Trece pintores lectores, de Matías Serra Bradford, reúne artículos que aparecieron en distintos medios entre el 2005 y el 2021. Libro a su vez dividido en ocho partes y un texto más, “El impermeable de Tintín”, que de alguna manera sirve de cierre y de confesión sobre la relación del autor y la pesquisa que se corona en un texto impreso en un diario.
Podemos imaginar como escena de lectura un momento de pausa; preferentemente con la posibilidad de buscar imágenes de los artistas o libros de los que se escribe. Porque hay algo en la escritura precisa y condensada de Serra Bradford que, además de contagiarnos las ganas de leer y mirar todo lo que por allí pasa, hace que nos encontremos ante la necesidad de ver para entablar un diálogo con lo que se dice. Una forma del entusiasmo está puesta en estos textos que es contagiosa. Un entusiasmo alejado de la exaltación, que crece con la precisión conceptual y la cadencia de la frase. Mientras leemos y descubrimos, o volvemos a visitar ciertos nombres, la frase, que no intenta lucirse, nos lleva a una experiencia lectora que va del asombro a la ensoñación. Queremos ver esos cuadros, esas historietas, haber visitado esas muestras de las que se habla en este libro.
En la primera parte del libro Serra Bradford especula sobre la experiencia lectora de estos artistas. En ellos, la lectura aparece sigilosa, fervorosa o ensimismada. Un acto previo, en ocasiones, a lanzarse sobre la tela o la hoja e, incluso, como referencia para pensar una obra lograda: “Si un libro solo es aquello de lo que parece tratar entonces el autor ha fracasado”, son palabras de Edward Gorey. Libros, lecturas, interpretaciones y paso al trazo o la pincelada, nos sugiere Serra Bradford, conviven en esos talleres.
En el primer texto, “R.B. Kitaj”, el autor nos dice sobre este pintor estadounidense: “Donde otros quisieron ver incontinencia nominal, Kitaj ejercita la devoción, el homenaje como modo de reproducción profana” y, más adelante, sus pinturas “gozan de un legítimo aura de reserva y evasión, un dejo de mentiras piadosas”. O en otro artículo dedicado a Frank Auerbach: “Obras que solo parecen ejecutadas rápidamente. Cada raya, una aproximación. Cero condescendiente, durante su transposición salvajemente geométrica de lo visible, Auerbach puede pasar uno o dos años con cada pintura... cree que debe verse la mano del pintor por medio de un sistema y una estética que toleran el error, el trazo que simula capricho. Enseñando, de paso, que hay cierta torpeza que es idónea”. Cómo no visitar, luego de esta frase, las imágenes que tenemos a cierta distancia, sea en un libro, sea en una pantalla, para pensarlas de nuevo; para mirar a través del prisma que nos propone.
También lo hace refiriéndose a Jirô Taniguchi, dibujante de Manga: “su perfección nunca es ostentosa .... Las de Taniguchi parecen historias contadas por un santo. Acaso por eso sus protagonistas nunca se permiten juzgar, excepto a sí mismos”. Cómo no estar tentado a descubrir esas historias o a revisitarlas. En ese recorrido están también Yoshimiro Tatsumi, Seth, Tomi Ungerer entre otros. Y siempre de alguna manera un destello de lucidez para resaltar un aspecto del autor o el tema. Sobre Ungerer, por ejemplo, resalta: “Sostenía que si uno escribe o dibuja demasiado bien, limita la imaginación del lector”. ¿Cómo no aventurarse a pensar sobre la literatura o el arte en general como producto?, las tramas que se abren y cierran, las escenas a tantos minutos, la factura de un cuadro que no muestra la búsqueda sino la composición. La fisura, la mano que duda.
En una de las partes en que está dividido este libro, titulada “Linaje de Monstruos”, se reunieron notas sobre artistas argentinos: Aizenberg, Battle Planas, Ferrari, Stupia, Kacero... algunos de ellos compartieron una muestra y de la puesta en escena que es una muestra también se ocupa Serra Bradford. Por ejemplo, la que se realizó en Buenos Aires en la Galería Jorge Mara-La Ruche que se tituló Signografías, de la que nos cuenta: “La puesta en escena es astuta porque esa suave perplejidad le permite al espectador llegar más vulnerable –más disponible– a los dos electroshocks enmarcados de León Ferrari, que empiezan a silabear en su periferia visual”. Serra Bradford propone un sentido al conjunto expuesto, el artículo no es un simple y neutro recorrido, un informe. No, cuenta la visita de un apasionado, de un apasionado que vive reflexionando. Y en ellas nos brinda elementos para considerar trazos, usos de técnicas, cuadros, incluso obras. Lo que se deja ver en este conjunto de textos son capas de tiempo expresadas en frases que son síntesis de un largo convivir con esas obras o artistas.
Marguerite Duras, en su libro Escribir, habla de que existen libros encantadores por su corrección estilística, su carácter inofensivo, libros “sin noche. Sin silencio. Dicho de otra manera: sin verdadero autor”. Y este conjunto de notas puede pensarse desde esta afirmación. El autor que vive en este libro nos presenta una prosa delicada que, lejos de ser inofensiva, es capaz de provocar fisuras. Disponer un estado reflexivo crítico emocional sin gestos exagerados. Y es así porque detrás hay un autor, hay experiencia que se transmite, hay placer y cuidado.
Y eso es justamente lo que nos da este libro. La posibilidad de leer otra faceta de Matías Serra Bradford. Que no es nueva. Faceta en la que nos incita a releer, a volver a mirar, a sumergirnos en un mundo que si no conocemos queremos descubrir para, quizás de alguna manera, descubrirnos. ¿Qué hay en el Manga que nunca supe ver?, ¿qué hay en John Berger que escapó a mis lecturas? En Giacometti, en quien pasé horas mirando su obra, ¿qué más vive? “Ante una de sus caras, uno puede imaginar la plegaria compartida por observador y observado”, escribe en el artículo dedicado al artista suizo. ¿Existe acaso mejor invitación? “Imaginar la plegaria compartida”.
10 de mayo, 2023
Trece pintores lectores
Matías Serra Bradford
Ripio, 2022
176 págs.