Llegué a los cuentos de Claudio Zeiger buscando ecos de los escritores italianos del siglo XX que me apasionan: Calvino, Pasolini, Pratolini, et al. La pista me la había ofrecido un gran escritor y crítico cuyo nombre me reservo tal vez con el único fin de alimentar las conjeturas de los lectores de esta reseña. Entusiasmado con el objetivo de esa búsqueda-lectora, ingresé en Verano interminable, el último título de Zeiger, publicado por Emecé en abril de este año. Mi conclusión, que anticipo en este comienzo, es que los prejuicios no sirven de brújula para adentrarse en la espesa jungla de un texto.
Sin embargo, mi decepción por no encontrar las huellas, las resonancias, los tópicos que había ido a descubrir allí, se vieron compensados por otros hallazgos y por el encuentro de un escritor que, a pesar de contar con varios libros en su trayectoria, yo aún no había leído como autor de ficciones. Sí conocía su labor periodística, pero convengamos en que, aunque existen zonas de pasajes y puentes, infinitos puntos de contacto, el periodismo y la literatura son dos universos vecinos regidos por leyes diferentes.
Una primera e ineludible cuestión es que Verano interminable no es un conjunto de relatos que fueron reunidos en un libro, si no que se trata, propiamente, de una unidad, de un organismo que funciona como un todo, vinculando de diversas formas a la mayoría de los textos. Ya sea con un personaje nómade que reaparece en sucesivas narraciones; o con un tema anticipado que se retoma y prosigue bajo otro título, como una continuación o una ampliación de un núcleo en suspenso; o bien conectados por el marco que forma la estación estival, la proximidad entre Buenos Aires y la costa uruguaya, el perfil de los personajes que pueden reconocerse tan contemporáneos como indiscutiblemente porteños.
Fotografía de Sebastián Freire
En "Lucía y el mar" asistimos a la convulsa historia de amor entre el narrador y una mujer ("más mi sabatiana Alejandra que mi cortazariana Maga"), que transcurre a lo largo de décadas, dando cuenta de los cambios de ambos, que se reflejan especialmente en sus puntos de vista respecto al modo en que debe leerse a Freud. También corre un aire de psicoanálisis en "El hijo póstumo" y el personaje de Matías, fillo posttiumo, quien decide publicar los casos clínicos registrados por su padre ausente, en la completa acepción del término. Extraordinario y simbólico es el personaje de "La noche de Ricky Mansard", conductor televisivo durante la época de la dictadura, que después de años de ostracismo, se juega quizás la última oportunidad para ajustar las cuentas pendientes con el mundo del espectáculo y con la sociedad en una entrevista en un canal cultural del cable. Ácido, tal vez paródico, un derroche de ironía contra los talleres literarios y sus "animadores" me resulta el texto que da título al libro. En él, la escritora Claudia Villanueva se encapricha con prohibirle el ingreso a sus clases al "muchacho de los veranos", un joven polirubro que hace tanto los arreglos de sus casas de Buenos Aires y de Veleros, en Uruguay, como los deberes en su alcoba. "El futuro de la literatura gay", ambientado en parte en el futuro cercano del año 2023, formula una revisión en la pareja de Jorge y Enrique, en la viudez de este último, deslizándose en la "grieta" y en la clásica hipocresía del votante argentino. Las páginas dedicadas a la conversación entre amigos sobre política, desenmascaran con humorismo el mecanismo que nos lleva de los gobiernos populares a los de la nefasta "derecha". Los últimos dos relatos, "Crímenes de Recoleta" y "Veleros", componen un díptico que oscila entre el enigma policial sin resolución, el campo jurídico y las vacaciones de una familia entre las dos orillas de un mismo río-mar. Por otra parte, es inevitable asociar los personajes de varios relatos con referentes reales, buscarles un nombre conocido en el ambiente de la televisión o de la literatura a Ricky Mansard, a Claudia Villanueva, al abogado Juan Manuel Freire, o no caer en la tentación de visualizar a Maru Botana detrás de "la conocida gastrónoma Dolores Cárdenas".
Otra cuestión significativa es que los relatos de Zieger se desprenden de los mandatos de la tradición canonizada del cuento, aquella que fijaron en decálogos o formas semejantes Poe, Quiroga, Chejov, entre otros. Las torsiones, los cambios respecto a esa forma de escribir, se manifiestan en las narraciones de Verano interminable con el desplazamiento del foco, que pasa de un personaje a otro con transiciones explosivas, o que se concentra en detalles ─el Barthes estructuralista diría "catálisis"─, que devienen en digresiones que requieren de atención e imaginación para articularlas con los núcleos del relato. Esto no quita, claro está, que el lector se sienta a veces gratamente sorprendido o desafiado. En menor medida, los saltos temporales y el carácter fragmentario de algunos episodios atentan contra la estabilidad del relato, dejando conflictos abiertos, irresueltos, librados generosamente a la interpretación. Si uno navega por el mar de la literatura aferrado a la tabla conceptual que pule Benjamin en "El narrador", estaría tentado a asociar estos textos al orden de la novela, en el sentido que podrían continuar escribiéndose indefinidamente, desviándose por los resquicios que ostensiblemente quedan abiertos.
De esta manera, antes que complacientes con los lectores cómodos, estos relatos confunden la subjetividad de quien los recorre enrareciendo lo escrito con la irrupción de sentidos inesperados o que quedan en suspenso. Y eso puede gustar o no gustar, como esta reseña que es, en definitiva, apenas el testimonio del recuerdo de una experiencia de un lector chapado a la antigua. Igual que Ricky Mansard, desprovisto como él de cualquier rasgo de melancolía.
22 de julio, 2020
Verano interminable
Claudio Zeiger
Emecé, 2020
208 págs.