¿Cuál es la condición mínima para que un poema sea considerado narrativo? Trincheta de Juan Rocchi parece esforzarse por no salirse de ese mínimo y, aún más, jugarle en contra. Así, en este largo poema fragmentado no hay argumento pero sí personajes a la deriva en una ciudad hostil. Los jóvenes, o casi, que componen el “microgrupo” rebotan por diversos ámbitos, maquinan obsesivamente y consumen todos los bienes que definen a una generación y a una clase: hay versos que cifran el absurdo de un pedido de comida por apps, viajes en Uber, vino y fiestas. Son esos consumos los que permiten enmarcar los sucesos en la vaga coordenada del presente. Los personajes, borrosos e inestables (los nombres mutan y se propicia deliberadamente la confusión), se definen menos por sus acciones que por el modo en que se relacionan con el entorno, dado este al nivel de la percepción. Dicho de otro modo, muchas veces la acción (imposibilitada la praxis política) se reduce a la percepción. No a la mera contemplación porque el registro de la realidad detona una serie de planificaciones, teorías conspirativas y lecturas paranoicas del presente. Como diseñados por la filósofa Silvia Schwarzbôck, estos personajes vibran aún, pese a la época, con la idea de una vida de izquierda; también como propone ella, se trata de un juicio estético: son sujetos con los sentidos desbordados. Pero no pueden escapar a la época alienante, y no pasan del gesto.
Si bien los tres personajes rara vez están quietos, y en efecto se mueven, aunque el movimiento sea el de la convulsión (“ahora Ch está tirada/ en el piso, doblándose sobre sí/ misma como un alacrán/ recién fumigado” o “ir al parque/ a mover los hombros/ hasta desdibujarlos”), los momentos de mayor intensidad parecen ser los del imaginario. Hay deseos de organización que no encuentran cauce, fantasías de sedición estériles. Ambiciosos programas redentores que quieren ser llevados a cabo mediante operaciones catárticas (el secuestro del operario técnico de una empresa estatal), metonímicas (el sabotaje a los circuitos de un semáforo) o metafóricas (“el plan de hacer/ un tajo extenso, vertical en un muro/ bursátil y dejar salir/ a chorros todo lo apropiado”). En todo caso, las tres se quedan en la planificación.
La primacía de la percepción está dada por todo un mundo semántico que se despliega en torno a la mirada: “La acción de pestañear”, “el campo escópico”, “los usos del párpado”. El mecanismo óptico no coquetea con las puertas de la percepción –no son épocas–, sino que está vuelto hacia la realidad circundante. Su función oscila entre el análisis político y el registro metafísico: “la pestaña,/ el obturador orgánico es una/ forma de representar el paso/ del tiempo”. Y si hay un atisbo de intriga en el poema, se relaciona justamente con lo visual: el corte de luz eléctrica. Un apagón pudre el ambiente y los personajes fantasean con venganzas ejemplares (“el escarnio/ popular no llegó a ser todavía,/ vamos con el escarnio/ cárnico”), señalan culpables (“es conclusión/ de largas conspiraciones”), firman pliegos de demandas:
«Luz en Wilde, gobierno
obrero y campesino, desmantelamiento
del etnoestado de Israel».
El poema pone en juego una mirada no pasiva, sino capaz de construir realidades. Trincheta, acaso el protagonista, luego de un “aprendizaje”, invita a Chapa “a recorrer/ el barrio con ojos renovados”, un acto de resignificación en el que el “obturador orgánico” registra ya no solo el paso del tiempo, sino también los signos de un entorno social cargado de tensiones. Un intento de percibir más allá de la opacidad del presente, y acaso una metáfora de la crítica y la imaginación política. También Toto, otro del grupo, quiere discutir “con los pajeros de Forofyl” cómo “volver/ a oler el siglo veinte/ con un enfoque diferente”.
Rocchi somete los objetos a un doble contagio. Por un lado, lo abstracto se materializa: “Es la cuarta idea que asfixia/ contra la lata que usa/ de cenicero”. Tanto el pensamiento como la historia se mueven y los personajes intentan “determinar” y hasta “dirigir” su “orientación”. De Choco dice: “Piensa al revés”. Pero por otro lado, lo concreto no es del todo materialidad, sino que tiende hacia el idealismo. El ejemplo cabal es “la cosa pura”, enigma que abre el poema y reaparece como un leitmotiv. Tal es la tentación de leer en términos kantianos ese objeto que el texto debe advertir: “La cosa pura no es la cosa/ en sí”. En todo caso, el enigma presenta un desafío epistemológico: en ese campo de batalla se define el acceso a la realidad.
La arritmia de los versos, nacida no sólo de las sangrías y blancos y cortes de palabras, genera un efecto de aceleración que actúa en dos direcciones: hacia afuera, el ritmo ralentiza la lectura; hacia adentro, también los personajes parecen afectados por el ritmo, ya no del poema sino de la realidad, como un desfasaje entre la cantidad de fotogramas que ofrece el medio y la capacidad mental de procesarlos. El texto pone a prueba la atención y exige, a veces arteramente, relecturas:
«El flaco toma el indio
toma el otro flaco toma y están
todos secos y amarillentos».
La factura formal del poema (aliteraciones, rimas internas y distorsión morfológica, entre un amplio arsenal de recursos) indica que nada en la composición es contingente. De la poética de Trincheta, que articula casi íntegramente la tercera persona e infinitivos, se deduce cierta aversión a la poesía intimista. Ni refuerzo del yo (que no hay) ni expresión de sentimientos personales. El poeta rehúye también otros rasgos de la poesía actual: el cancherismo y el ingenio. Los cortes de verso, por lo general abruptos, y el viraje permanente impiden tomar al poema como exposición de ideas cerradas; al contrario, el fraseo discontinuo parece representar el acto mismo –irregular, errático, a veces agramatical– del pensamiento.
22 de enero, 2025
Trincheta
Juan Rocchi
Halley Ediciones, 2024
88 págs.