Los relatos de Sergio Chejfec suelen bordear una zona inestable. A la hibridez formal que difumina los contornos entre crónica, ensayo y novela, y a la ambigüedad de sentido característica de sus enunciados, se agregan unos personajes como maquetas vacías, que trazan recorridos improductivos por lugares periféricos. Se trata, en definitiva, de exploraciones tentativas, donde el acento puesto en la interrogación y la incertidumbre sustituyen el énfasis y la seguridad de las respuestas. Por esto, es decir, por la dificultad para fijar coordenadas en terreno resbaladizo, y por el lugar de excepción que esa obra ocupa en el panorama literario contemporáneo, hacía falta un esfuerzo integral que diera cuenta de su recorrido; la publicación de Andares vacilantes. La caminata en la obra de Sergio Chejfec, adaptación de la tesis doctoral que Liesbeth François defendió en la Universidad de Lovaina (Bélgica), viene a llenar ese vacío.
A pesar del consenso crítico que existe en torno al valor de la literatura de Chejfec, hasta el momento esto no se había traducido más que en una abundante cantidad de papers, que resaltan algún aspecto considerado relevante de su estética. Destaca, sin embargo, Sergio Chejfec: trayectorias de una escritura (IILI, Universidad de Pittsburgh, 2012), el volumen de ensayos críticos dirigido por Dianna Niebylski, en el que quince autores de diferentes nacionalidades desbrozan la complejidad de la obra hasta entonces publicada por el escritor. Salvo este antecedente, Andares vacilantes es el primer ensayo orgánico sobre el autor de Los incompletos.
Liesbeth François parte de una constatación tan obvia como ineludible: los personajes y narradores de Chejfec caminan. La escena inicial casi siempre parte de la gestación del escrito, de su condición artificial, que permite la puesta en marcha del relato y se enlaza a la actividad de la caminata. El carácter reflexivo –dilatado, moroso– de la narración encuentra en la caminata el empleo de una sintaxis en común. La deambulación, en otras palabras, es correlativa a las circunvoluciones del pensamiento. Por lo tanto, el uso diferencial que Chejfec hace de la caminata, el diálogo que establece respecto de la tradición de caminantes, permite trazar un recorrido que atraviese toda su poética. Articulado en torno a tres ejes –“la caminata como representación del mundo narrado, como símbolo socio-cultural, y como paralelo de una concepción de la escritura”– y haciendo foco en tres novelas –El aire, Boca de lobo y Mis dos mundos–, el ensayo da cuenta de las operaciones efectuadas “sobre los imaginarios histórico-literarios de le la caminata”.
La tradición de la caminata cuenta con ilustres y disímiles ejemplos, que van desde los filósofos peripatéticos y sus “enseñanzas móviles” hasta el “giro introspectivo” que le impregna Montaigne, siguiendo por Rousseau y el paseo como “principio estructurador del discurso autobiográfico” o como “método de descripción estética del paisaje” en la literatura romántica. Baudelaire y Walter Benjamin representan dos mojones insoslayables. El primero captó la figura del flâneur como un esteta a contracorriente del vertiginoso ritmo de la modernidad; mientras que el segundo, le dedicó un ensayo en el que sostenía que la modificación de las condiciones sociales había producido un desplazamiento que dificultaba la experiencia estética, dando lugar a una versión acrítica de la flânerie. Pero no es sino hasta el siglo XX cuando se efectúa el pasaje de la contemplación a la acción concreta. La promenade que realizan los surrealistas tiene por objetivo explorar, mediante el trazado azaroso de los recorridos, el “inconsciente” de la ciudad, sus zonas ocultas o menos transitadas, y deshacer los trayectos rutinarios. La dérive situacionista, en cambio, busca una redistribución del espacio urbano en base al valor afectivo. El repaso somero quiere dar cuenta de que, en sus variadas formas de presentación, la caminata ha estado asociada o a una mirada celebratoria y autoindulgente, o de plena confianza en sus potencialidades críticas. La “fricción” entre este imaginario de la caminata y una lectura crítica del presente es el meollo que Liesbeth François encuentra para trazar las coordenadas de la “apropiación creativa” que Chejfec lleva a cabo.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
En El aire (1992), la incapacidad de Barroso para incorporar las drásticas transformaciones del espacio urbano produce un quiebre del pacto entre la actividad de la caminata y el diálogo con el entorno, al no poder, precisamente, trocar sus impresiones en experiencia. El espacio irreconocible, pauperizado, rehúye cualquier intento de aprehenderlo, y la caminata, de este modo, se convierte en una “actividad automática”. En sus recorridos por zonas indeterminadas –descampados, baldíos–, el narrador de Boca de lobo (2000) y su pareja, una obrera llamada Delia, trazan una cartografía alternativa al espacio estratificado de la fábrica. Sin embargo, las promesas de un régimen de circulación diferente son rápidamente desarticuladas por la apropiación violenta que el narrador realiza del discurso y cuerpo obrero. La caminata como utópica, parece decirnos, no tiene lugar en el mundo contemporáneo. El narrador de Mis dos mundos (2008), por su parte, refiere un acuciante desinterés respecto de las dos actividades que estructuran su vida: escribir y caminar. Oscilando entre “dos mundos”, esto es, entre “el caminante como creador” y “la caminata como disolución”, el narrador somete ambas posiciones a una mirada crítica, deteniéndose un paso antes de solidificar una nueva posición. La ambigüedad, de nuevo, es el registro que predomina en Chejfec.
No tanto la saturación (como decía Benjamin), sino la invariabilidad de estímulos en un mundo homogeneizado es lo que decanta en la indiferencia de los caminantes, que se presentan, en este sentido, como “esclavos culturales del pasado”. La deambulación se presenta, entonces, como un recorrido de múltiples pliegues temporo-espaciales. Conviene, en todo caso, no asimilar tan rápidamente el relato al desarrollo de una caminata. No habría que perder de vista que el verdadero protagonista de los relatos de Chejfec es el narrador, esa figura medio espectral que tiene la capacidad de destacar, reordenar, o rectificar el material, y que, por lo tanto, el trayecto, además de una forma de inscribirse en el espacio, es la representación del pensamiento.
Eludiendo el lastre en el que muchas veces resulta el racconto bibliográfico inherente a un trabajo académico en aras de una erudición hoy en día caduca por el uso de los buscadores web, la exhaustividad de Andares vacilantes puede crear la ilusión de agotar la totalidad de los vericuetos de la obra de Chejfec; queda pendiente, en todo caso, complementar este minucioso acercamiento con la preponderancia cada vez mayor de la noción de documento como garante de la experiencia y fundamento de la ficción.
Lo dicho: la obra de Chejfec bordea la inestabilidad. La única afirmación que arroja algún tipo de seguridad en este trayecto de vacilaciones es que los caminantes de Chejfec no sufren de pies planos. Así parece.
27 de febrero, 2019
Andares vacilantes. La caminata en la obra de Sergio Chejfec
Liesbeth François
Beatriz Viterbo, 2018
308 págs.