No debería resultar extraño que Jon Fosse haya sido recientemente galardonado con el Premio Nobel, habida cuenta de que esta distinción se otorga no sólo por los méritos literarios de una obra, sino por lo que hay en esta de compromiso moral, humanitario. Es que el noruego nacido en 1959, y autor de una ingente cantidad de novelas y obras teatrales, apuesta por una meditación de índole existencial en torno a los grandes dilemas concernientes al ámbito de lo humano (la incomunicación, la soledad, el silencio, la muerte). Su escritura, sin embargo, evita lugares comunes. Sin el humor cáustico de Thomas Bernhard ni el desatino racionalista de Samuel Beckett –por mencionar sólo a dos autores con quienes se lo ha emparentado–, la obra de Fosse comparte con los anteriores, en cambio, la dislocación de la sintaxis, la búsqueda de una cadencia a fuerza de pausas y repeticiones y una disposición de página que enfatiza los aspectos musicales de la prosa. Todo esto se palpa en la novela breve Mañana y tarde, publicada originalmente en 2004.
Una serie de tópicos harto transitados –el sentido de la existencia, la vida después de la muerte, los límites del lenguaje para dar cuenta del misterio inescrutable– circulan por Mañana y tarde, y si Fosse se las arregla para no arrojar por la borda esto que respira un hálito tan apacible como elevado y hondo, se debe a una intensa comunión con el sensus mysticus, el sentido místico que, fuera de cualquier vulgata más o menos artera, asume la tarea de no rifar la trascendencia en un mundo sin duda secular.
De tranco lento, aunque no moroso; melancólica, sin resultar triste, la novela relata el nacimiento y la muerte del pescador Johannes en los términos de una parábola con clave que invita a una exegesis lo suficientemente ambigua como para pasar por una historia de fantasmas (desde el punto de vista del fantasma), pero ante la que nadie se engaña, porque Mañana y tarde es el libro de los muertos del misticismo cristiano. La costura de símbolos y las alusiones más o menos veladas apuntan en ese sentido. Pero si la oblicua evangelización que propone Fosse no entorpece la lectura esto se debe a que el cariz religioso actúa como metáfora del comercio con lo inefable. Es la paradoja de la literatura, su arrojo hacia lo innombrable se trama mediante la palabra.
La escena del parto de Johannes es enfocada desde el punto de vista de su padre, Olai, de sus anhelos y deseos, su torpeza y nerviosismo, cuando su pequeño es apenas una sombra hablada y se posan sobre él los vestidos de la fantasía. Más adelante, toma la posta un Johannes en la vejez; lo vemos despertarse y sentir más liviano el cuerpo, repetir las acciones cotidianas de toda una vida y notar en ello algo extraño, algo que no se corresponde con sus sensaciones habituales. Se topa con personas que no deberían estar allí porque murieron hace tiempo, se sorprende de que objetos traspasen cuerpos o una mirada lo penetre sin advertir su presencia. Peter, el amigo de siempre –ora joven, ora avejentado–, lo invita a cruzar hacia el otro lado en un barco que no oculta su volumen de símbolo.
Hojaldre temporal en el que capas de pasados se conjugan en un presente ingrávido, fuera del tiempo, y donde la luz y la oscuridad trazan las cabriolas de una atmósfera entintada de irrealidad, Mañana y tarde propone un aprendizaje de la muerte. La hechura sin puntos seguidos ni puntos y aparte, pero con espacios de pausa y patrones repetitivos, imprime una cadencia melódica que acompaña el trayecto de descubrimiento del personaje. Como si Fosse dijera que la duración de una vida cabe en una frase cuyo sentido sólo es inteligible hacia el final, aunque no de manera concluyente.
29 de noviembre, 2023
Mañana y tarde
Jon Fosse
Traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun
Nórdica / De Conatus, 2023
112 págs.