Las primeras viñetas de Sabrina, segunda novela gráfica de Nick Drnaso (1989, Illinois), cifran el porvenir de la historia en los pliegues de una cotidianeidad anodina. Sabrina y su hermana Sandra conversan acerca de la posibilidad de realizar un viaje, de su peligro potencial, de los beneficios de desconectarse por un tiempo de internet, y, más sutilmente, deslizan una referencia velada a A sangre fría y a unas manzanas artificiales que parecen reales. Son los elementos que Drnaso irá dosificando con maestría hitchcockiana a lo largo de la obra. A la mañana siguiente Sabrina saldrá de su casa para ir al trabajo, una vez que volteemos la página no volveremos a verla con vida.
Pero torciendo las expectativas del policial en ciernes, Sabrina interpela la sensibilidad contemporánea con un relato que incorpora la paranoia post-11 de septiembre, las teorías conspirativas, las redes sociales, las fake-news y los click-bait. No por nada es la primera vez que una novela gráfica se codea entre las nominadas al Premio Booker, galardón que se otorga a la mejor obra de ficción de lengua inglesa.
La desaparición de Sabrina abre un hueco en la vida de su novio Teddy, que se muda a la casa de un amigo de la adolescencia para poner distancia al suceso. Calvin, que arrastra los coletazos de una separación reciente y un trabajo rutinario como técnico en seguridad de una base militar, acepta mitigar el vacío de su amigo con la esperanza inconfesada de paliar el suyo propio. Se suceden los diálogos truncos, las comidas rápidas, el intento de camaradería infructuosa, hasta que el cerco de protección que Calvin viene montando entorno a Teddy se filtra con la viralización del video del asesinato de Sabrina. No deja de ser una ironía que el elemento disruptivo sea aquello que un técnico especializado en seguridad informática está más que en condiciones de defender. Atinadamente, Drnaso escamotea al lector la secuencia del acto, sin dejar de señalar sus efectos en el espectador. Todo un ejemplo de la economía de la contención que practica el autor. Conviene no adelantar demasiado; sólo decir que la sensación de vacío inicial irá adquiriendo una coloratura desesperante cuando los personajes sean acusados por usuarios anónimos de ser partícipes de un gran espectáculo de dimensiones inimaginables.
Fragmento de “Sabrina”, de Nick Drnaso.
Como no podría ser de otra manera, la historia se sostiene en un sólido andamiaje formal. Una retícula precisa, de ángulos rectos y encuadres secuenciales, sirve de soporte a un guión de contrastes rítmicos de tensión y calma, o de imagen sin palabra y aglutinamiento de texto. El dibujo depurado, sobrio, de línea clara y colores planos a lo Chris Ware, da cuenta de un cuidado despojamiento de la expresividad, apuntalado además en la elección de una paleta de tonos pasteles y en la gesticulación mínima de los personajes. El resultado general parece el de la contemplación de una mirada distante, como si todo estuviera teñido por una pátina de lejanía, o más pertinente, como si contempláramos una pantalla. Con todo, Drnaso se permite algunas licencias que contrastan con la monotonía del estilo, por ejemplo, cuando utiliza un fondo negro y colores estridentes para representar los sueños de los personajes.
Fragmento de “Sabrina”, de Nick Drnaso.
La impecable factura dramática puede colocar a dos personajes enfrentados en una situación de vida o muerte y ninguno advertirlo porque media una puerta. Estos momentos de tensión inminente y resolución trunca son constantes. Sin embargo, donde mayor desazón produce Sabrina es en las esquinas desoladas que estremecen como un cuadro de Edward Hopper, o en los largos pasillos vacíos que inquietan como una película de David Lynch.
La maquinaria de la uniformidad, que transmuta todo suceso en mercancía de goce, y todo vínculo en presencia fantasmal, inhabilita el trabajo del duelo, tiempo necesario para el reconocimiento de la pérdida. Lo único que reluce en las vidas grises de los personajes es el brillo incandescente de la pantalla. En ese sentido, Sabrina ausculta los intersticios de la realidad aumentada. Pero la de Drnaso no es una visión apocalíptica ni panfletaria; es un detenerse y mirar con atención. Quién sabe, quizá hasta levantar el rostro y ver qué hay alrededor. En voz baja, con una elocuencia apocada.
11 de septiembre, 2019
Sabrina Nick Drnaso
Traducción de Carlos Mayor
Salamandra Graphic, 2019
204 págs.