No habría que confiar en el juicio de André Gide cuando ponderaba con excesivo elogio la obra de Georges Simenon. Alguien que rechazó el manuscrito de À la recherche du temps perdu, no puede menos que suscitar nuestra cautela. Por suerte, hay otras plumas ─William Faulkner, Walter Benjamin o Roberto Calasso─ que son un reaseguro ante un posible desliz del gusto. Porque el escritor belga despachó con su firma alrededor de 192 libros, cifra a la que hay que sumar otros doscientos volúmenes repartidos entre 27 seudónimos. La abundancia no suele comparecer en el banquete ilustre de la posteridad; de ahí el recelo, una cierta suspicacia, que suele provocar la vasta obra de Simenon.
Dispersa en ediciones que desafiarían el criterio de un taxonomista riguroso, la obra de Simenon puede hallarse tanto en quioscos de revistas como en el selecto panteón de la Biblioteca de la Pléiade. Por eso mismo –porque nunca se insistirá lo suficiente acerca de los efectos que un cambio de editorial puede producir en la recepción de determinada obra–, dos sellos catalanes (Acantilado y Anagrama) acometieron de manera conjunta la colosal tarea darle al creador del inspector Maigret un solo lugar en lengua española. Acantilado venía realizando la tarea en soledad desde 2012; ahora se sumó la editorial dirigida por Jorge Herralde. Los primeros tres títulos de la colección dan cuenta de las distintas facetas del autor de El hombre de Londres.
En Maigret duda, el ineludible protagonista recibe una carta anónima en la que se anuncia la inminencia de un crimen. