Con Todo lo que encontré en la playa, Cynan Jones (Gales, 1975) nos propone que, en menos tiempo del que tardamos en trasladarnos de Córdoba a Rosario (o, para no perder demasiado las coordenadas, de Cardiff a Londres), terminemos de leer una historia que se presenta como novela, pero que nadie desconfiaría –ni se sentiría traicionado– si ella misma nos tendiera la mano diciendo: “Soy apenas un capítulo de algo”. Es que el autor ya nos tiene acostumbrados a la administración eficaz de las palabras, al desarrollo escueto, al exceso de blancos; también a evitar las peripecias de las conjugaciones verbales (consecuencia, tal vez, del idioma en el que escribe). Podría, entonces, y con justa razón, alardear con ser de esos escritores que, según la leyenda, despachan sus novelas en apenas una sentada; asistido, en este caso en especial, no sólo por lo breve, sino también por lo simple.
De madrugada, un pescador encuentra un bote con una persona muerta y unos paquetes de cocaína. Mientras forcejea con las olas y el vaivén de la embarcación, debate consigo mismo sobre qué hacer. Total, que resuelve llevarse la droga. Con eso planea dar el batacazo y fortalecer para siempre una economía frágil. Sin embargo, su métier es el mar; nada sabe del comercio de estupefacientes. Se le ocurre, entonces, llamar a una línea de atención para drogadictos, pero –¡attenti!– no para denunciar: quizás sea Gales uno de los pocos lugares en el mundo donde, si uno decide preguntar por el precio de un kilo de cocaína, del otro lado de la línea, el asistente de salud responde: “Entre cuarenta y cincuenta mil (libras)”. Así, de manera tan simple, como quien consulta por una calle, Hold, el pescador, obtiene la información que necesita. Pero, aun suponiendo que esta llamada se trate solamente de un recurso de la trama –y que, sin ser un gran Deus ex machina, ayude a quien escribe a sostener la ficción–, nos sorprenderemos al terminar el libro cuando el mismo Cynan, en su epilógica “Nota de autor”, nos cuente que se nutre, según parece, de la realidad. “El principal 'hecho' en la historia –dice– sigue siendo verosímil”: en octubre de 2022, en una playa cercana a su vivienda, encontraron cocaína por un valor similar al precio que su personaje logra sonsacar al bienintencionado funcionario galés en su llamada telefónica. “Esto es prueba suficiente”, sentencia el autor, y si bien no nos proporciona un facsímil de la noticia para que nos documentemos mejor al respecto, sí se encarga de aclarar –en un gesto que debilita lo literario– que la suya es “una historia que podría suceder”. Todo un valor en sí para este escritor que confunde lo verosímil con lo posible. ¿Qué es lo que “podría suceder”, entonces? A través del teléfono celular del muerto, Hold acuerda una cita con los compradores del producto, quienes le ofrecen poco más del diez por ciento del monto que lo esperanzaba. Cada vez que siente que lo arredra el pánico de la situación, nuestro héroe se habla a sí mismo en segunda persona para darse valor y seguir adelante; voz interior que finalmente le hubiera convenido nunca haber escuchado, pues el desgraciado final le significará tanto más a él, que a muchos de los que, culminando la lectura, ni se asombren ni se contenten.
A través de todo el libro encontraremos abundancia de acciones físicas que ayudan a “ver” lo leído; y comparaciones metafóricas–que se imponen sobre otras figuras retóricas que nunca aparecen–, algunas para subrayar; muchas otras, evitables.
Más allá de eso, muy poco. Algunos términos específicos del mar, la flora y la fauna voladora de la costa para incorporar a nuestro vocabulario (nasas, lutita, zarapitos, tridáctilas). Pero de humor y desarrollo de los personajes, nada. Tampoco desafíos al lector. Claro, son pocas páginas, pero no tan pocas como para olvidarse de incluir los estereotipos del irlandés cervecero y la prostituta inclinada ante la ventanilla de un auto.
¿Qué es lo interesante del libro, entonces? Una historia que, acorde a los tiempos de poca concentración que supimos conseguir, nos ofrece lectura dinámica y veloz, que no expulsa, sino que, ayudado por la diagramación del texto –capítulos extra cortos, divisiones en partes y blancos por doquier–, invita a continuar, dejándonos finalmente el gran gusto de concluir –y olvidar– un libro más, y ¡que pase el que sigue!
Todo lo que encontré en la playa
Cynan Jones
Chai, 2024
128 págs.