En Vida de Horacio Mercedes Halfon continúa explorando las diferentes posibilidades de lo que se ha venido llamando, de manera un tanto equívoca, escrituras del yo. En El trabajo de los ojos el estrabismo de la narradora servía como punto de partida para la construcción de un libro que mixturaba el ensayo, las epifanías y los destellos autobiográficos. En Diario Pinchado la experiencia de un viaje a Berlín desembocaba en una nouvelle que asumía la forma de diario ficcional. Vida de Horacio, en tanto, encuentra su motor de escritura en la figura del padre de la autora. O, mejor dicho, en el anhelo íntimo y algo utópico de recuperar su pasado y retener una voz amada. Algo que, con formatos y resultados dispares, hicieron muchos escritores de la literatura argentina reciente. Mi libro enterrado, de Mauro Libertella, El hijo judío, de Daniel Guebel, El espectáculo del tiempo, de Juan José Becerra, La voz de la madre, de Silvia Arazi, El salto de papá, de Martín Sivak, Volver a donde nunca estuve, de Alberto Giordano, Efectos especiales, de Marina Mariasch, son algunos ejemplos, tan desparejos como elocuentes, de los últimos años. Resulta llamativa la cantidad de textos publicados en torno a figuras paternas y maternas en la última década ¿Indagaciones en torno a la propia identidad? ¿Voluntad de ser hijo hasta las últimas consecuencias, con todo lo que ello implica? ¿Necesidad de refugiarse en el propio relato familiar ante la crisis de otras formas de comunidad?
Como en los libros anteriores de Halfon, Vida de Horacio se deja leer, ante todo, como una escritura íntima de la indagación. La vida del padre se presenta como un enigma, de imposible resolución. Una cita de Roland Barthes incluida sobre el final del libro puede leerse casi como una declaración de propios principios éticos y formales: “Se fracasa siempre en hablar de lo que se ama”. Lo sabe cualquier persona que haya amado: no hay nada más difícil que escribir el sentimiento amoroso; la cursilería y los lugares comunes acechan, amenazantes. Vida de Horacio se hace cargo de este inevitable fracaso como punto de partida y hace de esta imposibilidad su estética. Al padre se lo graba, se lo escucha, se lo recuerda. Incluso se lo corrige. Pero solo se puede escribir sobre él de manera tentativa, fragmentaria, menos deudora de las seguridades de la narrativa realista que del paso cauto y tentativo del ensayo.
Este parentesco con el ensayo es una de las características de las narrativas del yo. Con su forma laxa, capaz de devorar textualmente casi todo (narrativa, poesía, filosofía, anécdotas, crítica literaria), estos textos parecen ocupar el lugar de texto omnívoro que la novela tuvo durante los siglos XIX y XX. Pero si la novela fue el género mastodónico por excelencia, estas escrituras suelen trabajar con formas breves, ajenas a cualquier pretensión de totalidad. Como si el yo contemporáneo sólo pudiera escribirse apelando a minuaturas. Los textos de Halfon, que bien admiten ser leídos, por el momento, como una trilogía, no dan cuenta de la totalidad del tiempo perdido sino que la propia biografía (“real” o ficticia) se presenta como una colección de narraciones fragmentarias: la narración de la enfermedad, la narración del viaje, la narración del padre.
A diferencia de libros como En el corazón del daño, de María Negroni, la narradora de Vida de Horacio no cae en la facilidad un tanto patética del ajuste de cuentas hacia el progenitor. Más bien, lo que se va construyendo, fragmento a fragmento, es una novela familiar en miniatura. Y, si toda narrativa de padre al menos presenta dos historias (la del padre y la del hijo o hija), aquí la perspectiva adulta no se permite construir una voz eternamente quejosa, ingrata, adolescente en su adultez y más allá. No es poco, en una narrativa argentina actual asediada, desde hace añares, por el síndrome de Peter Pan.
17 de enero, 2023
Vida de Horacio
Mercedes Halfon
Entropía, 2023
172 págs.
Fotografía de Catalina Bartolomé.