La lengua barroca de Zulema Lázaro en Tratado sobre el hambre es algo vivo y mutante, “camaleón o medusa”, diría el personaje de Alirio que con sus mezclas cultas y populares del lenguaje de la “yeca” componen una suerte de musiquita, el ritmo de un bárbaro que balbucea. Los romanos utilizaban este término para designar a aquellos pueblos que habitaban fuera de sus fronteras. ¿Qué tipo de bárbaro es un hombre en situación de calle? ¿Alguien que se cayó del mapa y no puede tener un techo, un hogar? ¿Un bárbaro con un mundo, como Alirio mismo dice en la novela, construido a base de cosas que no están: “de muertos que no son, de sacramentos que no están, de preludios, palanganas, acolchados, acordes, alcantarillas, faros, hornallas tibias y paliativales arpegios que no están?”.
Lengua Lázaro, la de Zulema, que no nos suelta, que se enlaza a nuestros oídos con su desmesura y su exceso, con sentencias que no podemos dejar de pronunciar en voz alta, acaso porque con sus chispas iluminan el contorno de ideas potentes en medio de la oscuridad: “todo lo que no tengas hasta los cinco años te va a definir toda la vida”, le dice Alirio a su hija Moira. O frases con las que empatizamos, como por ejemplo “se avanza hasta donde te dejan y a mí no me dejaron mucho”. Lengua indómita que también produce tiros al blanco de cuestiones medulares. Lengua que en su derroche revela lo que se suele escamotear: que están las clases sociales en nuestra lengua, en nuestros cuerpos, en nuestros miedos y en nuestros deseos. “El hambre nos acompaña. Si a los de arriba los voltea la malaria, a nosotros, que siempre estamos volteados, nos hace mierda”.
Lengua descarriada, la de Lázaro en boca de Alirio, que da en el blanco político. “El neoliberalismo nunca trajo algo nuevo más que más exhalación, más linyera exudación, más transpiración del trabajador, más exhumación de entes”. Lengua impertinente, incorrecta, que parece transportar entre los dientes una cámara con la que documenta la vida en situación de calle. “El indigente no se hace acopiador porque establezca diferencias. Acopia, acopla, acumula porque así se siente que siente que se siente menos leve, más portentoso. Se siente solvente de cachivaches, diarios, posters, palos de escoba, caños de ducha, conos de rollos, bolsas, humedad, mesas descuajeringadas, calefones gigantes como molinos, rectangulares chapas, vacías garrafas, lonetas a rayas al sol de otro como él o más pobre. Se siente dueño de los cachivaches de otros. Visto de otro modo, las manías del indigente son análogas a las de todo pequeño burgués”.
La lengua de Lázaro es desobediente por naturaleza de las normas lingüísticas; pone toda la carne, los músculos y los nervios en su escritura para sacudir a los otros. La escritura es siempre una zona de peligro, un lugar donde se va probando con las palabras y se va empujando los límites de la lengua en su decir. Hay lenguas modositas y prolijitas que colocan los adjetivos después del sustantivo. La lengua poética y rabiosa de Zulema los pone antes: “estomacal bolsa”, “insatisfecha vecina”, “hambrientas jovencitas” y “afanosos desvelos”, entre otros ejemplos. Ella es una narradora en estado de poesía permanente. Una narradora que descubre que como la lengua no le alcanza construye nuevas palabras, como “vorcinclara”, una mezcla quizá de vociferar y declarar. Al guglear “vorcinclara” aparece solo un link que remite al google books de la novela. O “sacrisfactorio”, combinación de sacrificio y satisfactorio, según la etimología “hacer sagrada las cosas” y “que puede hacer lo necesario”. La lengua de Lázaro es un incipiente diccionario en construcción, que llegó para participar de la a veces demasiado “exclusiva” y excluyente fiesta de la literatura argentina.
9 de agosto, 2023
Tratado sobre el hambre
Zulema Lázaro
Alfaguara, 2023
240 págs.