en principio, que la edición de cien entrevistas que la editorial Acantilado de España publicó en medio de su vastísimo catálogo, corresponde al apartado Writers at Work, el cual, como bien reza su leitmotiv, se centra en el desenmarañamiento de aquello que los escritores hacen cuando no responden a preguntas moderadas por un interlocutor más o menos sabio. Una paradoja.
De ahora en más conviene centrarse en el contenido, es decir, en el intercambio que se sostiene en el transcurrir de las páginas en las que algunas de las personalidades más influyentes de la literatura occidental de los últimos sesenta años (con particulares excepciones geográficas o del arte) transmiten sus preocupaciones.
Lo primero que salta a la vista en la seguidilla de entrevistas es lo que varía en medio de la repetición. Dentro de esta última (un primer acercamiento al autor describiendo con esmero en el detalle el lugar en el que se encuentran, algo que, se supone, ayudaría a entender el entorno del cual se nutre el entrevistado), nos familiarizamos con las (o la falta de) estrategias del moderador para poder sacarle algo que llegue interesarle al probable lector.
Si una cosa cambió en todo este tiempo fue el claro poder que la obra fue perdiendo en detrimento de su autor. Alguien podría objetar que esto no es así al efectuar un repaso general de la nómina: el primero es E. M. Forster y el último Roberto Calasso, dos verdaderos “pesos pesados” de las letras; pero se equivocaría porque hacerlo en esos términos no hace más que afirmar el postulado. Por su parte, lo que se aprecia claramente es la diferencia de postura que fueron tomando los mismos escritores frente al hecho de verse radiografiados: díscolos al principio, aceptando a regañadientes, pasaron a prepararse con interés para la ocasión ya que, claro está, una entrevista de tal calibre permitiría ajustar las cuentas (monetarias y simbólicas) a favor de ellos. Paralelo a esto uno va comprendiendo poco a poco que la literatura como fin en sí mismo se fue extinguiendo con el correr de las décadas. En cuanto al signo de polo opuesto, esto es, los entrevistadores, también sufrieron un cambio notable que terminó por jugarles en contra: analíticos en exceso, cuestionadores por momentos de las decisiones y/o estrategias de escritura de su objeto de interés, se vuelven hacia el final un conjunto de colegiales que en nada se diferencia a los fanáticos, con preguntas del tipo: “¿de qué manera influyó tu infancia en tus escritos?” “¿te llevas bien o mal con la tecnología de la época?”, “¿te consideras a ti mismo un provocador?”, etc., discutiendo cosas que, a la postre, no son esenciales para entender los mecanismos de la escritura.
De manera fehaciente, se vislumbra que una revista que ha hecho de su presencia durante décadas en el circuito de la literatura, llamémosla, “grande”, su caballito de batalla, se fue volviendo más y más feble en los efectos que fue teniendo para con un lector medianamente entrenado. Esta es la impresión general que da la lectura sistemática de las entrevistas. Ahora pasemos a dos o tres particularidades que, por suerte, constituyen el corazón del proyecto y son, en suma, aquello que sigue despertando curiosidad en torno a los eventos dialécticos.
Si hay que decir en lo que verdaderamente se destacó el tozudo ejercicio fue en poner a dialogar a mentes (o entes sensibles, como les guste) que hicieron transformaciones profundas en la estética y en una ética de trabajo literario sin límites, sobre todo, en el siglo XX. De allí que las intervenciones de Georges Simenon, T.S. Eliot, Robert Lowell, Jean Cocteau, o Jorge Luis Borges resulten ser, a la vez, de un enorme deleite y de un aprendizaje que excede los propósitos del campo (si es que la literatura tiene un propósito que le resulte intrínseco), pero las entrevistas a W.H. Auden y Ezra Pound van todavía más lejos. Sobre todo en el caso de Pound, quien influyera a casi todos los mencionados con anterioridad y, en el mismo movimiento, prácticamente a la república de las letras en su conjunto. Todos o casi todos tienen una anécdota con o sobre Pound por sus excentricidades (como hacer volar por los aires al gigante Robert Frost en una toma de arte marcial), por su inconformismo constante (“le debo todo a la curiosidad”), por su vinculación al campo de la política (no diremos que acertadamente), pero sobre todo por su extrema vitalidad y una lucidez que lo convirtió en EL personaje literario del siglo pasado. Más todavía si se tiene en cuenta que Pound era poeta, algo que hoy sería prácticamente impensable (¿Qué poeta ─qué escritor tout court─ de hoy tiene la influencia que tuvo Pound en sus días?). Además, uno puede llegar a pensar en otro enfant terrible como Céline, pero su entrevista, al igual que la de Ehrenburg (y la de Arthur Koestler en el segundo tomo) son tan flojas, tan pobres de contenido, que no transmiten lo que ellos supieron construir/destruir en sus escritos.
Más acá en el tiempo (en el segundo tomo), siempre está merodeando el celebérrimo adagio del 18 brumario de Luis Bonaparte, y hay que decir, para ser bueno, que es menos una farsa que un símil algo diluido de lo que ya dijeron con mayor tino y mejor sentido del ejercicio (en su propuesta en tanto autores) los personajes del primer tomo. Aunque claramente hay notables excepciones como las entrevistas a Derek Walcott, Yves Bonnefoy, Julian Barnes, Ketzaburo Oé y el ya mencionado Roberto Calasso.
Con todo, es innegable el poder de fascinación que despierta (según la editorial) la “más exhaustiva [compilación de entrevistas] jamás publicada en nuestra lengua” y las enseñanzas que tal vez puedan dejarle a quien pueda a pagar los 85 euros que cuesta la bella edición de la aún más bella editorial española. Sin duda un hito de nuestro tiempo y un llamamiento a la reflexión del curso que tomó la literatura hasta nuestros días, teniendo en cuenta que no hace tanto, personas como Joseph Brodsky o John Ashbery, pensaron la manera de resignificar el sentido de la palabra escrita.
8 de septiembre, 2021
The Paris Review
VV. AA.
Traducción de M. Belmonte, J. Calvo, G. Fernández Gómez y F. López Martín
Acantilado, 2020
2.832 págs.