Si algo caracteriza a la literatura de Stanislaw Lem es su capacidad de modular distintos registros. De libro en libro, pasa del drama metafísico a la parodia filosófica, de la reseña apócrifa a la más rigurosa cientificidad. El paranoico Philip K. Dick llegó a sugerir que detrás del autor polaco no había una persona sino muchas dedicadas al espionaje soviético. Variadas son sus formas y tonos, pero nunca olvidan su horizonte. Porque si bien la literatura, como dice en su biografía, es un "reino de permisividad universal", no está exenta de cierta cuota de compromiso. En este sentido, lejos de la ficción escapista, las fábulas futuristas de Stanislaw Lem buscan incidir en el presente y advertir sobre las limitaciones del conocimiento humano. El congreso de futurología es un ejemplo de ello. Interzona acaba de reeditar, en conmemoración del centenario del nacimiento de su autor y del 50 aniversario de la novela, esta sátira sobre la comunidad científica y sus métodos.
Publicada por primera vez en 1971, El congreso de futurología pertenece ─junto con los relatos de Diarios de las estrellas y las novelas Regreso a Entía y Paz en la tierra─ al ciclo narrativo protagonizado por el astronauta espacial Ijon Tichy. Descendiente del Gulliver de Swift, reúne en su figura el humor, el absurdo y la curiosidad por otras civilizaciones como espejo distorsionado de la humana. En este caso, Tichy recibe una invitación para asistir al Octavo Congreso Mundial de Futurología en la tropical y agitada Costarricania. Mientras afuera se produce un tenso enfrentamiento entre manifestantes y fuerzas del orden, los científicos departen con parsimonia en el lujoso rascacielos donde se lleva a cabo el congreso. El tema es la búsqueda de estrategias a largo plazo para combatir el acuciante crecimiento demográfico del planeta. Aunque la tecnología permite realizar viajes interestelares ─el propio Tichy viene de recorrer la galaxia─ y, por lo tanto, podría pensarse en mudar la civilización a otro suelo, se considera que la astronáutica es "una forma de escapar de los asuntos terráqueos". Tichy, sin embargo, no sabe nada sobre estos asuntos, y si aceptó la invitación fue menos por el interés en la materia que por un leve sentimiento de culpa.
Pronto intenta aprehender la enredada organización del congreso, que no deja de ser una burla de la burocracia soviética. No es sencillo encontrar la sala donde se lleva a cabo determinada ponencia y, si por casualidad se la encuentra, hay que conocer previamente su contenido debido el grado de especialización de la materia. A medida en que suceden los encuentros de Tichy con científicos pintorescos recrudece el enfrentamiento entre el ejército y los manifestantes, que de a poco se va filtrando dentro del hotel. El ejército está probando apaciguar el reclamo mediante métodos no convencionales basados en la farmacología. Psicotrópicos tales como "benefactorina", "empatian", "altruismol" o "felicitol" "obligan a la mente a una alegría y buen humor sin referencias". Los manifestantes los inhalan de los gases que les arrojan, pero Tichy advierte anomalías perceptivas luego de haber ingerido agua de la canilla. Lo invade una sensación sin precedentes: "mi espíritu parecía sumergirse en el más dulce de los pantanos, como si se hundiera en esencias de rosas y azúcares". De todos modos, y a pesar de los pensamientos cada vez más delirantes, una claridad escindida le permite actuar en la realidad a tiempo para salvar el pescuezo. La escalada de violencia, a esta altura imposible de contener, irrumpe en el vestíbulo del hotel. Tichy se oculta¸ junto con otros congresistas y periodistas, en una cloaca, y gracias a las máscaras de oxígeno que encuentran logran evitar la filtración de gases. O casi, porque pronto todos comienzan a padecer alucinaciones que borran las fronteras de lo real. No de modo definitivo, ya que la duda persiste y obliga a Tichy a cuestionarse permanentemente sobre el sentido de lo que está experimentando. Y, de pronto, se produce un cambio de rumbo. Tichy se desmaya y es reanimado, tras un periodo de hibernación, en el año 2039. Y a partir de aquí la novela toma la forma de un diario en cuyas entradas el protagonista intenta comprender lo que sucede, a la vez que da cuenta de los cambios sociales. Ahora hay un sistema de gobierno que basa su éxito en la aplicación de la farmacología. Existe una droga no sólo para cualquier desorden mental, sino para cada antojo; uno puede, por ejemplo, ingerir una "dantina" y creerse autor de la Divina Comedia. La novela ahonda está vía de la mano de Philip K. Dick y Aldous Huxley y llega a conclusiones similares a las de otras novelas del autor de Solarias.
El progreso científico ─postula El congreso de futurología─ no entraña una vida más auténtica y, si bien empuja las barreras del conocimiento, también las confirma. Nada puede ser real cuando existe la posibilidad de manipular la percepción y, menos aún, cuando voluntariamente se prefiere el engaño. Después de todo, la realidad no es sino un delirio consensuado. Ocuparse del futuro, dijo Lem en Summa Technologia, es "examinar las espinas de las rosas aún por florecer". Nuestro tiempo, lamentablemente, conoce un jardín de rosas marchitas.
28 de julio, 2021
El congreso de futurología
Stanislaw Lem
Traducción de Bárbara Gill
Interzona, 2021
128 págs.