Después de leer Las horas derramadas y Tríptico de desamparo, dos novelas de Pablo Di Marco, me siento autorizado para hacer las siguientes observaciones:
A Pablo Di Marco le gustan los libros.
A Pablo Di Marco no le gustan los edificios altos, o "moles", como los llama. Para él son algo así como los molinos oscuros y satánicos de Milton. Prefiere las casonas y las bibliotecas (¿quién no?).
Podría seguir la lista con varias más, pero primero un poco de contexto. Tanto Las horas derramadas como Tríptico del desamparo siguen los esquemas de la fábula, de la historia oral o hasta del cuento moral. Un resumen breve: en la primera, un oficinista se encuentra de repente atrapado en una vieja iglesia ayudando a un cura anciano a rescatar su biblioteca venerable del derrumbe gradual. Varias décadas más tarde, vuelve a la ciudad ahora gobernada por un régimen represivo, donde se involucra en una misión para ayudar a una vieja amiga a escapar del país con los libros que ha escrito. En la segunda, una señora de sesenta años, que suponemos es una especie de ángel, decide irse de la Argentina, no sin antes revelar que es la escritora de un gran libro cuya autoría ha sido hasta entonces un gran misterio. Lo hace para ayudar a un joven pobre, aspirante al criticismo literario, que la había rescatado de la tumba familiar en Chacarita, donde ella había ido para despedirse. Varias décadas después, encontramos al joven periodista ya jefe de una editorial importante, que ha llevado a la bancarrota debido a malas decisiones y un egoísmo prepotente. En medio de las repercusiones recibe un mensaje que lo convoca a Venecia, específicamente a la casona misteriosa de su antiguo mecenas.
Al parecer, no hay tiempo acá para los matices de trama: lo único que cuentan son los hechos, que son importantes para el relato. Si de repente pasan cincuenta años, aparecen lobos en el medio de la ciudad o los personajes se refieren cómo ángeles (y, para colmo, ángeles que envejecen como humanos), hay que aceptarlo en sus propios términos, estas páginas no son terreno para la exposición ni la explicación. Tampoco hay mucho espacio ─con notables excepciones─ para las sutilezas psicológicas: si un personaje es maleducado sabemos que es malo; si tiene modales, es bueno. Los protagonistas de ambas novelas están entramados en una lucha contra fuerzas malignas ─simbolizadas, en parte, por esas malditas torres de oficina─, de las que se refugian en catacumbas, iglesias o casonas derrumbadas pero encantadas.
Es aquí que el lector estará perdonado por pensar que estamos empantanados en el territorio diabético de la fábula comercial o los rincones más insulsos de la literatura "YA", pero hay buenas razones para concluir que Di Marco escribe varios niveles más arriba del denominador común más bajo.
Primero está su fascinación con la vejez: es un autor que tiene suma impaciencia con sus personajes jóvenes. Tanto que no ve la hora de agregarles medio siglo en un pestañeo. Sus retratos absorbentes de los achaques e indignidades del estado venerable son en sí mismos razón para leerlo. Pero también está lo que significan estos salto en el tiempo: es una inversión radical del arquetipo del relato de aventura. Estos pobres protagonistas se encuentran obligados a superar sus desafíos cuando sus ojos no pueden ver más de medio metro y sus piernas colapsan después de diez escalones (no es una mala idea para un videojuego: Superando la tercera edad). De repente, se han socavado algunas de las certezas de la fábula; que tarde o temprano nuestros héroes llegarán al final de su misión. Aquí, además de las presiones exteriores, el reloj que corre en contra es el de la biología. He aquí el otro aspecto interesante de estas novelas: dije "héroes", pero los personajes que ocupan ese lugar en los dos relatos son más bien estudios de la desilusión. Después de un acto de valor prometedor en su juventud, tanto Gabriel en Las horas derramadas como Rafael en Tríptico del desamparo, viven vidas signadas por la mediocridad, y cuando ya en su vejez se les dan contadas oportunidades para redimirse, somos testigos de sus repetidos fracasos. Si son arquetipos es porque son ejemplos del primer guardia que huye al enfrentarse al monstruo o, en las comedias románticas, del pretendiente soberbio que resulta ser un canalla.
La manera en que Di Marco juega con nuestras expectativas formales y sentimentales habla de un escritor que entiende bien su materia y sabe cómo moldearla para reflejar sus propias preocupaciones sin olvidar la clave esencial de toda fábula: mantener el interés del lector y asegurarse de que queramos saber cómo todo termina. En un escenario cada vez más atestado de relatos de cotidianidades emocionales y psicológicas en que nos damos cuenta en la página 10 que no va a pasar nada en todo el libro más trascendente que alguna otra epifanía menor, son valores para agradecer y disfrutar.
30 de septiembre, 2020
Las horas derramadas
Pablo Di Marco
Dualidad, 2020
187 págs.
Tríptico del desamparo
Pablo Di Marco
Odelia, 2018
320 págs.