Tulang Pinoy, o sea Poema Filipino en Tagálog, uno de los muchos idiomas hablados en Filipinas, se presenta como un largo poema autobiográfico, aunque el autor lo haya pensado como un conjunto de poemas o fragmentos. Como cuenta el propio Daniel Durand en la contratapa, el libro pone en versos la experiencia radical de haberse ido a vivir a Davao Oriental durante cuatro años para formar una familia. Con precisión inusual se mencionan fechas, y sobre todo nombres de personas y lugares reales. Al mismo tiempo este poema, como dice el paratexto del editor, “encuentra restos de la basura de la historia y sus espejos de lenguaje» y “se pregunta por el origen de los restos que lo componen, a los cuales sin embargo comprende. Esta lógica de lo inverso da, a la experiencia física y real de un viaje, una correspondencia [...] poética.”
Lejos de la superficialidad y literalidad que muchas veces se les adjudica (a menudo injustamente) a los Poetas de los 90, la inmediatez de lo anclado en una realidad material acá se revela como engañosa, ya que más bien hace visibles las complejidades de la relación entre las circunstancias vivenciales en un mundo que es ajeno y el lenguaje que rinde cuenta de ellas: en ningún momento el texto deja de exponer, a veces de manera casi pícara, su ser artefacto. La materialidad no consiste en la supuesta inmediatez (auto)cronista, más bien se trata de una materialidad lingüística que despliega todo el saber hacer del autor –hay fragmentos rimados, endecasílabos, construcciones alegóricas, y poemas enumerativos y hasta visuales.
En Tulang Pinoy nos encontramos con el Durand más maduro y más versátil, pero también lúdico y hasta chistoso: “Yo creo que hay partes que están buenas,/ alguna línea genial tiene que haber en todo esto / y basura de relleno seguro es todo el resto”. La poesía que sabe reírse con cariño –del lector, de lo tratado, y sobre todo de sí misma– no es moneda frecuente, y acá al mismo tiempo sabe trazar el horror estructural de las condiciones bajo las cuales esa poesía misma es producida: “Capas y capas y capas de poesía/ aplastando a la poesía/ para que ya no crezca nunca más. // Si en Luzón hay tifón e inundaciones / dirí garúa toda la mañana y empiezan a encallar troncos en la orilla”. En ese sentido no parece tan cierto que sea “un libro escrito sin propósito. O que no persigue más propósito que el de describir con gracia paisajes y narrar los días filipinos”, según una breve presentación en el newsletter de Blatt & Ríos. Es verdad, el poema “no quiere convencer a nadie de posiciones políticas, ideológicas o morales”, pero eso no significa que no haya preocupaciones sociopolíticas presentes. Precariedad y pobreza son motivos reiterados. Sea un hospital colapsado de gente (que a la vez sirve de escenario para un acto de escritura), sean las peligrosas situaciones de tráfico (“cuatro generaciones viajando en una moto”), sea la observación de que “los pobres no nadan, vestidos se acercan a la orilla/ el mar los empapa mientras nerviosos tambalean y se ríen.” Hasta el mar mismo aparece como producto de malas condiciones de trabajo: “El mar está calmo y es un espejo oscuro mal pulido/ por un joven que desconoce el oficio de pulidor,/ está muy mal pagado”. Son parte de múltiples hilos rojos que se van entretejiendo a lo largo del libro, siendo otros la sexualidad, la familia, el acto de fumar, la escritura, el paisaje, la fauna, el multilingüismo (hay partes en y/o mezclas de inglés, tagálog, bisaya), o las enumeraciones de basura y derrelictos en la playa, además de reflexiones del yo poético acerca de su historia, de las diferencias entre la Argentina y Filipinas, y la condición del ser expatriado.
En ese sentido, Tulang Pinoy es mucho más que la suma de sus partes, o fragmentos. De un lado, lo fragmentado refleja la condición de un mundo en descomposición y de una percepción saturada con estímulos e informaciones irreconciliables e inunificables bajo algún esquema de coherencia. Del otro lado esa fragmentación es de por sí la condición misma de cualquier intento autobiográfico, y que solamente suele ser encubierta por ciertas retóricas narrativas, a las cuales el texto de Durand logra escapar justamente por su forma poética.
Si en su reseña del libro (por lo demás favorable), Gonzalo León le atesta al poema cierta rigidez en la forma, yo diría por el contrario que la manera de entretejer los fragmentos, que a su vez van formando los mencionados hilos rojos, responde a una lógica bastante dinámica ya presente en otras obras del poeta: la variación. Sea la variación de un texto que va mutando en su paso por distintos procesadores de lenguaje, como en las nalgas entre sí fabrican ojos sociales (Fadel&Fadel 2017); un eco de títulos como Ruta de la inversión (Gog y Magog 2007) que resuena en Lupa de la inmersión (Caleta Olivia 2023); o sus traducciones sonoras de Baudelaire (Las flores de más, Ediciones Chapita 2012, junto a M. Heer y T. Fadel). En Tulang Pinoy, la variación se produce en dicha repetición de motivos y formas, un poco como la marea del mar que “no es agua. El mar es un libro”. Ese ir y venir también rompe cualquier ilusión de continuidad espacio-temporal: “Los peces abajo del agua con las antiparras/ en un día de mar cristal se ven como los jacarandás / de plaza Once en un atardecer de semana”. Memoria, percepción y lenguaje tienen movimientos intrincados, y el mar durandiano siempre enriquece.
2 de octubre, 2024
Tulang Pinoy
Daniel Durand
Fadel&Fadel, 2024
96 págs.