La historia de la canonización de Juan José Saer suele narrarse con un tono épico no siempre desprovisto de autobombo. Todo saeriano la conoce: sus primeros trabajos fueron leídos por un puñado de lectores perteneciente al ambiente universitario rosarino (María Teresa Gramuglio, Adolfo Prieto, Nicolás Rosa), quienes escribieron tempranos ensayos críticos en torno a su obra; sus primeras narraciones fueron publicadas en editoriales diferentes (Jorge Álvarez, Galerna, Sudamericana, entre otras) y el establecimiento de Saer en París en 1968 hizo que su obra quedara librada a su suerte durante añares. Sus textos fueron poco leídos hasta que a fines de los años setenta la revista Punto de vista comenzó a interesarse en su producción. Años después, algunos libros de Saer (Cicatrices, El limonero real, sus cuentos) llegaron a los puestos de diarios al ser editados por el CEAL. Un editor para Saer actualiza la historia de su recepción en nuestro campo literario. Se trata de un punto de vista privilegiado: Alberto Díaz fue editor y amigo de Saer desde 1986 hasta la muerte del santafesino en 2005.
Un editor para Saer tiene su origen en una conferencia que Díaz brindó en 2009 en la Universidad Nacional del Litoral. El dato no es menor porque el texto se sostiene sobre un ritmo controlado, con muletillas que buscan proteger el discurso de las digresiones propias de la oralidad desembocada (“antes de continuar”, “dicho esto”, etc.). La exposición, que a veces corre el riesgo de parecer un poco acartonada, es tan clara como didáctica.
El libro está organizado en dos partes bien diferenciadas La primera es una introducción al universo de la edición. Sin caer en la mera celebración del propio gremio y permitiéndose, incluso, alguna dosis de autoironía, perfila una suerte de elogio del oficio de editor. Díaz no le escapa a dos asuntos espinosos: por un lado, a la relación entre literatura y dinero, presente de manera implícita a lo largo de todo el volumen; por el otro, al tormentoso vínculo entre el editor y los escritores ¿Qué es ser un buen editor? Entre otras cosas, responde el libro, aquel que construye un catálogo sólido y de calidad. También, aquel que logra salir airoso en el trato con esos personajes caprichosos, con frecuencia dementes, que pueden ser los autores de talento.
La segunda parte del libro es mucho más interesante que la primera, al menos para los amantes de Saer. Aquí Díaz da cuenta de su relación con el autor nacido en Serodino en su condición de lector apasionado, amigo entrañable y editor decidido a otorgarle visibilidad a una obra fundamental. Díaz afirma que su amistad surgió con la firma del contrato para la publicación de Glosa en 1986 en Alianza. Una amistad que implicó una clara delimitación de tareas. Si el siempre adorniano autor de Cicatrices publicó años después su obra completa en un pulpo de la industria editorial, no fue solo porque Díaz le dio un lugar en Seix Barral sino porque, además, se encargó de organizar el trabajo sucio necesario para que cualquier canonización sea posible: traducciones, reediciones, conferencias, entrevistas.
Sobre el final del volumen, Díaz realiza un breve ejercicio de crítica literaria al reivindicar dos de los libros menos frecuentados del santafesino, Lo imborrable y El río sin orillas. Se trata de abordajes ya transitados por la crítica (la prolongación de Glosa del primero, el carácter híbrido del segundo) que no ofrecen grandes novedades para los lectores saerianos. Lo mejor del libro, sin embargo, son los momentos en los que Díaz deja vislumbrar algo del laboratorio de escritura de Saer. Así, nos encontramos con un escritor que barruntaba largos años sus textos pero que, finalmente, los escribía de un tirón, casi sin correcciones. Nos enteramos, también, que lo hacía en cuadernos pero que parte de La grande la escribió en una computada portátil durante su internación en un hospital. Se trata de breves retazos biográficos de un escritor que hizo de la discreción una ética.
Alberto Díaz se inscribe en la tradición de los mejores editores que han trabajado en nuestro país. Una tradición que incluye, entre otros, a Santiago Rueda, Paco Porrúa, Boris Spivacow o Jorge Álvarez, hombres que, desde el poco glamoroso segundo plano del trabajo editorial han sido fundamentales para el desarrollo de la mejor literatura argentina. Sosteniéndose en un tono sin estridencias, Un editor para Saer, puede ser leído, también, como una celebración de la amistad entre uno de los mejores escritores argentinos y un hombre que, con inteligencia y trabajo, logró colocarlo en el lugar que se merece en nuestras letras.
3 de junio, 2024
Un editor para Saer
Alberto Díaz
Ediciones UNL, 2024
148 págs.