El cambio de siglo viene fraguando una solapada transformación de los modos de leer y escribir de alcances aún insospechados. Aferrarse a modelos caducos puede ser una respuesta atávica de inseguridad y búsqueda de protección, mientras que encaramarse a la novedad, una solución acrítica. La saturación de publicaciones viene a cumplir el viejo anhelo de Lautréamont de un arte hecho por todos, al tiempo que sitúa el campo de las letras como una puja de apropiaciones. Leer lo nuevo en la novedad y no sólo remitirlo a lo ya sabido es una de las tareas más difíciles que debe afrontar el lector. Por su parte, la pregunta ética que afronta el escritor no es qué tomar del otro, sino qué dejar a los que siguen. Una pregunta por el legado. En este sentido, si antes la práctica literaria se parecía a la gestión de una herencia, hoy en día se asemeja a la confección de un testamento.
Estas reflexiones deslavazas vienen a cuento de Vorrh. El bosque infinito, el primer tomo de la trilogía con la que el inglés Brian Catling sacudió los amodorrados cimientos del género fantástico. En tiempos en que la ficción, desplazada por una tendencia documental, parece haber agotado su lugar de privilegio en la literatura, cuando la capacidad de invención se circunscribe a trasuntos de lo biográfico, Catling burla cualquier expectativa con un proyecto henchido de fastuosidad.
Comencemos por el título. “Al noreste de Ejur se extendía la Vorrh, inmensa selva virgen donde nadie osaba aventurarse, a causa de cierta leyenda que poblaba sus boscajes de genios malignos”. La cita pertenece a Impresiones de África, novela de Raymond Roussel de la que Catling toma presados el bosque y la estructura de mosaico para componer su novela. Lo que en Roussel funciona como decorado anodino para la exhibición de prodigios, toma aquí un protagonismo ubicuo, a punto tal que las tramas giran en torno a él. El Vorrh es un bosque inconmensurable enclavado en el corazón de África, más antiguo que la humanidad, que tuerce el tiempo y borra la memoria y del que se dice que en su centro inalcanzado se encuentra el Jardín del Edén, e incluso Adán y su descendencia desastrada, como los restos olvidados del proyecto de la creación. En su linde, hay una ciudad reensamblada cuyo sostén económico consiste en la comercialización de la madera extraída del bosque.
Dividida en tres partes y abarrotada de sucesos, Vorrh. El bosque infinito pone en escena toda una constelación de personajes. El arquero amnésico que procura ser la primera persona en atravesar el bosque en toda su extensión, para lo cual cuenta con la inestimable guía del arco fabricado con la espina dorsal de una hechicera. El cíclope criado en el sótano de una mansión por androides de baquelita. El fotógrafo que intenta capturar el instante previo a la muerte y el escritor y dandy aventurero (participación especial del propio Raymond Roussel) que padece alucinaciones. Además de una galería de personajes menores: la heredera Sarah Winchester que realiza sesiones de espiritismo en su mansión laberíntica, el enigmático William Withey Gull, médico pionero en el diagnóstico de la anorexia nerviosa y posible asesino serial. Esto sin contar a los guerreros, hechiceros, cazadores, antropófagos y espíritus que pululan por doquier. Ah, y a unos esclavos cuasi zombies que poseen un particular interés por los fetos abortados. Sí, en este vergel animista hay lugar para todo.
“The Cyclop”. Performance de Brian Caitling
En lugar de trama, habría que hablar de un mosaico en el que cada pieza mantiene su relativa autonomía, con atención puesta en las descripciones, imágenes y metáforas. Más que por el encastre de las piezas en un todo coherente, la máquina se monta mediante correspondencias solapadas, en ocasiones simbólicas, en otras conceptuales. Catling, que además de escritor es pintor, escultor y performer, modela todos estos elementos como si fueran materia pictórica. Y no es de extrañar puesto que lo escópico ocupa un papel destacado en la novela.
“Surrealismo épico”, la fórmula genérica con la Catling bautizó la saga, viene a sintetizar el halito libérrimo de conjunción heteróclita. La mixtura sin escrúpulos de fantasía, terror, ciencia ficción, gnosticismo y sus respectivas variantes, aproxima la novela (aunque no completamente) al new weird, género nacido en la década del ´90 y que engloba a cultores de la talla de M. John Harrison, China Miéville y Jeff Vandermeer. La apertura a lo otro no se encuentra en la vacilación frente a lo que desacomoda los esquemas perceptivos, sino en las conexiones, en los atisbos de captar una realidad compuesta por múltiples planos coexistentes. Lo fantástico es un efecto del agregado y la realidad, un elemento perturbador.
Quien haya leído a Gene Wolfe o Alasdair Grey podrá matizar los elogios que recibió la novela. Pero no tendrá dudas de que Caitling empuja la ficción a lugares desacostumbrados, exacerba otros más transitados, y con prosa robusta e imaginación desbordada baraja naipes añejos, los reparte en una nueva partida y los renueva en un territorio inhóspito. No es poca cosa querer explorarlo.
3 de Julio, 2019
Vorrh. El bosque infinito.
Brian Catling
Traducción de Pablo González-Nuevo
Siruela, 2018
480 págs.