La decepción, la resignación o, sin más, la indiferencia con la que se habla, cada vez más seguido, sobre el vaciamiento o la pobreza del periodismo cultural a la hora de comentar un libro resulta, hoy día, moneda corriente. Y si bien en algo de esto las redes sociales han metido la cola con sus posteos emocionales, sería groseramente empobrecedor considerar que un fenómeno tan complejo como el que nos compete se ciña exclusivamente a una causa única. Esta aproximación, por cierto, deja de lado un tema no menor, que resquebrajaría, por otra parte, la hipótesis recién esbozada: existen usuarios que saben cómo postear, que saben cómo escribir con estas nuevas tecnologías. Lo hacen bien, y haremos bien, nosotros, en recordar que un puñado (sólo un puñado) de libros interesantes han surgido, justamente, de la prosa, por ejemplo, de posteos de Facebook.
Pero volvamos al papel. O, mejor dicho, a un género tradicional que –tradicionalmente– supo, en revistas, diarios y suplementos culturales, investir de cierta legitimidad al libro sobre el que se demoraba. Hablamos, digámoslo ya, de la reseña; género al que el escritor y traductor Guillermo Piro le decretó la muerte en alguna oportunidad, aunque no haya sido, ciertamente, el primero en expedir el certificado de defunción. Como fuere, parece ser que en nuestra actualidad algorítmica, exceptuando al autor del libro y algún que otro inentendible interesado, son pocos, muy pocos, lo que le dedican un tiempo a su lectura. En cierto sentido a contrapelo de estas suposiciones podemos pensar Un cuento de navidad, el último libro de Alejandro Zambra, como la breve historia entre un crítico literario y su primer editor; un relato en el que la escritura y la revisión de las reseñas funge como puente para entramar el vínculo entre dos personas que se admiran, se estudian, se chicanean; en fin, que se quieren.
El narrador del relato, un apenas enmascarado Zambra, rememora los inicios de su amistad con quien fuera su primer editor, David TighWad (esto es, Andrés Braitwaite, su editor real). El primer encuentro consiste en la entrevista a la que el joven escritor chileno accede para ingresar en el periódico Últimas noticias. Tighwad lo sondea y de inmediato hacen migas entre las preguntas literarias de uno y las respuestas juguetonas del otro. La musculatura del vínculo se fortalecerá, así, con la meticulosa escritura de uno y la minuciosa lectura del otro. Escritura y lectura, claro, de reseñas. Porque el narrador trabaja como reseñista. Y para ello escribe concienzudamente, y su editor (¿como un editor de antaño?) relee con tiempo y tino, con la lupa del copista medieval y la libertad del hombre de letras. La relación se vuelve tirante por momentos, entre correcciones y resistencias. “Qué cosa más estúpida pelearse por una palabra, pensaban todos, pensaba el mundo –sostiene el narrador–. Qué cosa más hermosa pelearse por una palabra, pensaba yo. Y seguro que Tightwad pensaba lo mismo, o al menos actuaba en consecuencia”. El tiempo pasa, se produce un distanciamiento hasta que, años después, vuelven a encontrarse para retomar la amistad –el amor– por la escritura y la edición de la obra literaria del narrador.
Un cuento de navidad se arriesga en una estrategia que resulta, probablemente, de lo más jugoso del texto. Se trata de lo que Braithwaite especifica en el prólogo como un volumen que contará con sus “vigas a la vista”. En concreto, el lector atestiguará los comentarios que el editor tiene para con el escritor (para con el texto) en las notas al pie, como si leyéramos este cuento en crudo, en una etapa de borrador. Así, se configura una dialéctica fluctuante; por momentos Braitwaite realiza comentarios rigurosos, por momentos se torna irónico o personal; otras veces, las más lúdicas, amplifica la escritura con sus propios deseos y contradicciones. Al notar en el texto, por ejemplo, una enumeración de las obras de Tabucchi que considera extensa, termina refutándose a sí mismo: “No, no, en realidad está bien como está: comparto el entusiasmo del narrador por Tabucchi y sus ganas de nombrar todos esos libros (...). Es más, incluso podría agregar unos cuantos: La línea del horizonte, Los volátiles del Beato Angélico, El ángel negro, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro”.
Entre humoradas, reflexiones sobre el trabajo dentro del campo del periodismo cultural chileno, la vida personal del narrador-autor, la muerte de Bolaño, y los comentarios a pie de página, Un cuento de navidad, en la medida en que explicita el diálogo entre texto y paratexto se erige, final y necesariamente, en la conciencia del lector. Al rememorar los primeros pasos de su escritura en el diario Últimas noticias y la relación con su editor-lector, el narrador sostiene: “Me alegraba y aliviaba saber que había alguien del otro lado, dispuesto a leer mi columna con apasionada dedicación, como si en ello se le fuera la vida, con el sólo y noble propósito de mejorarla”. Una relación, entonces, consolidada al calor de la escritura y de la lectura del género reseña; género que, moribundo o no, puede llegar a ser más, mucho más, que un simple texto subordinado a la esclavización, a la venta de otro.
27 de diciembre, 2023
Un cuento de navidad
Alejandro Zambra
Edición, prólogo y notas de Andrés Braithwaite
Gris Tormenta, 2023
104 págs.