Mercedes Roffé sabe o intuye que hay trances o epifanías que reclaman una forma precisa para decir su fugaz destello. Sabe o intuye, también, que la lengua pervierte tanto como da lugar, y que lo vislumbrado en la ranura del instante se vuelve pronto irremediable lejanía. Lo sabe su poesía, avezada indagación del silencio, de su sintaxis, de todo aquello que –reza un verso de Las linternas flotantes– “promulga en lo callado”. Y lo sabe, también, su prosa, que apela a la brevedad y a lo fragmentario, porque algunas cosas sólo pueden ser dichas en raptos, hurtando a la palabra cualquier atisbo de completud.
Si el poema volvía necesario las cesuras rotundas y la búsqueda espacial de un ritmo mediante los blancos de la página, la prosa ensayística de Roffé condensa y reposa. Porque si no quiere conformarse con ser una venia ingenua a la troceada sensibilidad de la época, el fragmento debe aunar formulación precisa, acabado terso y sentido ambiguo.
Prosas fugaces es un muestrario cabal de lo anterior. El volumen, recientemente editado por Las furias, sigue la línea reflexiva de Glosa continua; pero de lo persistente a lo perecedero parece haber operado un cambio de signo. Acá volvemos a encontrar, templados en la perseverante meditación, los motivos de siempre: la extranjería y lo sotto voce; la búsqueda de un estilo neutro, equidistante del atavío superfluo y la chatura sintáctica; el lazo indeleble entre ritmo y puntuación; y la poesía como roce con lo real. Una fina costura de reenvíos solapados anuda motivos distantes y algún asomo de respuesta a una cuestión postulada con anterioridad.
En estas páginas insisten algunos nombres poco frecuentados en estos lares –el proverbial Cioran y el pintor simbolista Odilon Redon–, que portan un decir oblicuo sobre la propia obra. Y también insisten otros desconocidos, que tienen su hado en la preferencia de Roffé por una traducción que abra nuevas sendas poéticas en la propia lengua. El recurso a la cita aparece, así, asociado menos a destacar lo ajeno que como parte de la configuración de una mitología personal. Resuenan aquí otros versos de Las linternas flotantes: “El poema es el ritmo de lo otro en mí/ más allá de mí, siempre, más allá”.
Lejos del temperamento de Mercedes Roffé el querer congraciarse con los lugares comunes y los modales poéticos en boga; por eso mismo nunca ha vacilado en emplear vocablos caros a la liturgia romántica, tales como las antinomias de luz y oscuridad, o protomoderna, como las correspondencias baudelerianas –que la autora de La ópera fantasma prefiere llamar “ecos”. En tal sentido, Chejfec habló de una “orientación semántica” en la lengua de Roffé, más precisamente, “de un repertorio de léxicos y de un catálogo de modos”. Así, hay momentos de un texto en los que surge una “palabra desnuda”, una “peligrosa transparencia”; así, “la necesidad expresiva es anterior al medio elegido”; así, el poema se mide por lo que dista de la Poesía. En esto, Roffé parece hacer carne los versos de Dylan Thomas: “La oscuridad es un camino y la luz un lugar”.
Antes que aseveraciones contundentes, tanteos; antes que respuestas, conjeturas. La jerarquía horizontal de estos fragmentos pone de manifiesto una cavilación acerada en la vacilación y la incertidumbre. Roffé resguarda a la poesía en el trato amoroso de las palabras, en el comercio artesanal del oficio, sin descuidar por eso el doble fondo que las anima. Eso que insiste, y a veces se enciende, en ráfagas breves, punzantes, y efímeras.
27 de julio, 2022
Prosas fugaces
Mercedes Roffé
Las furias, 2022
152 págs.