En 1998 Rodolfo Fogwill publica Vivir afuera, una novela coral que cristaliza un aspecto importante de su poética: el interés por los personajes marginales y sus prácticas (adultos mayores, desclasados, prostitutas, drogadictos, delincuentes, ex combatientes) durante el declive del menemismo. Los padecimientos -y el goce- que experimentan en sus excesos, en el saberse afuera (o en el límite) de la legalidad o legitimidad, sirven para cuestionar y problematizar los alcances de los valores, las ideas y las acciones del centro (del interior), de la clase, grupo, cultura, (o del Estado mismo) del que están desplazados o excluidos. Dice Fogwill en una entrevista por la reedición de la novela, en 2010: "La expresión "vivir afuera" alude a todo lo que alguien pueda sentir al escucharla. Fuera de la ciudad, fuera de la ley, fuera de las obligaciones cotidianas, fuera de sí".
Con las mujeres que pueblan la Carne viva de Vera Giaconi, editado por Eterna cadencia en 2011, se podría trazar el movimiento inverso al de Fogwill; al margen, en este caso, de lo grosera e inmotivada que resulta mi lectura -puesto que estos textos no comparten siquiera el género (novela por un lado, relatos por otro)- podría decirse que en Giaconi el padecimiento se hace carne en las mujeres que sufren la mirada (las expectativas) de la cultura de la clase media argentina. Sufren, en otras palabras, por no respetar (o por querer respetarlos a toda costa) los "gestos" y las prácticas que surgen del seno de esa cultura, es decir, por vivir adentro de ese conjunto de normas particulares. Y, más precisamente, surgen del interior de la familia, institución que genera las tensiones más productivas y sugerentes para la narración.
En primer término, existe un vivir adentro que es intensamente psicológico y que coquetea con la locura. Las alteraciones psicológicas de Ana Suárez, la protagonista de "Aparecida", producidas por traumas que se insinúan y se mencionan sólo de soslayo, instauran esa vivencia interna que mantiene a raya el mundo objetivo, en una interpretación casi paranoica de cualquier signo externo. La anécdota del relato se centra en la angustia con la que convive Ana una mañana al acudir a su "entrevista" médica de control en la clínica por depresión, o intento de suicidio, o alucinaciones. Nada queda del todo explicitado. El malestar y la incomodidad de la protagonista se mitiga al final, con la aparición alucinatoria de la madre, quien la autoriza para que Ana hable de sí misma, libre de toda presión y miedo. Aparición fantástica, decía, si se trae a colación el hecho de que su madre ha muerto tres años atrás en un "accidente" que involucra un revólver. "¿Con la medicación vas bien?", le pregunta la psicóloga de la clínica, y ante la repuesta afirmativa de Ana, la mujer afirma: "No hay que ajustar nada, entonces". Ajustarse a la expectativa médica y social, por medio de la medicación. Ana tiene y quiere encajar en los límites de la mirada ajena; necesita ajustarse al interior de ese marco. Contrariamente, un típico personaje fogwilliano lejos está de ajustarse a esa perspectiva. En todo caso, tomaría la medicación, claro, pero para un uso recreativo y destructivo, así como para comercializarla y vivir afuera de la ley (por más que en Fogwill, la circulación social o política tenga mucho que ver con la circulación de la droga).
En segundo término, el vivir adentro de Giaconi puede pensarse ya no como un espacio psíquico sino físico, inmobiliario. Me refiero, en principio, al departamento del cuento "Agua helada". Esta narración la estela realista del relato anterior, esta narración -de una ominosidad formidable- se enfoca en la muda relación entre Amanda, una madre divorciada, y sus dos hijas. Por razones desconocidas, las niñas no le hablan a la madre y actúan como si ella no estuviera presente (como si estuviera desaparecida, jugando con el título anterior). Amanda trabaja como cocinera/repostera dentro de su departamento y su estabilidad (u orden) emocional es un efecto del control que ejerce sobre (el orden de) la casa. Cuando las niñas, siempre silentes, mudan el televisor a su habitación, la madre "quiso golpear la puerta hasta arrastrar el televisor y entrar a ese cuarto para devolver cada cosa a su lugar" (la cursiva es mía). Se mezclan y se requieren aquí ambos espacios, psíquico y físico, en el inestable confort de la experiencia privada. Pienso, por el contario, que Vivir afuera discurre en la disputa que se establece lejos de la privacidad de los hogares, en ese caos de voces que se escucha y se confunde en la calle, en el conurbano, con una lengua que, si mal no recuerdo, Juan Becerra llamó un "idioma de intemperie".
El vivir adentro se expresa también en la literalidad y en las connotaciones del barrio privado, al que acuden Gloria, la protagonista de "Tiburón", y Ricardo, su pareja, para un almuerzo familiar. De la escena cotidiana que abre el cuento (la pareja discutiendo una noticia policial enmascaradamente machista, mientras desayunan en la cocina), se viaja hacia otro tipo de interioridad, y signo de exclusividad por excelencia para la clase media acomodada: el barrio residencial, privado, donde vive Maite, hermana de Gloria, y al que acudirá también Leticia, la más chica de las tres. A diferencia de ese trayecto, que Giaconi elimina por intranscendencia narrativa, Fogwill dice haber hilvanado la primera parte de Vivir afuera con los recuerdos de los viajes que hacía por la ruta desde La Plata a Capital: imágenes veloces y de pobre iluminación: la débiles luminarias de los suburbios. Frente a la residencialidad de Giaconi, la periferia en Fogwill: el conurbano pobre, los descampados, la ruta; o las zonas residenciales, pero "infectadas" ahora por los marginales o los traidores a su clase (Wolff, Saúl y Cecilia).
