El ejercicio escritural presenta la ventaja de que, a priori, habilita la posibilidad de hacerlo en registros conocidos y no tanto; se puede entonces escribir una novela o un cuento, una nouvelle o un ensayo, un policial o un sesudo manifiesto estético, si quien lleva a cabo la tarea tiene las agallas, la intuición o la ‘inteligencia’ necesarios. Los que hemos seguido a pie juntillas los escritos de María Gainza (Buenos Aires, 1975) acaso alcanzaremos a decir que su fortaleza, como escritora, estriba en una habilitación que le cedió al arte contemporáneo para inmiscuirse en el plano de una sintaxis de corte oral que siempre está coqueteando con la anécdota familiar o íntima, sin por ello llegar a un estilo confesional profundo o enteramente autobiográfico. Huelga decir que no fue la primera; antes, otros, recurrieron a la écfrasis o simplemente al registro anecdótico o trascendental que ayudase a mediar entre sujeto y obra de arte. Dos ejemplos vernáculos: en el plano de la prosa, César Aira; en el de la poesía, Juana Bignozzi. Pero “la poesía es otra cosa”, dice siempre un amigo, y creo que tiene razón. Gainza lo sabe muy bien, por eso tiene el recaudo de mencionar en su breve nota introductoria que, justamente hace diez años y bajo un arce plantado por ella misma, escribió su primer “texto encolumnado”. El tiempo parece haber ejercido de efecto coagulante para que su producción precipite, dando como resultado Un Imperio por Otro. Llama la atención el empleo de las mayúsculas, sean deliberadas o no, porque permiten hacernos pensar que bajo esta manifestación de índole poética la autora entiende que está poniendo en juego su ‘dominio’, aquello que fue construyendo estoicamente, por otra cosa, exponiéndolo a su vez a la mirada del otro, del gran Otro. Quizás esto solo sea una especulación salvaje y debamos, antes bien, centrarnos en sus ensayos verticales, entendiendo a la palabra ensayo como prueba, como marco pertinente para verificar aciertos y errores.
En el fresco general se adivina un tono en el que la racionalidad tiene un peso específico preponderante; se pasa de la primera persona del singular a la segunda sin por ello ganar o perder densidad en la experiencia de aquella que recuerda, que evoca experiencias pretéritas en el campo, junto a amigas cuya ideología no comparte; así se presenta el caso de "Mi vida ajena": “No termino de encajar / aunque almuerce con poetas / y en reuniones de chicas / hable a destajo sobre planes / para el verano, casas en alquiler, perros de raza.”, y sigue, “No es casual que cada tanto / mi vida se vuelva ajena, / y las enamoradas del muro / me ignoren durante el invierno.” También se perciben guiños internos, sensu lato, a su producción anterior; figuran poemas que llevan por título "El nervio óptico" y otros donde la búsqueda está próxima a inquietudes estético-literarias: “Ayer me propuse encontrar / ese pedazo de pared amarilla / que tanto emocionó a Bergotte / en la ‘Vista de Delft’”. Por momentos parece que el corte entre los versos es demasiado brusco o precipitado, más cercano a un programa que a una respiración, aunque, con todo, casi siempre se nos ofrecen retazos que en conjunto perfilan un modo de entender el mundo, de capturarlo en su singularidad para luego filtrarlo bajo el prisma de la experiencia, ese punto nodal actuante en tanto ‘fuente’, en el sentido que le otorga Blumenberg.
9 de junio, 2021
Un imperio por otro
María Gainza
Mansalva, 2021
92 págs.