La edición española original de la novela Urbana, de Fogwill (Alfaguara), parece un poco antigua, tipo siglo XX (incluso del '50 ó '60 de ese siglo), aunque, aparecida en 2003, estaba bien integrada al XXI. Igual podría engañar si uno viera solo la tapa delantera en sí. En cambio, si la abriese en su totalidad, ya no. Estuve una sola vez en España, en Madrid, pero ese tipo de edificio horizontal extraño, más achaparrado que rascacielos lo vi en unos cuantos lugares de la ciudad. Esa parte superior está integrada por el edificio y una zona de paseo, fuentes y estatuas parecidas en conjunto a las zonas de Buenos Aires (la Avenida de mayo hasta llegar a Uruguay y el Bajo) que se parecen a Madrid.
En cambio, la mitad inferior es un plano color ladrillo por el que caminan decenas de palomas. Si el libro está cerrado, destaca un hombre sentado en un banco, de espaldas, rascándose la cabeza cubierta por un sombrero con una mano larga y flaca. En cambio, si se abre el libro aparece en la contratapa un niño corriendo (o corriendo palomas), que equilibra el tono un poco lúgubre de la tapa en sí.
Portada de la edición española de Urbana
No recuerdo si llegaron algunos pocos ejemplares a alguna librería porteña, o si el propio Fogwill me lo pasó. Ahora, casi veinte años después, aparece por fin en Argentina, con una tapa que, comparativamente, es delirante. Una casa entera de dos pisos, un tanto antigua, flota en el aire, con una zona inferior de raíces diversas, como si hubiera sido arrancada del suelo por la grúa que la sostiene. Cuando me hablaron de hacer la crítica, me di cuenta de que no recordaba prácticamente nada, así que la leí de nuevo. Unos días más tarde, digamos una semana, iba a escribir la nota y descubrí que me pasaba lo mismo. Seguramente una parte puede adjudicarse a mi edad y memoria falible desde siempre, no solo ahora. Pero al repasarla, en forma de sobrevuelo esta vez, recordé en cambio dos adjetivos que pensaba usar: se trataba de una novela “colectiva y anónima”. El propio autor lo aclaraba en una de esas notas cortas o prólogos que solía agregar a sus novelas. A veces solían ser veloces vuelos ensayísticos, sobre todo de taquigrafía sociológica. Igual intenta reconocer que hoy “es redundante llamar Urbana a una novela”. Insiste, por ejemplo: “Hoy toda novela es urbana” y sigue y sigue, con muy buena cintura argumentativa, hasta que algún oyente cercano lo interrumpa: –Depende... y se establezca una de esas discusiones encarnizadas y entretenidas que son el núcleo mismo de la vida corriente de los narradores y ensayistas profesionales o amateurs en el Río de la Plata. Y explica: “Esta era una historia de personajes sin caras y terminó como un relato de personajes sin caras ni nombres”.
Fogwill por Juan Carlos Comperatore
El resultado, en parte, es una novela rara, que cuesta recordar. Demora en arrancar, por ejemplo. Cuando llega el capítulo 2, en la página 28, todavía no hay nada en qué afirmarse, sino una serie de consideraciones, por ejemplo, sobre el modo en que el peronismo incidió en modelos educativos rurales que terminaron por provocar (típico desvío micro de Fogwill) en la procreación de miles de “cotorritas” (esos bichitos verdes estivales multitudinarios y molestos que se pueden eliminar apretándolos entre dos dedos.)
A falta de nombres de personajes, el edificio de unos diecisiete pisos es un apart-hotel llamado Karina, inserto en un barrio más bien cheto y coqueto. Habrá un nuevo desfile de consideraciones sobre clases sociales, costumbres y atajos, alrededor de un gerente (procedente del Sheraton) nervioso por el día de la inauguración, y capas sucesivas de saberes cruzados, múltiples, que van generando una especie de voz que no termina de ser “en off”, sino curiosa, inquisitiva, meterete o “metiche”. Sus pasos sucesivos no se niegan a armar algunos núcleos argumentales, aunque desprovistos de nombres y caras no pueden hacerle frente, y se borran ante ella.
Tampoco faltan los núcleos polémicos no desarrollados, arrojados como parte de una conversación o una estrategia publicitaria de shock, privada de desarrollo narrativo también ellos. Es lo que pasa con las varias alusiones a “los manejos financieros del partido comunista”, en particular su época de dominio de las cooperativas de créditos, cuyas consecuencias nunca se desarrollan.
Lógicamente figuran también las trapisondas numerosas y corruptas del ámbito inmobiliario (que se entremezclan en las primeras páginas con las observaciones sobre el peronismo, y reaparecen en el resto del libro). Hay otras páginas destinadas a responder a la pregunta “¿qué es el amor?”, y una mujer que resulta el personaje más atractivo de la pequeña multitud sin caras. O un acto de presentación que va derivando en sugerencias de sexo u orgía también inconducentes.
Aquí tengo que hacer algo que detesto en otros críticos. Decir que a pesar de todo eso, la lectura es entretenida. Pero no se asienta en la memoria como otras novelas de Fogwill. Para mí, títulos como Los pichiciegos ante todo, pero también La buena nueva de los Libros del Caminante, En otro orden de cosas, y libros póstumos como Nuestro modo de vida, La introducción o incluso La gran ventana del libro de los sueños son tan nuevas, refrescantes y complejas como las novelas de Manuel Puig. Para decirlo lunfardamente, nunca “le saqué la ficha” a Vivir afuera (una de sus propias favoritas) en su propósito quimérico de dar una imagen fiel, tridimensional y verbal de “los años 90”. Y les aseguro que Urbana es mejor que Una pálida historia de amor y Runa. De hecho es tan rara y cambiante como su único aporte a la ciencia ficción: Un guion para Artkino.
3 de agosto, 2022
Urbana
Fogwill
Blatt & Ríos
176 págs