Vida de maniobras, el último libro de Mariano Dupont (Buenos Aires, 1965), nace a partir del compendio y la intervención de una serie de cuadernos de notas escritos en los últimos años. Mezcla novela en clave y puesta en abismo, se trata de un libro que entrelaza experiencia con imaginación, que puede ser leído como el diario neurótico de un grafómano.
Alter ego distorsionado y exacerbado del propio Dupont, el narrador de Vida de maniobras, un grafómano triste con aires de dandy, lucha denodadamente con el lenguaje –con “sus trampas, sus tretas, sus espejismos”–, con el objetivo de sacar a flote una novela. Sumido en un mar de dudas, pero con una certeza, consciente de que lo que no avanza se estanca, y lo que se estanca, muere, este hombre escribe. No hace otra cosa. En su casa, en el auto, en la calle, en cafés, escribe, escribe y escribe.
En la primera parte del libro, la escritura (la lucha con el lenguaje) se ve atravesada por el vínculo del narrador con dos mujeres. Con Silvia, su pareja, y con su madre. Silvia, su pareja, lo acusa de resentido y lo interrumpe de forma constante –corta su inspiración preguntándole nimiedades; cosas como, por ejemplo, qué van a comer, si van a salir a pasear, etcétera–, mientras que la madre, por su parte, parece ser la única dispuesta a escuchar los divagues del hijo –de este hijo un poco loco que le tocó en suerte– en torno a la infructuosa escritura de la novela. En la segunda parte, la lucha con el lenguaje se ve afectada por la sensación del narrador de estar siendo observado por los vecinos, que se funden y se confunden, y por el ojo hostil, un ente que parece nutrirse de fuerzas oscuras –prurito, indecisión, falta de autoestima– y amenaza permanentemente con cortar el flujo de la escritura. Mientras que en la tercera y última parte, la lucha con el lenguaje se intensifica y pasa factura (la tristeza y el cansancio se acrecientan), pero aun así, a su modo, la novela parece salir a flote.
De una parte a otra cambia el paisaje, cambian los personajes y los interlocutores. Cambia el estado de ánimo del narrador y cambian incluso los cuadernos en los cuales escribe (Moleskine, Talbot, Meridiano). Lo que no cambia es su obsesión por el lenguaje (por la escritura, por la novela) y el Staedtler HB, un lápiz –siempre el mismo– con el cual ejerce una esmerada caligrafía (“cuido el trazo, como siempre: letra impecable, perfecta”).
En medio de esta deriva, surge una idea: la salida, si es que hay salida, quizá radicaría en hacerlo mal. Escribiendo mal. Incluso, si fuera posible soslayar el ojo hostil, su hostigamiento, escribiendo malísimamente mal. “Si todo escritor se lo permitiera, aunque sea en un solo libro, ser el peor escritor del mundo, si al menos lo intentara, la literatura tal vez no sería tan mala. Darle la espalda al maldito Ideal. Escribir –al menos una sola vez– de la peor manera posible. Tal vez de ahí salga un buen libro”.
Hacerlo mal, entonces, aparece como una alternativa concreta, pero hay dos fantasmas que acechan: los lectores y la literatura. Ese ser “indolente, perezoso, falto de sensibilidad, de inteligencia” llamado lector es un asunto para este escritor que puede tener muchas dudas, pero tiene bien claro lo que no quiere. “No encerrarse jamás en la cajita forrada de algodones de la literatura. Cuidarse de eso, no caer en esa trampa. A no engañarse, a no mentirse”.
No al ornamento. No a la decoración excesiva. Esos parecen ser los lineamientos de su escritura. No a la destreza, no al regodeo, hacerlo mal, mostrarse en la peor luz (como decía Dogen), evitar caer en la literatura, escapar de la pompa (“Hay que detectar la pompa y rajarle. Salir para otro lado”) pero con cuidado porque “del otro lado puede estar el doble, la contracara de la pompa, la antipompa”.
Entre la literatura y el lector, la pompa y la antipompa, el margen de maniobra en Vida de maniobras se vuelve cada vez más estrecho. Cada paso entraña el riesgo de caer en la trampa que espera, paciente y con los brazos abiertos, en la vereda de enfrente. A pesar de eso, y a pesar del asedio del ojo hostil, en lucha encarnizada con el lenguaje, este hombre avanza en la escritura de la novela. Avanza, a pesar de las mil dudas que lo carcomen, aun sabiendo que “una vida entera dedicada al lenguaje no alcanza para conocer mínimamente al lenguaje”. A pesar de la ciudad, de la naturaleza y sus accidentes, que conspiran contra la escritura (“Por la vereda del bar pasa un culo terrible. ¡Me distraigo!”), con empuje, “con fe, con esperanza” y a fuerza de escritura y reflexión, avanza. Sobreponiéndose al cansancio, a la tristeza, a los intentos de boicot (de la pareja, de los vecinos) y autoboicot; tratando de ser fiel a sí mismo, a su propio espíritu, sin miedo a desafinar y aún a riesgo de seguir perdiendo amigos, parejas y lectores, palabra a palabra, línea a línea, avanza, llenando, maniáticamente, páginas y páginas, cuadernos y cuadernos.
“Escribir un libro es una actividad solitaria al alcance de prácticamente nadie y que mientras sucede bordea la locura”, supo decir alguna vez Carlos Busqued. Cómo hacerlo, es la pregunta. Cómo sobrellevar esa actividad solitaria que bordea la locura, ese parece ser el interrogante que sobrevuela esta novela de Dupont. Una novela extraña y original, que, en su particular cruza de diario, roman à clef y mise en abyme,trabaja notablemente, con agudeza y con gracia, en la siempre porosa zona de frontera entre vida y literatura.
15 de noviembre, 2023
Vida de maniobras
Mariano Dupont
Editores Argentinos, 2023
182 págs.