Probablemente la de Nathalie Sarraute (Ivánovo, 1900 - París, 1999) sea la literatura más radical del siglo XX. Esta declaración de principios parece desestimar las cimas a las que Joyce, Woolf o Proust, para poner algunos ejemplos, arribaron con sus procedimientos; incluso de estos tres autores Sarraute se valió, tomando prestadas ciertas nociones que atienden a la problemática propia de era de la sospecha (desarticulación del ritmo temporal, extremada atención al torbellino interior del narrador, desacople constante de la sintaxis, etc.) para mantener viva la llama que enciende la curiosidad del lector. Si esta premisa es cierta, es decir, si es axiomático que su escritura es la más radical u original (“su obligación más profunda: descubrir lo nuevo”), ¿por qué se la ha olvidado?
Varios son los motivos que podrían ayudar a resolver el misterio; uno de ellos se encuentra sujeto a la personalidad misma de Sarraute: introvertida, deja ver en las pocas entrevistas que hay en internet que sus preocupaciones se hallan exclusivamente en el orden de la escritura. Menos prolífica que otros narradores contemporáneos como Michel Butor o Alain Robbe-Grillet, también lo fue en su capacidad para el autobombo. Cuando le preguntaron si se sentía parte del nouveau roman, colectivo que acopló a su vez a otros escritores como Samuel Beckett o Robert Pinget, se desmarcó diciendo que, salvo por una coincidencia de casa editorial (Minuit reeditó Tropismos en 1957), no se hallaba entre ellos, aduciendo que, además, ella era “más vieja” que el resto.
Otro motivo que influyó en el poco reconocimiento que recibió incluso en vida tiene que ver con el difícil momento en el que debutó en las letras: su aparición se dio después de siete años de trabajo (cinco escribiendo su ópera prima, dos buscándole editorial), hasta que Robert Laffont le dio cabida en Denoël en 1939. Entonces vino la guerra y sepultó este primer acercamiento. Asimismo cuando apareció su segunda novela, Retrato de un desconocido, nueve años más tarde, su amigo Jean-Paul Sartre escribió el prólogo alegando que si no lo hacía “nadie la leería”. Bien sabía que la escritura de Sarraute era algo distinta al resto.
Un último motivo como para poder pasar al libro que nos convoca es que a la también autora de ¿Los oye usted? le llegó el fugaz reconocimiento en una edad provecta con Infancia, único libro auténticamente biográfico en el que la posición del narrador se desdobla como en un diálogo o discusión con aquello “insensato” o “imposible” que Sarraute veía en ese ejercicio de intimismo espectacular. Aislamiento, mal timing y reconocimiento tardío, combo letal para echar por tierra toda tentativa de supervivencia en un campo, el de las letras, que tiene como horizonte de existencia la entronización de lo obvio y lo obtuso. Pero, al igual que sus tropismos, esta autora logró, una vez más, irrumpir en nuestra escena. Y el verbo irrumpir no ha sido del todo gratuito en este caso y sirve para entender qué es un tropismo y por qué Sarraute se vale de este concepto para dar sentido a toda su obra de aquí en adelante.
Seguramente interesada por los discursos científicos de la época, la autora de Ici fagocitó este significante biológico que determina que las plantas se orienten hacia un estímulo objetivo (fototropismo, gravitropismo o hidrotropismo, entre otros) y lo desplazó hacia una forma de sentir, de transmitir “el movimiento interior que precede y prepara nuestras palabras y acciones, en el límite de nuestra conciencia”. Hay una propensión en Sarraute hacia la descolocación, al desvanecimiento, a la volcánica efervescencia de una aparición jamás esperada, al cambio sutil en la posición del narrador y que, como dice Damián Tabarovsky en el comentario audiovisual que acompaña a la edición, se vuelven sistema a lo largo de sus sesenta años de actividad literaria instaurando un programa.
“Parecían salir de todas partes, surgir de la tibieza un poco húmeda del aire, corrían suavemente como si chorrearan de las paredes, de los árboles rodeados de verjas, de los bancos, de las veredas sucias, de las plazas”. Así es como se abre el primer tropismo de la serie, aquel que no le costó nada escribir y que ayudaría a cimentar una regla del juego sui generis que no dejaría a su paso herederos ni imitadores: una literatura abierta a modulaciones complejas, de difícil factura, sí, pero también terriblemente liberadora, expansiva hacia lo creativo, fértil en apropiaciones y trasmutaciones; la única y verdadera nueva literatura.
28 de diciembre, 2022
Tropismos
Nathalie Sarraute
Traducción de Juan José Saer e ilustraciones de Eduardo Stupía
Pinka Editora, 2022
136 págs.