A veces es preciso que un golpe de dados llegue a abolir el azar, uno como el que habilitó a Marcelo Fox a salir de su inexplicable letargo. Uno se pregunta cómo es que un escritor de culto, un fanático de profesión, un diletante indiscreto, un nazi y un comunista en partes iguales, un polemista desbordado y un decapitado ignorante llega a vivir tanto tiempo a la sombra; cómo puede ser que un autor de dos obras absolutamente geniales y de difícil clasificación que llevan por título Invitación a la masacre y Señal de fuego no haya alcanzado a reeditarlas oficialmente nunca más; por qué un amigo tan recordado (y a la vez temido) por Laiseca, siendo a la vez un parroquiano habitué de la “manzana loca” porteña, entre otras excentricidades de diverso calibre, no ha sido hasta hoy materia de análisis y discusión en algún antro académico, o coloquio o tal vez en un eventual simposio.
Se puede afirmar sin miedo al error que su exhumación se debió a la gracia conjunta de Matías H. Raia y Agustín Conde De Boeck, artífices de alto calibre que trabajaron incansablemente “al alimón” hasta lograr revivir al monstruo. Y su trabajo es un prodigio de la ingeniería: a través de testimonios, material gráfico desclasificado y numerosas muestras de la escritura de Fox, los autores intercalan junto al acervo figurativo una suerte de voz descolocada, sin centro evidente, omnisciente de a ratos, capaz de propiciar silencios seguidos de elucubraciones macabras. El libro es un policial hors série que se lee como tal: en un principio parece una milimétrica pesquisa, pero al final es más que eso; se trata de una invocación, un ritual que de forma espiralada traza la silueta (primero grávida, luego ingrávida) de Fox y nos acerca delirantemente a la dimensión más profunda de este escritor olvidado. ¿Y cuál es esa dimensión si es que acaso hay una sola?
Actuando como síntoma, la figura de Fox se nos revela como una puerta abierta, como un arco de posibilidades en materia de experimentación narrativa que el tiempo y los malos escritores (junto con el mercado) fueron cerrando, incomunicando, incluso negando a fuerza de prebendas, corrección política y, sobre todo, falta de genio. Y aquí la palabra “genio” retorna como lo no simbolizado, lo ausente, lo que no puede alcanzarse de manera directa. Este genio hace recordar al chiste que tiene a un espectador frente a un cuadro titulado “Lenin en Varsovia”: en el cuadro se ve a la mujer de Lenin revolcándose con un joven del Komsomol en su cama matrimonial. Asombrado, el espectador le pregunta al guardia que custodia el retrato, “Disculpe, ¿pero dónde rayos se encuentra el camarada Lenin?”, y el guardia, sin inmutarse, le responde: “En Varsovia”.
Este es el cuadro de la literatura argentina que nos toca hoy.
24 de noviembre, 2021
Vida, obra y milagros de Marcelo Fox
Matías H. Raia & Agustín Conde De Boeck
Borde Perdido Editora, 2021
220 págs.