En "El lugar del arte y el lugar de la memoria", un lúcido ensayo incluido en Cualquier hombre es una isla: Ensayos y pretextos, Mario Montalbetti sostiene que la memoria posee un lado perverso, "una cierta proclividad hacia la cosificación del recuerdo", en tanto procura "dejar lo recordado en el pasado como forma higiénica de no afectar el presente". Por esto, en lugar de los discursos de reivindicación y culto de la memoria ─que cristalizan el recuerdo sin permitir interpelarlo─ propone "olvidar que no ocurrió nada" y mostrar las heridas.
Lo anterior viene en virtud de El monstruo de la memoria, novela del israelí Yishai Sarid, que no solo muestra, también mete el dedo. Confeccionada como un informe dirigido al director de Yad Vashem ─museo erigido en Jerusalén en conmemoración de las víctimas de la Shoá─, la novela propone una urticante meditación en torno a los modos de construcción de memoria histórica. Quien escribe es un empleado del museo, un historiador especialista en tácticas de genocidio nazi que, debido a los avatares de la profesión, oficia de guía de estudiantes secundarios, turistas jubilados y mandatarios alrededor de los campos de concentración y exterminio que los alemanes situaron en Polonia para que la podredumbre y fetidez no encharcaran la ineluctable marcha del progreso. Su escrupuloso desempeño le granjea el reconocimiento laboral y la asignación de nuevas tareas, tales como: asesorar al ejército israelí en la planificación logística de la toma simbólica de uno de los campos de exterminio a manera de demostración de fuerza del pueblo judío; instruir a los diseñadores de un proyecto de simulación de realidad virtual que aspira a recrear la vivencia en un campo de exterminio asumiendo el avatar de nazi o judío; y colaborar con los reservados propósitos de un director de cine alemán. Incluso recibe consultas de políticos a raíz de la conmemoración del aniversario de la Conferencia de Wannsee, en que representantes de las distintas esferas del partido nazi deliberaron en torno a la "solución final de la cuestión judía".
A pesar del empeño del narrador en indagar más allá de la superficie del tema, se trata, en definitiva, de un trámite burocrático obligatorio, más ligado a la puesta en escena que a la problematización del pasado. En principio, en cada una de estas oportunidades se limita a detallar, según lo convenido, el relato desafectado de los horrores ocurridos. Aunque pronto advierte las reacciones de su auditorio de ocasión, que varían de la apatía a un pérfido nacionalismo; y de esta manera, comienza a discernir su rol mecánico como representante oficial de la memoria. La inflexión confesional del informe permite oscilar entre la presentación del ámbito laboral y la intimidad de la vida familiar y dar cuenta del modo en que ambos, a causa de la reflexión en torno a los horrores perpetrados por el nazismo, van limando la distancia que los separa. De esta manera, a medida que obtiene logros profesionales comienza a producirse un paulatino proceso de enajenación, o de toma de consciencia, en el que repara en la fascinación que provocan los alemanes en todos aquellos que debe guiar o asesorar, sean estos jóvenes o adultos, al punto de que un adolescente judío admite que para sobrevivir hay que "ser un poco nazis". Los alemanes son esbeltos, atractivos, implacables; mejor odiar a los árabes, dicen. Otra de las incómodas razones que esgrime la novela es la reparación económica que, desde 1953, Israel recibe por parte de Alemania.
Entra las muchas cuestiones que la novela plantea ─y de las que se cuida de dar una respuesta contundente─, se alcanza a distinguir el modo en que un pueblo asume la transmisión generacional del relato en torno a un suceso traumático. Si el trauma es ese real que resiste el proceso de simbolización, dotarlo de un sentido coherente implica escamotear su potencia; pero dar cuenta del trauma mediante el acto repetitivo de exhibir cadáveres apiñados, ¿no apunta, en efecto, a normalizarlo? A 75 años de la conquista de Auschwitz por las tropas soviéticas, El monstruo de la memoria advierte, sin maniqueísmos ni victimizaciones, sobre los peligros de considerar la memoria como un monstruo inmutable.
2 de diciembre, 2020
El monstruo de la memoria
Yishai Sarid
Traducción de Ana María Bejarano
Sigilo, 2020
160 págs.