Una serie de puntos sobresale a primera vista de la lectura de Pasado mañana. Diagramas, críticas, imposturas, miscelánea de textos de diversa índole y procedencia del escritor y editor Luis Chitarroni. En primer lugar, no cabe ninguna duda de que el programa del autor de Peripecias del no parte de concebir el diccionario como el primer y acaso único libro que deba leerse. Su escritura supone un vigoroso caudal léxico; las elecciones de adjetivos, sin dejar de encabalgarse en la precisión, favorecen el júbilo de lo insólito, y en general la prosa digresiva rebosa de alusiones oblicuas. Todo esto invita a considerar más de una vez alguna oración, o a postergar el momento de comprender. Frases que aunque no apuntan al desglose subordinado, a la ampliación arbórea, sino fundamentalmente a la compresión intensa y críptica, tampoco lo desestiman. Esto nos lleva a otro punto, consistente en que, en lugar de un escritor de lecturas, Chitarroni es un cultor de escrituras, un estilista. Y en este punto es donde se abrochan los anteriores, porque si bien estos ensayos, reseñas y obituarios parten de un libro o autor previo, lo hacen, menos para transmitir argumentos o cimentar formulaciones que para vascular alrededor de ellos; son, en cierto modo, un disparador del ejercicio escritural. Borges ha dicho que Joyce era, antes que nada, un talento verbal. Lo mismo puede decirse de Chitarroni. Erudita sin alarde y elegante en el desborde, la escritura aúna el circunloquio, la ironía y la probidad en el enfoque angular encomendando su sino a una suerte de plan infinito que niega la versión definitiva de cualquier texto. Así lo demuestra (quizá por decisión del curador Ignacio Echeverría, pero sin duda con la venia del autor) el hecho de que las marcas de origen han sido borradas. No hay fechas ni lugares que indiquen procedencia alguna. Como si Chitarroni escribiera fuera de tiempo. Un tiempo que, como canta una ilustre payada, "sólo es tardanza / de lo que está por venir".
Encima Chitarroni parece haberlo leído todo. Son recurrentes en estas páginas la consabida anglofilia de las afinidades electivas y las exhumaciones que poseen el lustre del descubrimiento, tarea esta última que el autor de Siluetas realizó con inspirada puntería como editor en su momento de Sudamericana y ahora de La bestia Equilátera. Los más asiduos son Navokov, Joyce y el unánime Borges. También hay lugar para Arno Schmidt, sindicado como el favorito de entre sus contemporáneos, y para la cofradía cercana: Guebel, Chejfec, Aira, Feiling y Fogwill, de quien, con sagaz ironía, dice: "Muchas de las cosas que decía estaban a un paso de ser ciertas gracias al trazo grueso de la exageración". Además de autores más o menos transitados, y de alguna boutade, un epíteto lapidario o una perífrasis luminosa, lo verdaderamente saludable son los nombres algo rancios que desempolva Chitarroni: Thomas Browne, Thomas Hardy, Samuel Jonson, o incluso el no tan añoso aunque escasamente frecuentado Frank Kermode. Tan encharcados andamos en lo francés que el respiro de otras latitudes se lee con renovada atención, por más anacrónico que sea el gusto. El crítico, parece decir Chitarroni, es alguien fuera de tiempo y lugar.
En un momento topamos con una frase que queda repicando: "¿Qué se puede alegar a favor ─incluso en contra─ de los estilos que nada provocan?". Quedará a cargo del lector responder si el de Chitarroni provoca y qué cosa; lo que no puede negarse es que (con todas las letras, con todas las palabras) un estilo, sin duda, hay.
16 de junio, 2021
Pasado mañana. Diagramas, críticas, imposturas
Luis Chitarroni
Edición de Ignacio Echeverría
Ediciones Universidad Diego Portales, 2020
288 págs.