Cuando el sismógrafo de la cultura industrial no adultera el horizonte conminatorio de ese modelo sutil de la condena que llamamos distopía; cuando no secuestra unidades de la imaginación de la catástrofe para volver a presentar el mundo tal cual es, o muy parecido, aún se puede intuir en la esfera encapotada que sostenemos con recelo la fuerza performativa no tanto de un futuro (que empieza a mostrase cada vez más indefenso ante la tendencia a fundirse con el presente) sino de un imaginario capaz de sintonizar el conflicto de racionalidades y el problema político que se adelanta con apremio.
Claro que el escenario que acapara por asalto el gobierno de la atención no puede ser otro que el complejo entramado de tecnología, ciencia y economía que regula la temperatura general. Lo que exige el ritmo desbocado del mundo tecnoeconómico, para no quedar pegados a la nostalgia de algo que tal vez nunca se haya tenido o al duelo por un futuro evaporado parece ser, como nunca, una postura. Nos guste o no, creemos oír, se ha vuelto imperativo asumir la emergencia de un conflicto de racionalidades, en la medida en que cada una de ellas involucra valores y determina modalidades de existencia opuestas. ¿Es posible una ciencia algorítmica fuera de una vía resueltamente antropomórfica? ¿Hay una “transformación digital” que no tienda como objetivo a la administración optimizada de las cosas?
Por supuesto, como la obsesión por nombrar el sentimiento de inminencia no solo azuza el consumo y la necesidad de un marco de experiencia reconocible, a la vez que reflota teorías y hace proliferar las etiquetas que pretenden dar cuenta de la deriva de una realidad que no cesa de producir los mismos límites que cuestiona, la oferta se multiplica. La urgencia por matizar nuestra posición frente a la técnica insiste en propagar, sobre todo, el vacío que nos ha legado la fantasía desvelada del progreso.
Los relatos que componen Otras formas de ser humano, la antología de ganadores del Premio OEI sobre Ciencia y Tecnología, ahonda en el imaginario de esta fenomenología del desencanto en que parece haberse convertido el enrarecido ecosistema que no dejamos de propiciar. En “Antropoceno”, relato de Edis Henrique Peres, por ejemplo, un proyecto científico destinado a defender el último entorno natural del planeta a través de una IA, reconoce el patrón humano que lo lleva a volverse la amenaza de su propio hábitat. En “Hablar bien”, de Valeria Canelas, el esfuerzo de una mujer por mantener su empleo la lleva a adoptar una voz electrónica, pero integrándola a su mundo privado como un otro desplazado de singularidad. En la misma línea de codificación de la interioridad, “Momoland”, de Daniel Neyra Bustamante, trasviste la antigua dicotomía entre cuerpo y alma a través de la exploración de una vida recluida en una memoria artificial. Esa autoridad de lo digital como instrumento para peritar lo real volvemos a encontrarla en “Mujer con lobos”, de Juan Maisonnave, donde el escaneo del espectro onírico de las personas tematiza la forma en que el resquebrajamiento de las coordenadas de la realidad organiza la saturación de fantasías de un presente agotado.
Es difícil no presentir sobre estas historias el eco de la consigna que lanzara, allá por los `60, el profeta de Shepperton, James Graham Ballard, y con la cual instalaría una de las reflexiones de la literatura de anticipación más decisivas a propósito de la forma en que la tecnología, tras haber alterado el entorno, comenzaba a invadir el mundo psíquico: la ciencia ficción no tiene que ocuparse del espacio exterior y el futuro lejano, sino del futuro cercano y el espacio interior; pero en lo que nos ocupa, devenida condición ambigua de un modo de experimentar la realidad.
En “Sabía que vendrías a buscarme”, de Jorge Malpartida Tabuchi, la incapacidad de una mujer para superar una pérdida la empuja a ensayar con un programa de recuperación de las sensaciones. “El chico holográfico”, de T. P. Mira-Echeverría, por su parte, interviene la apática atmósfera citadina con la aparición de un niño gigante donde antes estuviera el obelisco. En “Los Espejismos”, de Guilherme Pavarin, un grupo de astronautas que orbitan la tierra arrojan al silencio del espacio las preguntas que una mentalidad obsesionada con la eficacia solapa bajo el aspecto de la intuición o el misterio.
Como las partículas traslúcidas de un virus de la imaginación las historias recrean ese estado de expectación permanente en el que se ha convertido el modo técnico de habitar nuestro tiempo, incapaces de no aventurarnos a través de un umbral que no solo conduce al mismo lugar, sino a uno un poco peor. En el escenario de esa crisis la fantasmagoría del humanismo insiste en retornar, sigilo de la Historia, para inducir la narcosis de un modelo que aún impone la irresistible paradoja de su lógica, obstinándose en dejar atrás lo mismo que se empeña en salvaguardar.
14 de agosto, 2024
Otras formas de ser humano
VV.AA.
Cia. Naviera Ilimitada, 2024
120 págs.