Son tiempos de bonanza para los lectores de María Moreno; apenas unos meses después de la publicación de Pero aún así sale una nueva edición de Vida de vivos, su colección de entrevistas. La original fue publicada en 2005; la versión ampliada contiene sus encuentros con varios integrantes más de lo que Ernesto Camilli llama el circo argentino. Moreno se confiesa contenta con la oportunidad de reeditar el libro: en el prólogo escribe, “Siempre me parece que tengo unas páginas que agregar”. A pesar del subtítulo, que insiste que estos son “retratos sin retocar”, enmendar lo existente es su operación fundamental como autora: dando vueltas a los discursos de sus personajes –a los propios cuando escribe en clave autobiográfica– Moreno insiste que la realidad es siempre más compleja que cualquiera de sus versiones. En El Petiso Orejudo, el asesino en serie es, a su vez, víctima del positivismo del Estado argentino, las pretensiones científicas de los policías y médicos apenas disfrazando su morbo. En Oración, Moreno pone en tensión la “Carta a Vicki” de Rodolfo Walsh con las versiones de otros testigos de la muerte de la joven militante para hacer preguntas incómodas sobre la verdad que puede plasmar una leyenda no estrictamente verídica y la difícil tarea de representar las atrocidades de la dictadura militar.
No se trata de desmentir la versión comúnmente aceptada, sino de ir más allá de ella. Es una operación que se ve en las entrevistas de Vida de vivos. En la introducción a “El cielo más difícil”, su nota sobre el fotógrafo Alejandro Kuropatwa, Moreno deja traslucir cierta antipatía a ese tipo que «me hablaba como si se estuviera grabando para la posteridad su parloteo de hombre de mundo». Sus comentarios malvados sobre las mujeres de la farándula argentina son entretenidos, pero como sujeto se muestra poco dispuesto a hablar en profundidad: por momentos Moreno sugiere interpretaciones psicológicas de su trabajo y Kuropatwa responde con desconcierto o rechazo. “No, mamá”, dice, “psicótico tampoco soy”. Sin embargo, después de la muerte del fotógrafo el registro de Moreno cambia: encuentra en su exposición Mi amor una mirada profunda de la vida y reconoce el valor de su convivencia con el VIH. “En eso”, escribe Moreno, “el célebre niño malo fue, lo supiera o no, generoso hasta el punto de que quienes hoy conviven con el virus pueden quitar a la expresión `sobrevida´ las primeras dos sílabas”. Para rematar, Moreno revela que ella recortó brutalmente la cita donde Kuropatwa negó ser «psicópata»: en realidad, en ese momento él habló detenidamente y con mucha sinceridad sobre el fallecimiento de su padre. Ahora Moreno reproduce la cita completa. Su montaje de la entrevista presenta el personaje público y después lo matiza. Le reconoce una humanidad más compleja.
Parte del encanto de Vida de vivos es la participación de Moreno como personaje. No falta la autobiografía en su obra, pero hay algo en el eterno presente del diálogo en estas entrevistas que la acerca aún más al lector. Ya es célebre la anécdota de su enamoramiento con Silvina Ocampo y su arrebato al no ser correspondida: “`Yo soy más linda que Alejandra Pizarnik', le contesté y me fui dando un portazo”. El libro está repleto de momentos igualmente entretenidos: su complicidad con un amigo periodista mientras suben al departamento de Silvina Bullrich, chismoseando sobre la autora best-seller y su amigo Manuel Mujica Lainez; sus esfuerzos para seguir el ritmo de Marta Minujín, quien le responde sus preguntas por un megáfono mientras dirige la instalación de una obra, un par de “piernas metálicas gigantes”, en el Museo Moderno.Vida de vivos es quizás el más divertido de sus libros.
La presencia de Moreno como personaje también permite al lector observar la relación de su voz como autora con la que emplea en la vida. Como hizo después Pedro Lemebel, Moreno logra acercar la oralidad a la palabra escrita. En “Entre nos”, su introducción al libro, escribe sobre el conventillo de su infancia en “La calle San Luis, una frontera difusa entre el Once y el Abasto” –un territorio ya familiar a lectores de Black out–, el lugar donde aprendió el oficio de cronista y realizó sus primeras entrevistas. Un espacio tan determinante en su vida como era el Zanjón de la Aguada para el chileno: se volvieron autores por medio de afinar el oído entre el barullo urbano. Tal es así que el barroquismo verbal de Moreno es una reivindicación de la riqueza del habla popular.
En las entrevistas de Vida de vivos es una señal de su estima por un sujeto si Moreno interviene poco, como en el caso de sus notas sobre la gran militante trans Lohana Berkins. “Es una paradoja”, concluye, “que Lohana Berkins tenga que ir a la escuela cuando no cesa de enseñar”.
En Black out y las elegías que cierran Pero aún así, Moreno retrata el mundo de los bares que compartía con sus compañeros en las redacciones, casi todos varones. Los entrevistados de Vida de vivos son bastante más diversos; juntos, suministran otro marco para contextualizar su trabajo. En un pasaje de lista que va de Silvina Ocampo a Lohana Berkins, María Moreno también se encuentra entre sus pares.
18 de septiembre, 2024<
Vida de vivos
María Moreno
Random House, 2024
576 págs.