Un hombre se lanza al océano como quien se atreve a divagar por la incertidumbre de una lengua desconocida, extranjera. Un hombre de mar, un capitán, que se cuestiona, que evoca interrogantes en los que se imbrican tanto su travesía –las congojas de la experiencia– como los giros y las irregularidades que sólo es capaz de modular esa otra experiencia, vívida e intelectual: la del susurro del lenguaje.
Trayendo a cuestas una vida marítima, de la que cuenta navegaciones en ultramar y la cercanía traumática de un naufragio a cincuenta millas de Tierra del Fuego, J. B. Duizeide (Mar del Plata, 1964) diseña en Vuelta encontrada, su último libro, un trayecto exótico, inclasificable, que, con sus guiños a la tradición náutica decimonónica, busca menos la idealización del pasado cuanto la perseverancia de una figura teñida de imperfección heroica: la del marinero estoico.
La vida del taciturno capitán Gonzaga –que de él hablamos– se recoge, con el salvataje del lector, por medio de apartados líricos y narrativos que no respetan el orden cronológico. Como el interminable fluir del océano, las anécdotas del personaje oscilan entre diversos momentos temporales y configuran el impertérrito retrato de este hombre insondable. “No era alguien a quien se le pudiera preguntar acerca de su vida –sostiene el narrador–. Siempre serio, atento a sus deberes siempre, jamás hablaba de cosas que no estuvieran relacionadas con los barcos o el mar. Gonzaga querría convertirse en agua salada, afirmó un marinero viejo que había naufragado con él”. Dislocada la cronología, vemos forjarse, aquí, allá, al calor de una elaboradísima lengua poética, la soledad de Gonzaga en sus mozos años como piloto, como marinero burlado o capitán irrefutable; somos testigos, incluso, de sus instantes postreros como jefe de embarcación, forzado al retiro. Vemos forjarse, así, la soledad de este hombre –que es la de todos los hombres–, y que ha recorrido, en incontables barcos, los inescrutables siete mares– que son, en verdad, uno solo.
En términos náuticos, la vuelta encontrada describe la cercanía –algo peligrosa– de dos barcos que rumbean hacia trayectorias opuestas. Viaje, peligro, direcciones contrarias. El desencuentro en los innumerables viajes de Gonzaga –que son, a su vez, cifra de único viaje: el identitario– es múltiple: poco comunicativo con los otros marineros o con sus subordinados, con las mujeres prostibularias, con los hombres de la llamada “tierra firme” (leguleyos que se afincan en convenciones legales, en papeles que se achicharran en la majestuosidad del agua oceánica) y, sobre todo, desencuentro, distancia consciente, respecto de las capacidades del lenguaje.
Entre sus saberes náuticos y existenciales a Gonzaga no se le escapa la porosidad, la endeble musculatura de la lengua. Conoce, afirma el narrador, “lo que es el tráfico de palabras. Sabe que el mar gasta las palabras tal como gasta la roca hasta volverla arena, aire en el aire, fuga en fuga. Otra cosa es siempre dicha. Jamás lo sucedido, lo ido. Si es que se encuentra o se erige algo con palabras, no es sino viento, sal, espuma, noche”.
Las aventuras de este callado antihéroe no revisten, claro, la limpidez de las peripecias decimonónicas; por el contrario, están henchidas de la angustia líquida que supo desesperar al siglo XX. Gonzaga deambula generalmente por la cubierta (pero sobre todo por los ásperos rincones de su mente) dictando órdenes claras, rumiando por dentro un malestar, un recuerdo; su talante férreo disfraza la turbulenta procesión interior. Como diría Conrad: no pretende ahogarse, sino nadar hasta hundirse. Persigue, en el fondo de sí, la palabra justa que nombre, definitivamente, la experiencia, su pasado, su presente, su futuro. Mientras tanto, la búsqueda persiste y las coordenadas apuntan a horizontes lóbregos. Afirma el narrador: “Todo barco lleva, desde el momento mismo de su botadura, una carga de oscuridad. Todo barco”. Todo barco, como quien dice todo hombre.
26 de julio, 2023
Vuelta encontrada
J. B. Duizeide
Leteo, 2023
192 págs.