El trazo como epifenómeno de lo percibido, el abandono de la perspectiva, la dislocación de planos, el contrapunto armónico de puntos y líneas, el caos de manchas, la abstracción geométrica, la alteración de materiales y soportes... Con el paulatino desprendimiento del referente iniciado al menos desde Cézanne, la pintura fue gestando su propio agotamiento y caducidad. Relegada en lo que va del siglo por expresiones como la performance o la instalación, que cuestionan el estatuto del objeto artístico en provecho de una experiencia de conmoción integral, su lugar en el XXI es cuanto menos paradójico. No se trata de una crisis epistemológica como la ocurrida con la invención de la fotografía, sino de un obstáculo inmanente. El diagnóstico no es ninguna novedad. En 1998, el crítico Boris Groys ya había firmado el certificado de defunción: "La pintura contemporánea ya no está capacitada para emular lo que consiguió su homóloga decimonónica, es decir, lanzar aseveraciones acerca del mundo. Los movimientos vanguardistas autoreflexivos y autodestructivos han ocasionado una obsesión en la pintura por su propia 'objetualidad', materialidad y estructuras, hasta el punto que ya no sirve para describir el mundo". A partir de entonces, la pintura ha vivido el reflujo de casi todos los movimientos pretéritos ahora amparados por el prefijo que garantizaba su novedad (neo-expresionismo, neo-manierismo, neo-figuración, etcétera). Una vez llegados a determinado punto, no hubo otra opción que forzar un repliegue. Esta vuelta al pasado (a un pasado que puede ser lejano como el período renacentista o tan reciente como el pop-art) parte de la óptica de su presente; de ahí la revisitación irónica, el pastiche, la mera cita.
Sirva este somero panorama para situar el universo visual de Max Gómez Canle. En las obras del artista argentino hallamos, en efecto, el amplio archivo de la historia de la pintura, aunque al servicio no sólo de la variación iconoclasta o la desjerarquización de valores, sino de la apelación semifantástica a otros mundos. Extractos de facsímiles, láminas, reproducciones de origen bastardo del reservorio pictórico de la tradición, configuran el grado cero de su pintura, y se incrustan en la contigüidad de elementos disimiles del flujo temporal. Ha dicho que en su obra "el factor temporal funciona como un color más". Alumno dilecto de un Hamlet alucinado, Max Gómez Canle pone el tiempo fuera de lugar.
"Suite d´Or", óleo y oro sobre tela
En el proceso de vaciado conviven, en tenso reposo, fragmentos del romanticismo, del barroco y la pintura flamenca, paisajes panorámicos de Cándido López, bordes dentados a lo Raúl Lozza, figuras geométricas de Roberto Aizenberg o piezas de Tetrix. Y para hacer más interesante el juego de citas, también hay referencias a la propia obra. Un cielo plomizo de pronto invadido por placas; conos incrustados en un paisaje rocoso; un cielo nublado conformado por la superposición de otros cielos; aberturas geométricas a un imagen bucólica; monigotes contemplando una cadena montañosa; una torre que nace del huevo que sostiene una mano peluda... La pintura de Gómez Canle es un surtidor de ecosistemas heteróclitos.
Poco importa la referencia de origen, estos paisajes, verdaderas vislumbres de otredades, poseen eficacia propia. El original, una vez perdido su carácter aurático, no es más que una presencia fantásmatica, un punto olvidado en el tiempo de la producción; su huella, lo entrevisto en los pliegues del continuo. La apropiación de estilemas ahora transmutados en parafernalia iconográfica hace gala menos del vandalismo enciclopedista, menos de la fricción entre épocas (como sí ocurre, por poner un ejemplo, en la obra de Antonio Gadea), que de la redistribución del espacio, la apertura a un paisaje no exactamente anacrónico, sino fuera del tiempo.
"Ventana". Óleo sobre tela
Cabeza es el título elegido por Max Gómez Canle para el volumen dedicado a su obra en la novísima colección de ensayos visuales con los que la editorial Excursiones "propone dar a conocer los procesos de producción y pensamiento de artistas argentinos contemporáneos". La propuesta consiste en indagar un eje temático como representación o divisa conceptual del autor en cuestión en tanto modo de adentrarse en su work in progess. Los otros títulos de la colección Block, hasta el momento, son Cielo, de Silvia Gurfein, y Material, de Andrés Sobrino.
Bocetos y apuntes dan cuenta de las permutaciones y variantes que operan en los elementos pictóricos previos a su consumación, y revelan la brecha insalvable entre la intención y el resultado como garantía del arte. La cabeza, dice Gómez Canle, "es donde la distancia entre lo mental y lo perceptivo se pierde". Esa zona indefinida donde brota la imagen permite asimismo alumbrar las mutaciones que se observan de un cuadro a otro. Aquella forma rocosa como una máscara del Ku Klux Klan, y que antes (o después) había sido un cono geométrico, ahora es el interior de una cueva por la que atisbamos un paisaje, o también esas ondas en el agua. Recortar el significante cabeza implica, también, indagar la reversibilidad entre el adentro y el afuera. Ofrecer, en definitiva, los pliegues de la superficie.
En una época donde la proliferación de imágenes y el cultivo hipertrófico del yo hacen roncha, la perseverancia tozuda en un arte una y otra vez acechado por el fantasma de la defunción tiene algo de vocación póstuma. Póstumo en el sentido no de ofrendar los dones a un porvenir inescrutable, sino de balbucear después de haber muerto. Pensar los rudimentos del oficio para renovar apenas el paisaje como quien revuelve en los recovecos de su cabeza es lo que Max Gómez Canle entrega en la forma de un misterio sin enigma.
6 de mayo, 2020
Cabeza
Max Gómez Canle
Excursiones, 2020
48 págs.