Las tres vanguardias. Saer, Puig, Walsh y el cuidado de Patricia Somoza permiten que escuchemos y que oigamos una vez más la capacidad de Ricardo Piglia para establecer conexiones fascinantes entre narración, experimentación y política. El libro fue publicado en 2016 por Eterna Cadencia y lleva el nombre del seminario que el autor dictó en la UBA en 1990, en once clases. Como estudiante de las clases, Somoza asistió a la práctica literaria más significativa para Piglia: la lectura. La teoría, la crítica y la enseñanza de la literatura representan para este autor las diversas maneras en las que un sujeto se apropia de un saber para comunicarlo de acuerdo con su ideología estética y política. Todo ello se filtra en la lectura, así como en la escritura, porque para Piglia se escribe de acuerdo con cómo un escritor o escritora quiere ser leído/a.
Voy a soltar en estas líneas algunos de mis propios subrayados respecto de la lectura, la gran obsesión de Piglia (¿hablaba Piglia de sí mismo al caracterizar al “lector adicto” en El último lector?)
Lectura y modernidad
El pilar teórico que sostiene su seminario es Walter Benjamin, quien ha anticipado mejor que nadie la “recepción moderna”. El siglo XX, tan revolucionado y convulsionado a su vez por la aparición de los medios de comunicación de masas, como todos sabemos, genera una nueva clase de apropiación, o de lectura, de los textos, en sus muy variadas acepciones. La lectura distraída (concepto de Benjamin), se forja sumida en la estereofónica multiplicidad de mensajes que llegan para interrumpir el acto silencioso y ensimismado que alguna vez supo ser la lectura. El sonido de un megáfono o de un equipo de audio anunciando una oferta llega desde la calle, las intermitentes voces de la radio o el flujo de imágenes televisivas, indiferentes, resquebrajan la concentración (qué podríamos decir, hoy, de las notificaciones del celular). La novela moderna, dice Piglia, ha sufrido una crisis por estar inmersa en la época de la “reproductibilidad técnica”. Y también desde esta perspectiva el hecho estético puede ser pensado en términos de lectura: por un lado, se encontrarían los lectores crédulos, que se dejan fascinar por la literatura de género (es decir, por un previsible horizonte de expectativas); por otro, el lector “específico” o especializado que se deleita con ver el entramado y la construcción del relato, la anarquía y la innovación de la experimentación, con autores como Joyce y Faulkner a la cabeza.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
Ciudad y signos
La naciente ciudad industrializada genera las condiciones del nuevo periodismo; Poe, atento al nuevo tipo de lectura, le da forma al cuento (la short story, la forma breve, que sólo reclama la lectura de una sentada) y produce el primero de los relatos policiales con el primero de los detectives: August Dupon. Detective que Piglia caracteriza como un gran lector: resuelve su primer gran caso leyendo la noticia del crimen a través de los periódicos. Las nuevas formas de la urbe configuran su propio ciudadano, y el ciudadano medio es, para Piglia, un lector. “La versión contemporánea de la pregunta “qué es un lector” se instala allí –escribe en El último lector–. El lector ante el infinito y la proliferación. No el lector que lee un libro, sino el lector perdido en una red de signos”.
Traducción y estilo
Sediento de amarillismo y entretenimiento, y al ritmo acelerado de las ediciones diarias, Roberto Arlt forja a través de su oficio en el nuevo periodismo el estilo de su prosa; aunque no hay que olvidar, recuerda Piglia, que su estilo está marcado por las malas traducciones de los clásicos: Arlt no lee otra lengua y escribe, como lo marca a fuego en el prólogo a Los lanzallamas, no para los lectores especializados (la crítica que pone los ojos en blanco ante el Ulises de Joyce en inglés), sino para el receptor de los medios de masas, que devora el tipo de relatos que el cine y el folletín han creado. Escribe Piglia en Respiración artificial: “Arlt es el primero (…) que defiende la lectura de traducciones. (…) El modelo del estilo literario ¿dónde lo encuentra? Lo encuentra donde puede leer, esto es, en las traducciones españolas de Dostoievski, de Andreiev. Lo encuentra en el estilo de los pésimos traductores españoles, en las ediciones baratas de Tor.” (La cursiva me pertenece). El estilo resulta de una apropiación y de una forma de lectura muy personal, y de las lecturas que se tienen a mano, que son accesibles. Arlt prefiere ser leído por la gente que consume sus notas en El mundo; tal es así que decide no enviar a los críticos literarios de los periódicos ejemplares de su novela.
Estilo y traducción
A partir del éxito arrollador de Boquitas pintadas, Manuel Puig se enfrenta con un problema central en la visión de Piglia, aunque desde un costado diferente al de Arlt: la relación entre novela y traducción. ¿Cómo hacer legible para el lector internacional los regionalismos y coloquialismos del primer Puig? Es por la conciencia de ese público lector que la escritura misma de Puig cambia: en The Buenos Aires Affaire (una novela policial sobre el mundo del arte) Puig juega a abandonar la palabra propia, puesto que el registro vanguardista a seguir es el de Joyce: el artista trabaja “todos los registros de la lengua, todas las jergas, todos los dialectos, todos los tonos”, dice Piglia en la séptima clase de su seminario.
Campo de batalla: lectura estratégica
Poe, Baudelaire, Sarmiento, Borges, Saer, Puig. Sus obras, en sí mismas, no tienen valor. Un texto cobra jerarquía sólo si es leído desde la poética correcta. “Pobre el que lea Puig desde Saer –dice Piglia en la primera clase–, porque no va a quedar nada de Puig, como bien ha dicho Saer (…); [y] si Saer es leído desde Puig tampoco queda nada de él”. Rescatando ideas de Gombrowics sobre el uso de los textos, Piglia arma su “lectura estratégica”: la visualización del campo literario como un campo de batalla, en el que las posiciones y las tensiones entre poéticas son claves en términos de legitimación de obras y autores.
La tradición del escritor argentino
Como se sabe, Borges cristaliza en su conferencia “El escritor argentino y la tradición” una lección que Piglia aprendió con maestría. Afirma Borges que el escritor argentino es aquel que por pertenecer a una cultura minoritaria e históricamente pobre (en términos de longevidad) puede apropiarse de otras tradiciones, dominantes o no, y llevar a cabo su irreverente apropiación personal; ese uso caracterizaría al escritor nacional. En otras palabras, Borges define a la literatura nacional como “un determinado modo de leer”. Qué mayor ejemplo de la productividad de las apropiaciones que poner a dialogar dos poéticas al parecer irreconciliables como la de Borges y la de Arlt; así lo hace Piglia en el diálogo que mantienen Renzi y Marconi en Respiración artificial. Y qué mayor irreverencia que proponer a Borges (para muchos el escritor más significativo del siglo anterior) como el último autor del siglo XIX. En esa lectura irrespetuosa se observa la política, la posición, la osadía de la escritura de Piglia.
19 de junio, 2019
Las tres vanguardias. Saer, Puig. Walsh
Ricardo Piglia
Eterna Cadencia, 2016
224 págs.