Dejando a un lado las campañas de marketing que resultan parte indiscernible de su edición, el best-seller literario se ha instalado desde hace décadas como un género propio. Me refiero a que, más allá de las ventas más o menos cuantiosas, el best-seller es un texto confeccionado con el propósito de lograr determinado efecto, el principal de ellos la continuidad de la lectura. ¿Y qué escritor, por más diestro que se considere en los meandros de la sofisticación formal, por más obstáculos e interrupciones que imponga en la sintaxis o en la trama, no desea, en última instancia, que el lector arribe al final de su libro? El best-seller, entonces, es una apuesta por la continuidad de la lectura. Una apuesta sin riesgos, claro, donde el pacto de lectura se cierra sin ambages en el cumplimiento cabal de la expectativa generada. ¿Qué hay entonces en los libros de Lee Child que cautiva no sólo a lectores de best-seller sino además a escritores avezados?
Lee Child por Juan Carlos Comperatore
Lee Child (Inglaterra, 1954), quien según parece eligió ese seudónimo para que sus libros se encuentren ubicados en las estanterías de las librerías entre los de Raymond Chandler y Agatha Christie, es el autor de la serie Jack Reacher, que hasta el momento cuenta con veinticuatro volúmenes. Mañana no estás, publicada en su idioma original en 2009, es su traducción más reciente. Como en cada entrega, el protagonista es el ex-policía militar Jack Reacher, un tipo sin ataduras ni pertenencias y con una proverbial aversión a la tecnología, que deambula por su país sin rumbo fijo ni motivo alguno, pero cuando llega a un lugar encuentra la justificación del recorrido porque, ante cualquier afrenta o injusticia contra alguien más débil, estará más que dispuesto a impartir justicia, rauda, implacablemente. Reacher es la versión actualizada ─más pragmática, menos remilgada─ del caballero andante medieval.
A diferencia de lo sucedido en Tiempo pasado, donde la intriga se tramaba en el punto de convergencia de dos líneas narrativas, en Mañana no estás el tiempo es una precipitada huida hacia adelante. Mientras Reacher viaja en un subte de Nueva York detecta, siguiendo los indicadores de comportamiento formulados por la contrainteligencia israelí, a una posible terrorista entre los pasajeros. No hay ninguna posibilidad de que Reacher aguarde apacible el desenlace de la situación; el lector sabe que va actuar, pero no cuándo. En un artículo titulado "A Simple Way to Create Suspense", Child sostiene que el combustible de la narración es la dosificación de la respuesta a una pregunta planteada al comienzo. No importa la naturaleza de la intriga, lo que importa es crear las condiciones temporales para aplazar su resolución. Por eso más que con los referentes de la novela negra o de detectives, hay que asociar a Child con Hitchcock. Y por esto mismo es difícil resumir el argumento si uno no quiere arruinar la lectura. Quizá basta con decir que la intriga va ampliando alcance y consecuencias capítulo a capítulo hasta incluir al FBI, la CIA, la Guerra Fría, Al Qaeda, la paranoia post-11 de septiembre y su Ley Patriótica, y a un candidato a congresista con un turbio pasado militar perseguido por unas ucranianas millonarias. Nadie es quien dice ser y cada rulo del argumento permite repensar lo sabido y abrir nuevas vías de solución. Las inferencias de Reacher no son infalibles; tampoco obtusas. Tal vez no sea del todo inverosímil que un portento de casi dos metros de altura y 100 kilos de peso logre derrotar a cinco agentes entrenados; lo que resulta inverosímil es que lo haga sin dormir y con una dieta a base de café y pancakes. Tan exacerbada está la brutalidad física, que no deja de ser una humorada el hecho de que Reacher sólo pueda ser detenido con un dardo anestésico, como un gorila. Es en las peleas ─delineadas con compás y sin ahorrar sangre ni fémures rotos─ donde se pone de manifiesto el manejo de los engranajes temporales de la narración y su distribución en secuencias. En la alternancia de velocidades entre, por ejemplo, la duración del viaje de una ciudad a otra y los minutos que ocupan un enfrentamiento. Para ser precisos: no sólo en la alternancia, sino en la inversión temporal de los elementos. Según Child "el secreto es narrar lo lento, muy rápido; y lo rápido muy lento". Así, un viaje o la estrategia bélica de EE.UU. en Medio Oriente pueden despacharse en pocas frases, mientras que el mecanismo de combustión de un arma, las variantes de ataque-defensa o el sistema de funcionamiento interno de las líneas de subte pueden ocupar varias y morosas páginas.
Tal vez allí radique el encanto de Child, en el pulido de precisos mecanismos de relojería que crean la ilusión de montarse sobre la marcha a partir del anzuelo arrojado, puntual, al final de cada capítulo. Y además, claro, el encanto de abandonarse al desplazamiento de la trama con la ingenuidad de los comienzos. Por supuesto, el lector anticipa que la dosificación de la intriga dispensará resoluciones parciales en espera de la conclusión final donde se aten, finalmente, los cabos sueltos (con pieza faltante incluida); lo que no impide que la expectativa, sucesiva escalonadamente, se acreciente. Después de todo, como buen autor de best-seller, Child cumple.
19 de agosto, 2020
Mañana no estás
Lee Child
Traducción de Aldo Giacometti
Blatt & Ríos / Eterna Cadencia, 2020
488 págs.