En el almuerzo de "Tiburón", quien está presente en el discurso y la atención de la familia, aunque ausente físicamente, es la "Madre", motor invisible de algunos de los rencores implícitos y explícitos entre las hermanas. A veces silenciosa y otras escandalosamente, los vínculos familiares son la fuente y la razón de los resentimientos y las envidias; por más que en "Tiburón", al igual que en los tres últimos relatos del libro, los conflictos se desarrollen de una manera violenta y manifiesta, la tensión de lo que se juega en la contracara de los hechos visibles (debajo de la punta del iceberg, diría Hemingway) presume una cadena de acontecimientos que se desarrolla en otro plano. Para ser más claros: algo pasa detrás de lo que se ve; y un efecto importante de esos hechos ocultos se dirime adentro; en este caso, en la ebulliciente psiquis de Gloria. "Sonreí un poquito [le dice Leticia], sacate las ideas que tenés en la cabeza y vamos afuera" (La cursiva es mía).
El de Giaconi es un mundo puertas adentro, que suele mirar al exterior con hostilidad. Mencioné antes a la perturbada Ana, alerta frente a cualquier estimulo en su consulta a la clínica; por su parte, la vida familiar y laboral de Amanda transcurre en su departamento; la batalla de las hermanas de "Tiburón" se libra en la casa del barrio privado, y Sofía se desvive por organizar en su casa una habitación adecuada a la condición (desconocida) de su hermana Mónica, que requiere una cama ortopédica, en "La cama en el living".
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
Otro texto y otro espacio merecería la trilogía que cierra Carne viva y conforma la segunda parte del libro. Mientras que el resto de los cuentos se inmiscuyen en los tratos entre madres, hijas, hermanas (y la relación amorosa queda relegada a un segundo plano), los tres relatos finales se centran en el vínculo amoroso de una pareja, Ema y Teo. Sus vaivenes podrían condensarse en un movimiento recurrente y metafórico del libro; o antes que en un movimiento, en un repliegue o retrotraimiento. La depresión que asoma en Ema extrema su dificultad de socialización descrita en fiestas de bautismos, en los preparativos requeridos para almuerzos y cenas con amigos y con Teo. Ema deja de comer y se deshace con mayor frecuencia de su ropa. Luego de un arbitrario enojo con Teo durante una comida, Ema se guarece en el baño y comienza a desnudarse. Teo la interpela, y ella le responde, golpeándose la frente: "-Es que cansa vivir acá dentro (...) Eso pasa". Dejar de comer para volverse invisible ante los demás (como las hormigas de "Bajo la piel", el significativo título del último cuento); carecer de ropa para no tener que salir de la casa, y adentrarse en la cama con todas las excusas al alcance de la mano. La fiesta de bautismo del primer relato de Ema y Teo -"Nosotros"-, supone una abierta exposición a la mirada de los otros; exposición que irá disminuyendo en las cenas en lugares públicos -pero a solas, con Teo-, para terminar en la soledad de la casa y del baño, en el interior de la habitación y de la cama. Desplazamiento de un vivir afuera a un vivir adentro; de nuevo, en términos tanto inmobiliarios, como introspectivos y psicológicos.
De más está decir que la pareja monogámica, en Fogwill, es algo por lo que ni se sufre ni se lucha; quizá lo que predomine en Vivir afuera sea el goce irrestricto del cuerpo, con sus pulsiones, incluso, autodestructivas (equivalente al vivir afuera de la relación heterosexual). Contrariamente, Ema sufre (como también lo hacía Gloria) por no sentirse a gusto en el interior de la cultura de la clase medio-burguesa argentina: ya sea en una fiesta de bautismo, por decidir no ser madre biológica, o por no experimentar placer al estar con su pareja. Pero sufre, insisto, porque esa estructura, algunos de esos valores, se han, de algún modo, reafirmado socialmente.
Vivir afuera supo ser el fresco coral y vertiginoso de una Argentina menemista en decadencia. Globalizada, destruida por las desigualdades económicas, al calor de la publicidad y el marketing, del sensacionalismo de los medios de comunicación, de la violencia y la vigilancia ilegal de agentes del Estado, los personajes de Fogwill viven en una sociedad de consumo superficial y de infoxicación. En Giaconi, ni los medios de comunicación ni el Estado existen; en todo caso, si una noticia, o el uso del celular o el mail surgen, lo hacen en función de una caracterología o psicología del personaje, o a los efectos de iluminar algún aspecto de un vínculo. Los personajes de Fogwill salen a la calle, al encuentro, viajan; y en ámbitos privados gozan también de la extranjería del exceso. Formas que cobran el caos y la crisis institucional, económica y social que tendrá como resultado la represión de diciembre de 2001 (represión que se ejecuta en un afuera, en el espacio público de la avenida de Mayo) y la claudicación del presidente Fernando de la Rúa. La crisis política se vive en la intemperie, y, en la novela, se expresa también en el choque cultural (tan heterogéneo como los sociolectos del texto) con el que se convive en la ciudad y en los barrios, en el afuera.
Por su parte, Giaconi publica Carne viva en 2011, recién iniciado el último mandato de Cristina Kirchner; las condiciones económicas del país para las clases populares y medias se mantenían por aquella época (y desde la paulatina recuperación del 2003), relativamente estables y favorables. Este contexto benevolente no hace, sin embargo, desaparecer la política de la escritura. Lo político se ha desplazado, como sus mismos personajes, al interior. Inmiscuido entre los vínculos, en las relaciones de familia y de pareja, en los modos de percibir al otro, al cuerpo, a la mujer, a la maternidad, al hogar.
Cada familia es infeliz a su manera, escribió Tolstoi, atravesada como está, sugiere Giaconi, por la intimidad de la política.
20 de noviembre, 2019