Acaso como el melancólico que se hace uno con la pérdida del objeto amado, Kawabata siempre fue un narrador de mundos en disolución. Las profundas transformaciones ocurridas en su país natal durante el período de entreguerras, el subrepticio e irreversible proceso de inoculación de occidente y los sutiles cambios que ello trajo aparejado en las costumbres y tradiciones fueron los puntales sobre los que este japonés nacido en 1899 cimentó una obra que, lejos de limitarse al canto elegíaco de lo perdido y por tanto añorado, buscó dar forma a las tensiones entre lo nuevo y lo viejo.
El cambio de época y, más aún, el ocaso de una cosmovisión y el auge de otra, es el tema central de El maestro de go, crónica novelada que, habiéndose publicado en 1951, relata lo acontecido trece años antes, cuando dos grandes adversarios se enfrentaron en una partida histórica del milenario juego de estrategia. De un lado, el imbatible maestro, un anciano frágil y etéreo, que ha entregado su vida a este sutil arte; del otro, el impetuoso, rubicundo y aprensivo retador, quien ha forjado un estilo pragmático acorde con los tiempos que se avecinan. Se trata tanto de la última partida del maestro, marchito a causa de una afección cardíaca, así como de la última partida de acuerdo con los protocolos tradicionales, antes de un cambio de reglas que apuntaba a volver más democrático el sistema de puntos y priorizar menos el honor y la estética que la descarnada competencia. Kawabata fue contratado por un periódico para cubrir el evento y entregar una crónica diaria. Algo así –dice la traductora Amalia Sato– “como si Faulkner o Coetzee fueran a narrar el famoso enfrentamiento en ajedrez entre Bobby Fischer y Borís Spassky en plena Guerra Fría”. Más que una partida, entonces, lo que se pone en juego es el fin de una era, y Kawabata no ahorra la vislumbre alegórica: “[el maestro] se dirigió a su último combate como el último sobreviviente de los antiguos ídolos”. El paso de las estaciones tampoco es ajeno a esto: la partida comienza un radiante día de verano y finaliza en un mustio invierno, con la derrota del maestro y de algo más que se intuye y apenas rozan las palabras.
Del contraste entre vejez y juventud, entre tradición y modernidad, o bien del sosiego frente a lo irreversible del curso del tiempo, trata la novela y se diría que la obra toda de Kawabata. En ocasiones esa tensión, esa puja silenciosa, adquiere la forma de un vínculo de seducción, tal como sucede en La casa de las bellas durmientes, en donde el anciano Eguchi visita una posada en la que se paga para dormir junto a muchachas narcotizadas. No se las puede tocar, ni cometer ningún acto impropio, sólo la mirada anuda el deseo a la palabra y abre el capullo de la memoria. La muerte próxima y la corrupción del cuerpo quedan así tiznadas por el brío de los años pretéritos, a los que sobreviene una perenne languidez y acaso aquiescencia, o bien aceptación y entrega.
Otro tanto ocurre con Mil grullas, en donde la intriga amorosa corre paralela al despliegue de los rituales de una tradición milenaria. Publicada en 1952, la novela relata el embrollo en el que se ve envuelto un gris oficinista a causa de dos amantes de su padre fallecido, una de ellas maestra de ceremonia de té y cuyo oficio mueve los hilos de la trama. A contrapelo de la manera en que suele leerse, Kawabata señaló que el libro no pretendía ser una alabanza de la ceremonia del té, sino, según sus propias palabras, “una expresión de duda y advertencia frente a la vulgaridad en que ha caído”. Se trata del puro gesto sin profundidad, la repetición de un molde vacío con fines impuros. Es el mismo gesto que podía encontrarse en los modales del campeón que derrota al maestro de go. Mil grullas es, también, otra muestra de pasiones turbulentas debajo de una superficie de apariencia sosegada.
No sólo sus personajes cifran el instante en que dos cosmovisiones se anudan y repelen; Kawabata mismo fue un hombre entre dos mundos. Su estilo abreva tanto en la rica tradición japonesa como en la europea, y no es ningún secreto el rastro que el cine o las vanguardias europeas dejaron en su obra. Antes que el desarrollo de una trama, prestaba especial cuidado a la construcción de las escenas. Una mirada furtiva, un diálogo pleno de sobreentendidos, los juegos de luz y sombra, el sonido tan preciso como fantasmal fueron algunos de los elementos de una amplia paleta que escogió para decir abrazado al silencio. Todo ello con el grácil ademán de una pincelada.
10 de abril, 2024
El maestro de go
Yasunari Kawabata
Traducción de Amalia Sato
Prólogo de Anna Kazumi-Stahl
Seix Barral, 2024
232 págs.
Mil grullas
Yasunari Kawabata
Traducción de María Martoccia
Prólogo de Amalia Sato
Seix Barral, 2024
144 págs.