En una charla sobre su proceso de escritura, María José Navia revela que su amor por la lectura surge a partir de la relación con sus abuelos. “Mi abuela trabajaba en un centro de voluntarios que grababan libros para ciegos y así aprovechaba también para grabarme libros a mí. (...) Yo partía con mi radio o con mis cassettes y escuchaba la voz de mi abuela e iba pasando las páginas. La literatura primero como voz. La voz de mi abuela”. A partir de aquí podemos rastrear dos elementos fundantes en la narrativa Navia: en primer lugar, la tecnología. En segundo, pero no menos importante, la voz, las voces.
Tanto en su libro de cuentos Una música futura, editado por Editorial Marciana, como en su novela Kintsugi, editada por Concreto, Navia ensaya, una y otra vez, el desconsuelo de la cobardía. Querer y no querer tener hijos, salvar, pero salvarse primero, huir, desear y no: “... sin querer mirar, esa cara de culposa hasta para estar sola con el propio deseo”, dice en el relato “Todo incluido”. A su modo, ninguno de los personajes busca los laureles del altruismo. No se sabe si por condescendencia o descuido, viven la extrañeza con cierta naturalidad a cambio de la absolución: “No pregunten qué pasó después. Ni qué sigue pasando”, se lee en “Panda”. Como si todo pudiera seguir igual. Tarde, se dan cuenta de que no existe tal cosa. El castigo será la normalidad extrañada.
En la narrativa de Navia los personajes hablan de una forma en la que desearían no hacerlo, pensando que las cosas no deberían ser así, y, de todos modos, así suceden. Vencidos, muchas veces, por ellos mismos. Lo fragmentario de su sensibilidad, de su mundo interior, se expone en la forma que adopta el texto, las voces. O, mejor dicho, solo así, a través de esos cortes, es que podemos acceder a ese mundo. Siempre rasgado, roto. Lleno de idas y vueltas, de huecos, de pozos. Esa trampa que lo inesperado se complace en tender a cualquier tipo de sistematicidad. Porque, ¿cómo se escribe un mundo al que le faltan los pedazos? ¿Quiénes viven en un mundo así? Pareciera que, en cada cuento, en cada voz, subyace esa misma pregunta. Pero no como horizonte, sino como pena.
En un mundo lleno de aplicaciones, que se delata guiado, dirigido, ligero, los relatos de María José Navia se imponen como una apuesta a la incómoda y densa experiencia que supone perderse, confundirse. Su universo se sostiene sobre el delgado pero firme hilo de la distopía, que Navia supo armar con la realidad del “más acá”. Lo insólito, lo repentino, lo imprevisible, son parte de esa otra ficción que los personajes se inventan para sobrevivir día a día.
En Una música futura, Navia vuelve aquello que está fuera de lugar, desplazado, subvertido, en la forma común de sus relatos. El dinero, los hijos, la soledad, el trabajo, la familia, el deseo, la tecnología, la enfermedad, a veces, el amor. Todos intercambios de mezquindades. Esos juegos de miserias que nunca se cuentan, pero que en estas páginas brotan de una prosa sutil y precisa. Como si los lados B también pudieran tener reversos.
Por su parte, Kintsugi, al modo de la práctica japonesa, honra la historia de cada objeto resaltando las fracturas en vez de disimularlas. Como dice Adriana Riva en la contratapa: “En Kintsugi una familia se compone y se quiebra. Quienes la integran buscan el lugar exacto de la fisura e intentan, a veces con desespero, a veces de forma sutil, repararla”. Aquí, las voces se contradicen, se echan culpas, se muerden un poco. Pero algo queda. Desde la derrota, nos ofrecen su último pulso de amor.
Ambos libros empiezan con cuatro acápites: Howe, Varela, Nelson y Fresán para Una música futura y Girmay, Michaels, Palmer y Piglia para Kintsugi. Pareciera menor, pero una vez que los hemos leído, sabemos que son ellos los que nos dan el tono para entrar al texto. Los personajes se mantienen ahí, en ese tono, cada vez más salpicados de un mundo que no entienden. O que, si entienden, les repugna. Con un estilo pulcro y cuidadoso, Navia relata las escenas más insólitas. Los personajes: descolocados, revueltos. Pero impasibles. Avergonzados del placer que les genera esa calma fría. Navia se adentra a un mundo que pareciera sellado. Estos mundos tienen algo en común: la rapidez con que su progresiva oscuridad nos atrapa y nos lleva al fondo de su origen. Estamos ahí, lo estamos leyendo, ¿podemos verlo ya?
4 de octubre, 2023
Una música futura
María José Navia
Marciana, 2023
156 págs.
Kintsugi
María José Navia
Concreto, 2023
144 págs.