Infatigable ratón de biblioteca, docto cercenador de páginas intonsas, Roger Chartier se ha habituado a barrer el polvo del tiempo acumulado en el lomo de la historia. Sus hallazgos, proclamados con modesta sobriedad, parten del recorte nítido del objeto y, con claridad y elegancia en la exposición, peinan a contrapelo voluminosas capas de olvido.
Historiador y miembro prominente de la cuarta generación de la Escuela de los Annales, en sus estudios Chartier coloca el énfasis en la materialidad de los textos y en la historicidad de las prácticas discursivas en que estos se inscriben. Autor, entre varios, de El mundo como representación y La mano del autor y el espíritu del impresor, el francés nacido en 1945 desanda una vez y otra los pliegues de la cultura escrita, de Gutenberg en adelante, sin descuidar las transformaciones en la lecto-escritura de la era digital.
Las obras de Chartier suelen trazar un recorrido con pulso firme sobre un terreno inestable. Aunque su fuerte reside en el trabajo en torno a las modalidades de circulación de los libros, en su más reciente ensayo se aboca a la “geografía interna de los textos”. Cartografías imaginarias –traducción feliz del conciso Cartes et fictions– propone “una genealogía histórica de la presencia de los mapas en los relatos de ficción”. El recorrido, que invierte la flecha del tiempo en busca del precursor más alejado, comienza con la inclusión de un mapa en una edición tardía, la de 1780, de Don Quijote. Hasta entonces, el itinerario del caballero de la triste figura había sido meramente textual, por lo que la incorporación iconográfica plantea una serie de interrogantes que ponen en tensión el estatuto del lenguaje para decir lo real. ¿Qué falta en la lengua que es necesario reponer mediante la imagen? O, por el contrario, ¿qué nuevos silencios habilita esa incorporación?
Si la écfrasis se tornaba ahora insuficiente esto se debía a la avidez cartográfica que suscitaron tanto las expediciones por tierras exóticas como el descubrimiento del Nuevo Mundo. Ya no se trata de ilustraciones encargadas a artistas sino a expertos en la materia. Y, si bien los mapas literarios hacen propio el lenguaje cartográfico de la época, cumplen en cada caso una función concreta que hay que desentrañar.
Mientras que la edición de 1780 de la novela de Cervantes situaba las aventuras imaginarias en un “mundo prosaico, concreto, familiar”; la de 1798 plantea que la “geografía de Cervantes no tiene nada de cartográfica”, ya que sus aspiraciones son literarias, no históricas. Ambas ediciones, sin embargo, aúnan texto y mundo del lector al apostar por la ilusión de realidad.
Llegados a este punto resulta necesario abrir un paréntesis para dar cuenta de la movilidad de las obras. Noción capital acuñada por el propio Chartier en Editar y traducir, y puesta en práctica en este volumen, postula que el libro no es una entidad fija e invariable, por lo que es necesario cotejar distintas versiones en busca de variantes textuales. Así, para Chartier, no existe Don Quijote –como tampoco existe Hamlet o Ulises–, sino, más bien, una pluralidad de Don quijotes proporcionales a los cambios y las alteraciones, a veces nimias, que pueden rastrearse en la migración de formatos o en el pasaje de una edición a otra. Hay que ver, en tal sentido, el celo con que Chartier pesquisa aparentes fruslerías y, más aún, el relato que urde a fin de volverlas cautivantes.
También Chartier organiza solapadamente su propio derrotero cartográfico. El puntapié español del Quijote encauza las genealogías inglesa y francesa de la presencia de mapas en obras de ficción. La primera tiene como postas a Gulliver, Robinson Crusoe, Mundus Alter et Idem y presenta, según el caso, mapas utópicos, satíricos o morales; mientras que la segunda, acaso menos célebre, tiene su origen en la Carta de Tendre inserta en la novela Clélie –un entretenimiento de salón que un grupo de diletantes firmó con el seudónimo de Mademoiselle de Scudéry–, y que, a diferencia de los anteriores, fragua un mapa de tinte alegórico. Si como dice un verso de Alberto Szupunberg, “todo mapa es un engaño pasajero”, habrá que ver qué función ocupa ese engaño en cada caso y cobijarlo mientras dure.
En tiempos en que el avance de los motores de búsqueda la ha vuelto un lujo superfluo de antaño, la elegante, discreta erudición de Roger Chartier importuna con unas maneras de otro tiempo, consustanciales, no obstante, a todo ejercicio crítico sin atajos.
14 de junio, 2023
Cartografías imaginarias (siglos XVI-XVIII)
Roger Chartier
Traducción de Horacio Pons
Ampersand, 2022
168 págs.