Hay una mácula de polímata florentino en Pablo Gianera. Su defensa a ultranza del tiempo en que las artes eran una sola y confluían en un mismo cauce sin que por ello perdieran su especificidad –un tiempo anterior al reparto de panes de la especialización, anterior incluso a la limadura de sus contornos– comporta un corrimiento respecto de los presupuestos de la época. De ahí que no sea meramente casual el hecho de que prefiera entablar un dialogo con muertos, aun cuando alguno de esos interlocutores se jacte de seguir viviendo. La segunda puerta del sueño rubrica esa inclinación por un arte todavía aurático y cuya plusvalía crítica resulta de la contemplación morosa. Para Gianera, y a diferencia de nuestros contemporáneos, la pintura todavía nos habla, y la música que cuenta sigue siendo la de Mozart o Beethoven. Y los hexámetros de Virgilio o, más acá, la escritura de Proust y Claudel pueden ser –de hecho, son– más sugerentes que la novedad pasajera de hoy. No habría que ver en esto, sin embargo, el resabio conservador de un cascarrabias cualquiera, sino, en todo caso, el amoroso acto de resistencia ante las bagatelas de un presente cada vez más chapucero. Y para alumbrar el recorrido quién sino Virgilio.
Dos son las puertas del sueño, canta el poeta de la Eneida, dos las salidas del Hades: una de cuerno, otra de marfil, una desemboca en las “sombras verdaderas”, la otra en los “falsos ensueños”. De esta referencia Gianera extrae no tanto el corolario romántico del artista atormentado sino la posibilidad de que “en toda obra de arte habite una segunda puerta” que la vuelve, agrega, objeto de interrogación. Y como toda puerta además oficia de nexo, se producen los vínculos más dispares. Los paisajes de Van Gogh y de Stupia –uno de inspiración poética y el otro en que “la privación de la anécdota no anula la causalidad narrativa”– sirven de pretexto al ensayista a fin de dar cuenta de cómo la obra se modifica en el tiempo, de cómo llega a ser indiscernible de la coloratura de nuestra mirada, y de cómo eso observado, a su vez, nos devuelve la mirada.
Hay un bajo rotundo y sigiloso que va enhebrando las distintas piezas. Así, al dar cuenta de la cualidad inestable del diario personal de un poeta (Paul Celan) relumbra una sentencia que conecta con lo anterior (“la mejor manera de no verse es mirarse”); más adelante, en otra pieza, François-René de Chateaubriand se oculta de sí mismo al hablar de Rancé y la mirada de Rembrandt al pintar sus autorretratos, no observa su rostro sino el paso del tiempo. Aquí se impone una aclaración, porque la mirada lejos está de ser prerrogativa exclusiva del ojo, tal como lo demuestran un poema de Wordworth o una sonata de Beethoven. Importan menos el sentido o el arte puestos en juego que aquello que pretenden captar: ya no el objeto (el rostro, el paisaje), sino la distancia. Y sus distintos avatares habitan la zona voluble que une y separa ejecución de interpretación, o materialidad de inmaterialidad. En esa brecha, sugiere Gianera, sucede la experiencia artística.
De la ambigüedad de los signos, el autor despunta un régimen de aproximación en el que prima el misterio, cualidad en franco antagonismo ante la transparencia astringente de estos días. Y si bien el autor valora y hasta refracta la oscuridad o el doble fondo de las obras, no se anda con medias tintas. Uno de los blancos predilectos es el arte contemporáneo, al que, luego de reconocerle el mérito de generar las condiciones para interrogarse a sí mismo, le achaca una doble miopía respecto a la tradición: “No hay espejo en el que reflejarse ni en el que romper el propio reflejo”, dice. Más punzante, Gianera llega a sostener que, en estas condiciones, el artista deviene “el lugarteniente de una obra que no existe” y la obra, un “sonajero intelectual”. De ahí que la galería de nombres que desfila por estas páginas remita casi de manera exclusiva al pasado y que el tono que las tiñe, sea el de la nostalgia. Menos la custodia de una reserva intocable que el siempre renovado ejercicio del pensamiento.
19 de octubre, 2022
La segunda puerta del sueño. Letras, imágenes, música.
Pablo Gianera
Edhasa, 2022
112 págs.