“Realismo” es una de esas palabras que, desde hace décadas, goza de un desprestigio generalizado en nuestras letras, casi siempre asociada a la ingenuidad teórica o al stalinismo estético. Categoría difusa si las hay, lo cierto es que “realismo” es usada con frecuencia como una forma de bajarle el precio a algunos textos, fulminados bajo el rótulo vergonzante. Sin embargo, también podría hablarse de una tradición de realismo diferente al modelado a imagen y semejanza de las narraciones de la primera mitad del siglo XIX, un realismo experimental, no pocas veces formalista, que bien podría incluir los nombres de Joyce, Faulkner, Arlt, Pavese, entre tantísimos otros. Una tradición de escrituras audaces en sus apuestas formales que incluyen en su programa estético una fuerte referencialidad. Una tradición heterogénea en la que se inscribe Y zonas aledañas, la última novela de Esteban López Brusa.
Como tantas ficciones de lo que hasta no hace mucho se denominaba industria cultural, Y zonas aledañas aborda el universo carcelario. No lo hace con ese esquema usado hasta la saturación, en el que un protagonista de clase media se hunde en el barro de la marginalidad (Tumberos, El marginal, Okupas), bajo los ropajes de un relato de iniciación. La novela escapa a este show del horror desde lo estrictamente formal. Entre sus aciertos está el recurrir a la focalización múltiple y al indirecto libre. Como señaló Juan José Becerra en un lúcido artículo sobre Guanaco, los narradores de López Brusa viven en el interior de la historia como compañeros, no como jueces ni como televidentes extasiados ante el horror ajeno. Los narradores de Y zonas aledañas son parte de un universo de personajes integrado, sin excepción, por hombres y mujeres al borde de la pobreza, obligados a trabajar precariamente para subsistir: una empleada en una oficina de transporte maltratada por pasajeros, vendedores, parrilleros, buscavidas. Como pocas producciones en nuestra literatura, la de López Brusa dignifica en términos estéticos ambientes frecuentemente olvidados por nuestra literatura, tantas veces fascinada por las angustias y pesares de la clase media acomodada.
Ya desde su título, lo que se hace presente en Y zonas aledañas es menos una estilización de la marginalidad que una estética del margen. El penal de Magdalena es un centro al que la narración poquísimas veces entra. El foco, precisamente, está en esas “zonas aledañas” a la vida estrictamente carcelaria y en los trabajos y mercados que la orbitan: una hostería, un parador rutero, una empresa de combis. La cárcel en sí misma funciona, en términos narrativos, en un fuera de campo ominoso, y lo que presenta la novela son, más bien, las existencias atravesadas por ella.
De estructura fragmentaria, la novela oscila entre un narrador en primera persona (Bruzzone, el chofer de una combi que hace viajes al penal) y uno en tercera con focalización sobre una multitud de personajes vinculados entre sí (un amigo de Bruzzone, dos hermanas sumidas en una relación de amor-odio, un hombre que va a visitar a su nieto al penal, etc.). A diferencia de tanta narrativa centrada en un yo embriagado de solipsismo, Y zonas aledañas se interesa en la vida compartida, haciendo de lo comunitario su forma literaria. Están presentes, claro, la desigualdad, la injusticia e, incluso, la brutalidad, pero no hay nada, sin embargo, de cinismo arltiano. La humillación entre humillados no es la ley única, sino que, por el contrario, lo dominante es la fraternidad. Una fraternidad presente no sólo en la colaboración entre personajes que necesitan de otros para sobrevivir, sino también en el tono de un relato que no le escapa al registro de la ternura.
Introduciendo múltiples giros orales (“me rebotaron”, “se ve que”, “si pinta así”), López Brusa jamás cae ante las tentaciones del populismo estético; tampoco, en su complejidad, en el mero regodeo de las formas ¿Estamos frente a una suerte de formalismo popular? En todo caso, la novela se ubica en una zona de la literatura argentina que mixturó, con felicidad, el habla popular con el rigor en los procedimientos. Una tradición que, posiblemente, haya dado sus mejores frutos en poesía antes que en narrativa. En el lirismo controlado, la fragmentación y la variedad de recursos estilísticos, se hace presente la sombra de Juan Rulfo, quien es homenajeado en las últimas páginas.
Con perfil bajo, ajeno a los mandamientos epocales y apegado a un realismo con huellas modernistas, Esteban López Brusa está construyendo una obra exigente que, libro a libro, va ganando en complejidad. Su última novela no es la excepción. Con un virtuosismo formal que jamás va en desmedro de la sensibilidad, Y zonas aledañas es una de las grandes novelas argentinas publicadas en los últimos años.
26 de junio, 2024
Y zonas aledañas
Esteban López Brusa
El morro, 2024
267 págs.