Hay una poesía que lleva a cuestas su propio comentario y hace del ulterior esclarecimiento apenas una mera duplicación. Pero también hay otra, cuyo centro resbaladizo, siempre esquivo, refracta cualquier glosa y posterga el instante de comprender. Para estos casos, más vale apelar a la incomprensión, incluso a la miopía, en lugar de recurrir al sobre lacrado de la interpretación. En esta tónica, Dormancia, el cuarto poemario de Pablo Caramelo, editado por el meticuloso sello El jardín de las delicias, propone una indagación oblicua de la realidad cotidiana.
Sus versos, mustios, lacónicos, no parecen ocultar un programa estético. Sin embargo, puede que, efectivamente, haya uno. El lenguaje, parecen decir, ya no es garantía de una mirada sobre un mundo que a pesar de todo sigue estando ahí. Como a través de un lente astillado, "oleadas de historia se refugian en el poema". Quizá no es el lente lo astillado sino el propio mundo, y el poema sólo procura adecuarse a una forma en perpetuo movimiento.
Dormancia es el reposo en que ingresa un cuerpo para resguardar energía vital hasta la aparición de condiciones más favorables. En este sentido es un mecanismo de defensa y un acto de resistencia. También es la adivinación dormida. Porque el razonado desarreglo de los sentidos que Rimbaud expuso en Carta a la vidente, no tiene ya cabida en este mundo que es en sí mismo un desarreglo ─un "montón de imágenes rotas", escribió Eliot─; y como no existe posibilidad alguna de reunirlo en una imagen coherente, la poesía pierde su mancia, su capacidad adivinatoria ("mi universo simbólico tambalea borracho/ al subir los peldaños de la jurisprudencia literaria", dice uno de sus versos). Aunque esto, en el poemario, no se vive como un duelo melancólico sino como un estado de cosas ("ciertas épocas disuelven oráculos/ como si fueran conversaciones privadas"). Este desmenuzar de la realidad, finalmente, no alumbra una nueva razón ("no somos la sede de una nueva evidencia"). Y el poema, en este sentido, no guarda un lugar de primacía entre las cosas del mundo; su fatalidad consiste en ocupar un espacio junto a otros trastos "y disponer su nulidad a los reflejos".
Cierto gusto por el verso epigramático ("no es culpa de la insistencia permanecer"; "lo que inauguro/ intensifica el sabor de lo que ignoro"), la leve ironía autoconsciente ("ay crepúsculo perdón/ siempre invitado a socorrernos/ en el velorio de la lengua") y un acotado pero preciso elenco de invitados (Hamlet, Celan, Eliot) van articulando "el centro de un orden precario". Y si bien de estos fragmentos no se obtiene una imagen completa, no por ello la realidad resulta menos esquiva. En la dificultad de apresar un sentido último, Dormancia encuentra su escurridizo lugar.
1 de septiembre, 2021
Dormancia
Pablo Caramelo
El jardín de las delicias, 2021
64 págs.