En un breve artículo de la década del ochenta, Elvio Gandolfo señaló el auge de la novela policial negra en nuestra literatura, indicando que, salvo honrosas excepciones, sus cultores ejercitaban la mera copia del modelo norteamericano, cayendo, no pocas veces, en un coloquialismo superficial. Casi cuarenta años después, las cosas no han mejorado demasiado. Al brutalismo facilón, a la frase breve con pretensiones de contundencia, se le ha añadido la corrección política en sus versiones más cómodas y el exotismo suburbano. Pero hay excepciones, claro. A contramano de las modas, la narrativa de Marcos Herrera, no toma el hard boiled como mero modelo de escritura ni como plataforma de lanzamiento de consignas de fácil digestión sino, más bien, como punto de partida de una estética y de un imaginario que, libro a libro, se han vuelto reconocibles, aún en sus diferencias. La aparición de Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan, su tercer libro de cuentos, no hace más que confirmarlo, más allá de los géneros, como uno de los autores más importantes de su generación.
El libro está integrado por tres secciones. La primera, “La música”, compuesta por veinte cuentos brevísimos (la mayoría de no más de dos páginas), posiblemente sea la mejor. La segunda, “Realidad”, está integrada por dos narraciones un poco más extensas. La última, “Piedras y lobos”, se trata de un cuento mucho más extenso que bien puede leerse como un homenaje alucinado a Jack London. A diferencia de sus novelas, organizadas en torno a un suspenso propio del policial, la apuesta de Herrera en estos relatos es la construcción de escenas mínimas cargadas de tensión y de sentido. La elección de la brevedad nada tiene que ver con el efectismo de los microrrelatos sino que, más bien, parecen fragmentos de una novela no escrita. Concisas, con una economía verbal que no reniega de la prosa rítmica, estas narraciones tienen como parientes lejanos a los “argumentos” del Juan José Saer de La Mayor.
Lo policial como atmósfera y como presencia ominosa (“Cuatro truhanes”, “El vendedor”, “Lo importante es lo único que interesa”), el coqueteo con lo fantástico (“Marinero”, “Un bosque”, “La balanza”, “Piedras y lobos”), el acercamiento a lo onírico (“Teoría del abanico” y “Realidad”) conviven sin que el libro pierda su unidad dada por el tono. En Todos los camioneros del mundo... la prosa de Herrera oscila entre la brutalidad y el lirismo, rasgo que caracteriza su producción narrativa desde Cacerías (1997). Sin embargo, en estos relatos es más visible el vínculo con la propia poesía de Herrera: la multiplicidad de planos, el trabajo con las imágenes, los cambios de tono. Si sus poemas se integran en la tradición de nuestra poesía narrativa, algunos relatos de su último libro bien pueden leerse como poemas en prosa.
Como Gustavo Ferreyra o Esteban López Brusa, la de Marcos Herrera es una literatura que experimenta dentro de los límites del realismo. O, mejor dicho, que expande sus límites sin romperlos, sin entregarse jamás a los placeres del mero disparate. El realismo de Todos los camioneros... no le escapa a la fragmentación de un universo en ruinas, ni a la amenaza del delirio y de lo sobrenatural. “¿Me alejo de la realidad? ¿O todo lo contrario?” se pregunta el narrador del cuento que le da nombre al volumen. Esas preguntas parecen condensar la apuesta estética de Herrera: la realidad atravesada por una desesperación onírica. ¿Una forma de surrealismo tardío? ¿Otro epígono de César Aira? Nada de eso. Más bien, estamos frente a una producción que aborda la desintegración social contemporánea sin renegar a la experimentación formal, construyendo, así, un universo que no por alucinado deja de ser reconocible. En otras palabras: uno de los escasos herederos dignos del mejor Roberto Arlt.
En los relatos más logrados, lo amenazante está sugerido, fuera de campo. La violencia está siempre presente, bajo la forma de la brutalidad física o de la locura. Estas formas brevísimas parecen afirmar que la degradación actual sólo puede narrarse con las herramientas propias de un nuevo realismo, ajeno al populismo estético, a la denuncia cómoda y a las fascinaciones conurbanas. Marcos Herrera, quien bien podría haber repetido la fórmula de sus excelentes narraciones anteriores, optó por el salto al vacío. Una apuesta exitosa porque Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan es una de las colecciones de relatos breves más originales de los últimos años.
4 de septiembre, 2024
Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan
Marcos Herrera
Ediciones Del Camino, 2024
120 págs.
Crédito de fotografía: Alejandro Meter.