Si en una entrevista le preguntaran a Manuel Álvarez por qué escribe o, mejor, por qué escribió Una nube viene (Editorial Marciana, 2023) su respuesta, de ser honesta, debería ser: “principalmente, porque tenía una historia para contar”. Y es así, después de todo, como surgen los mejores libros: con una historia que se quiere contar. Sí, claro; después precisamos de la pericia y del talento del escritor o la escritora que construirán, frase a frase, una trama, unas voces, unos personajes, entre otros aspectos y factores, capaces de encandilar y seducir al lector para que siga el viaje hasta el final, hasta la última página. Ahí, en el plano semántico, en lo argumental, se juega gran parte de la propuesta de Álvarez, paladín de la fe realista, aunque esa religión no excluya la posibilidad de apelar a lo extraordinario, pero probadamente verosímil: a las catástrofes naturales que actúan replicando de manera especular el desborde de las pasiones humanas. Una nube viene narra dos historias paralelas que tienen por protagonistas a un par de hombres diferentes (en edad, en profesión, en carácter) y que transcurren en lugares y tiempos que también son distintos: por un lado, el doctor Jorge Fuenzalida, “médico principal de la ciudad de Chillán, un médico respetado y consultado por todos, de buen porte, afeitado al ras, siempre pulcro, con su delantal blanco reluciente y sus zapatos pulidos, brillantes”, con su seductora esposa Inesita y su adorable hija, disfruta casi sin darse cuenta, el 22 de enero de 1939, del prestigio y de los privilegios de su oficio y su condición social. Por el otro lado, y cruzando la frontera que nos separa de Chile, más precisamente en la villa Las cuevas, el 13 de agosto de 1965, encontramos a Alfredo Zinder, regente de la única hostería de ese pueblo remoto, con “sus sesenta y cuatro años, con su tabique desviado y el pelo y la barba blancos como la nieve que caía hacía cinco días en la montaña”, siempre servicial y apreciado por la pequeña comunidad de la que forma parte, con su desabrida mujer Graciela y su hijo, todavía un niño. Alternándose secuencialmente, la narración de un puñado de días de la vida del doctor Fuenzalida ocupará los capítulos impares, mientras que los pares se dedicarán a un tiempo similar de la de Zinder. El pacto de lectura se comprende sin dificultad y su tradicional claridad impide temer arteras traiciones que nos alejen de lo que los primeros capítulos proponen. De hecho, a quienes consideran que los paratextos constituyen un pasaje ineludible del libro y no un complemento, la contratapa escrita por Hernán Ronsino les reforzará esta clave de lectura.
Sin embargo, no leemos ─ni se escribe─ solamente por la historia, por las historias. La novela de Álvarez se hace fuerte en una prosa que despliega una rigurosa minuciosidad en las descripciones, en particular, aquellas que toman por objeto a la naturaleza imponente de la cordillera andina y las que transmiten las sensaciones de los rigores climáticos, junto a las que esbozan el perfil de los personajes y diseñan los espacios interiores. A su vez, a los núcleos narrativos, les incorpora situaciones que recrean, por ejemplo, una partida de truco, con la picardía y la retórica embustera que caracterizan al juego, o bien una tensa cena familiar que deviene en un áspero contrapunto entre la suegra y su nuera, bajo la pasividad de Fuenzalida y el deleite del banquero Donoso. En otras páginas, registra conversaciones literarias y políticas acerca de la España republicana, del franquismo, sobre Juan D. Perón, su proscripción y las relaciones con el movimiento obrero argentino mientras se encontraba en Puerta de Hierro. En esos episodios, el autor explora con meticulosidad los detalles concentrándose, además de en las palabras, en los gestos y los en apariencia intrascendentes movimientos de las manos, como si pretendiera alcanzar la médula, la esencia secreta de los hechos y las situaciones narrados, o probando los límites de su instrumento: el lenguaje. Se comprenderá así la cita de Juan José Saer en el epígrafe, de la que toma el título este libro, y también que su nombre aparezca en los agradecimientos del final: “A Juan José Saer, otro abuelo, por el don de la amistad”.
Mientras gran parte de las novedades editoriales de la literatura argentina respetable tienden a los ambientes distópicos, o bien al fantástico-raro cuyo éxito ya está consolidado, o si no, a esa especie de new-regionalismo, autobiográfico o autoficcional, que busca sorprender con deltas, chajás y abundante naturaleza rural o litoraleña, la porteña sensibilidad forjada en el cemento, debe destacarse y quizás valorarse la aparición de un libro que no nos conduce a las erosionadas sendas de las modas y tendencias. Que cuando se adentra en la política o en la historia, no es para repetir los espantosos tormentos de las víctimas de la dictadura 1976- 1983 –hoy no puedo escribir “la última”–, que tantas veces hemos leído y que ahora vuelven a ser el tópico favorito de los premios literarios; que ahonda en conflictos humanos, como la enfermedad de los celos que convierten a Fuenzalida en un Otelo trasandino, o el peso de la culpa, o el ciego amor por los hijos; que, con la creciente tensión y el suspenso, nos provoca el atávico deseo de saber qué pasará después, de averiguar cuál será el destino de Fuenzalida y de Zinder, lo que nos depara Una nube viene.
28 de febrero, 2024
Una nube viene
Manuel Álvarez
Marciana, 2023
272 págs.
Crédito de fotografía: Laura Besada.