Cuenta Ovidio del rey chipriota que habiendo labrado en níveo marfil tan bella mujer imploró a la diosa le conceda a su obra el don de la vida. Se dice, también, de un célebre hidalgo que hizo abandono de morada, bienestar y cordura y, al abrigo de los libros, se fue a peregrinar los desatinos de la imaginación. Son apenas dos de los tantos casos ilustres que pueblan páginas dedicadas a la fascinación que puede producir una obra hasta el punto de franquear las prerrogativas que separan lo real de la ficción. Sin embargo, se trata de excepciones. En el profano y anodino mundo cotidiano, nuestra fascinación con una obra de arte presenta un carácter oscilante, intermitente; participamos del ensueño sin perder anclaje en las coordenadas de la realidad. Entonces, ¿qué es lo que vuelve real a lo irreal? O, para ponerlo en otros términos, ¿dónde encuentra su evidencia la ficción? Estas son algunas de las cuestiones que plantea Por qué nos creemos los cuentos, el reciente ensayo de Pablo Maurette.
Como en libros anteriores, el autor de La carne viva cultiva un estilo elegante, de una erudición tan rigurosa como amena con el lector y cuyo propósito más encomiable consiste en recobrar un modo del ensayo caído en desuso. Lejos del paper académico, con su jerga especializada y sus copiosas citas de autoridad, cuando Maurette muestra un saber, no es con la intención de hacer una mera glosa, sino para decir algo propio. En este sentido, procura evitar los escollos de algunas nociones demasiado transitadas, así como recurre a un acotado pero ecuánime caudal de referentes. Exhuma, de esta manera, un volumen de Cicerón a los fines de reformular en términos estéticos el concepto de evidencia y sortear, así, las encerronas del mentado realismo. Se sirve, también, del arte volumétrico de Giotto para sostener que una obra de arte es antes que nada afirmación de su propia existencia. Lecturas exhaustivas de un cuento de Cortázar ("Continuidad de los parques"), y de una película de Tarantino (Érase una vez en... Hollywood), propician el esclarecimiento, por un lado, del empalme ente los espacios de sentido (realidad/ficción), y por el otro, del desdoblamiento simultáneo que da cuenta de que, para compenetrarse ante (o en) una obra, no hace falta evadirse por completo. La compenetración, siguiendo este punto, no está en nosotros ni en la obra; es un efecto que se produce en el intervalo, de manera intermitente y en absoluto es algo garantizado. Es el "acople", dice Maurette, "entre nuestra sensibilidad y la dimensión estética de una obra".
Postula, asimismo, que la evidencia es "una aceptación sin cuestionamientos, inmediata y completa del mundo propuesto por la obra que se nos manifiesta cuando nos compenetramos". Sin embargo, y a contramano de cualquier conocimiento intuitivo, considera que la distancia es condición sine qua non de la compenetración, ya que los "anclajes al mundo real no solo no distraen, sino que exacerban el gozo que le produce rechazar esa realidad para transportarse a otra". Es más, hacia el final ensayo advierte que si ejercitáramos de manera frecuente ese diálogo mudo entre la inmersión y el desapego algunos de los relatos hoy en boga ─teorías consipirativas, fake news, etc.─ no serían tan creíbles.
En alguna oportunidad, Maurette consideró que sus ensayos previos involuntariamente trataban sobre el cuerpo y su única novela, La migración, del alma; siguiendo esa línea, podemos aventurar que el presente ensayo versa sobre la costura entre ambos. Tan inasible como una y en cierto modo tan contundente como el otro, los efectos de la obra de arte nos vuelven habitantes de dos orillas.
14 de julio, 2021
Por qué nos creemos los cuentos. Cómo se construye evidencia en la ficción
Pablo Maurette
Capital Intelectual, 2021
160 págs.