¿De qué manera, con qué estrategias, la literatura interroga un presente cada vez más acuciante? ¿Cómo, sin subordinarse a los discursos preexistentes, procura hallar una forma que encarne la perplejidad y el malestar contemporáneos? Más aún, ¿cuál es el punto de intersección entre las grandes preguntas de la época y las responsabilidades personales, allí donde lo general se trama con lo particular? Clima, la tercera novela de Jenny Offill, baraja algo más que una respuesta posible.
Recurriendo a la forma fragmentaria que tan buenos resultados le diera en su anterior novela (Departamento de especulaciones, 2014), Clima compone un patchwork de breves entradas en el que caben tanto la referencia literaria como el detritus de la experiencia y cuyo mayor mérito, según Graciela Speranza, es su “resistencia a resumirse en una trama, sin por eso desdeñarla”. El fragmento ya no es el arma que William Burroughs proclamó como el pináculo de la resistencia contra el sentido unívoco de los grandes relatos. Hoy, con el cut & paste incorporado al quehacer cotidiano, el fragmento responde a la configuración de la subjetividad astillada del consumidor promedio.
Y encabalgada en la forma, Clima entrega un personaje que es muchas cosas a la vez. Lizzie reparte pedazos de sí misma en la nueva economía de la atención. Bibliotecaria universitaria sin título que vive en la frontera de la gentrificación de Brooklyn junto con su hijo Eli y esposo Ben, un doctor en lenguas clásicas que diseña videojuegos educativos. Se hace cargo de su hermano Henry, adicto en recuperación cuyo mundo trastabilla por una incipiente paternidad y, por si fuera poco, acepta responder los e-mails de los seguidores del podcast sobre cambio climático de su mentora académica. Estamos en los albores de la elección presidencial que dará como ganador a Trump. Hay un tufillo a fin de mundo en el aire. Entre la precaución y la paranoia, Lizzie googlea sobre estrategias de supervivencia, sobre dónde refugiarse cuando se derritan los glaciares. Atribulada, intentando sostener los hilos de su vida y de los que la rodean, también se hace tiempo para asistir a clases de yoga y hasta mantener un breve affaire platónico con un corresponsal de guerra.
De algún modo, Offill siempre se las arregla para exponer distintos tipos de colapsos. Si en la novela anterior trataba el colapso de una vida conyugal, en Clima las consecuencias, sin salir del ámbito de lo doméstico, atañen a la humanidad y a las distintas especies. Quizá el gran problema del Antropoceno sea una cuestión de escalas. Sabemos de los estragos del calentamiento global, sabemos que se avecina un final y que no será un tranquilizador final abrupto como el que vaticina el pochoclero cine de catástrofe, sino que, por el contrario, la situación irá empeorando cada vez más. Pero todo esto sucede en otra escala, mientras continuamos con nuestras anodinas rutinas. Hacia el final de la deriva etílica que tiene lugar en Bajo el volcán, la novela de Malcolm Lowry, hay un cartel que dice: “¿Le gusta este jardín que es suyo? Cuídelo”. Offill sabe que es tarde, pero aun así hay que hacerlo. Se trata menos del refugio en el orden de lo íntimo, que del cuidado de aquello que está al alcance de uno.
Quien considere insípida la escritura de Offill, no está leyendo el libro sino imponiendo un preconcepto. La innovación en el lenguaje no siempre debe pasar por el atavío de una subordinada; en el montaje de los fragmentos, en la depurada escritura que equipara lo trivial y lo trascendente, y en la que tienen el mismo valor la inminente catástrofe ambiental y el preparativo de una cena, hay un trabajo notable. En fin, no es poco mérito que la ramplona vida cotidiana alumbre nuevas preguntas y, más aún, dé el tono del clima de la época.
26 de enero, 2022
Clima
Jenny Offill
Traducción de Eduardo Jordá
Libros del Asteroide, 2020
208 págs.