1. No muy a menudo el reseñista se encuentra con obras que desafían sus aptitudes críticas, ponen en cuestión sus herramientas (o taras) conceptuales, y pocas también son las veces que la apelación a la estirpe no logra socorrerlo. Dos Sherpas, la tercera novela de Sebastián Martínez Daniell, es una de esas saludables excepciones.
2. Condenado desde el vamos al fracaso, empecemos con el recurso de la sinopsis argumental. Veamos a dónde nos lleva.
3. Dos sherpas observan el abismo agazapados en una saliente del Himalaya. Un turista inglés acaba de trastabillar y caer por el precipicio. Los sherpas observan su cuerpo descoyuntado.
4. Más que núcleo argumental, la escena es un disparador, punto de intensidad del que parten las series: la genealogía del pueblo sherpa — la historia del sherpa joven — la historia del sherpa viejo — los ascensos (y decesos) célebres del Himalaya —. Cada una de las series se multiplica y deriva en otros tantos relatos, siguiendo no una estructura de cajas chinas o de saltos temporales, sino una lógica proliferante y acumulativa y de intersección de planos narrativos. Como se dice en uno de los capítulos: “todo trayecto encierra ya, de modo latente, la posibilidad de sus desviaciones”.
5. Un ejemplo: Entre las preocupaciones del joven sherpa está el parlamento que debe aprender para la presentación de una obra de teatro como actividad extracurricular en su escuela. La obra es Julio César, de Shakespeare. En capítulos salteados, y de forma independiente, se despliegan las indicaciones que la profesora lleva a cabo con un celo inusual en una obra escolar.
6. Intentemos otro camino. En el verano de 1889, Renoir y Monet, en ese entonces ilustres desconocidos, pintaron el mismo paisaje. O casi. Porque partiendo del mismo disparador –un rincón bucólico a orillas del Sena donde los viandantes burgueses solían pasear su alegría dominguera–, encontraron: uno, el movimiento fugaz de la pincelada y la reverberación de la luz; el otro, el espesor del follaje y el detalle de la intimidad burguesa. Los dos sherpas, entonces, como Renoir y Monet frente a una misma escena.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
7. A diferencia de la pintura, la literatura inevitablemente debe lidiar con la temporalidad sucesiva. Un siglo de experimentos modernistas no ha logrado desechar la concepción de que el sentido surge de fijar un punto en el encadenamiento discursivo. En Dos sherpas cada frase viene después de otra, claro, pero tal es el sorteo de la languidez expresiva, tal (aun en sus excesos) la precisión léxica, tal el arrojo, que parece que entre una y otra mediaría un abismo. Las frases son como la infancia: “una huida permanente del marco referencial”.
8. Un ejemplo: “Ahora mismo (es decir: antes) el sherpa viejo camina y entiende que no siempre hay que dar explicaciones. Mientras recorre la península, resuelve que no es necesario justificarse de forma inmediata. Saluda desde lejos a Coneja y sigue acercándose. Ella lo ve venir, claro; pero parece más preocupada por no cejar en el movimiento mecanizado con que acuna al bebé. El perro ciego aúlla dos o tres veces pero queda claro que es sólo un sistema de alarmas, no de retaliación. Aúlla y se echa en el pasto. Pero lo piensa de nuevo, se arrepiente: se levanta y se aleja. Si el avance del desconocido tiene que desembocar en un ataque en toda regla, prefiere estar lejos antes que sucumbir a la idea de que no pudo defender el territorio. El viejo sherpa sonríe y, de vez en cuando, levanta la mano mientras camina. Cada vez menos: el saludo va perdiendo énfasis a medida que la distancia se acorta. Coneja no le responde pero su expresión tampoco es hostil. Ni siquiera demasiado curiosa, es, más bien, la gestualidad del fastidio leve: alguien que debe enfrentar un problema menor, un inconveniente rutinario. Como si acabase de llegar de la farmacia y se diera cuenta de que tiene que salir otra vez a comprar fungicida. Y así pasan los segundos. Pocos segundos. Hasta que alguien tiene que hablar.”
9. Cada uno de los capítulos rebosa de tiempos muertos y gestos suspendidos. La minuciosidad con que se narra la acción (o su ausencia), atenta no sólo a los desvíos, sino a la lentitud de movimientos, hace que toda la novela quepa entre dos gestos o en un diálogo trunco. Como se dice al comienzo: una espera sin ansiedad.
10. En definitiva (las cursivas son nuestras): “Visto de lejos, un espectáculo magnífico, la lucha de los fragmentos por lograr una identidad colectiva, un único color pardo que defina, que permita nomenclar. De cerca, la maravilla del detalle, del matiz, de la diferencia”.
11. Entre la avidez por comprender y el escamoteo de la forma, la lectura fuerza un límite. Se siente (¿se escucha?) un crujido. Como si uno se asomara al abismo y viera no a un inglés moribundo, sino la apertura a un paisaje inédito.
19 de diciembre, 2018
DOS SHERPAS
Sebastián Martínez Daniell
Entropía, 2018
210 págs.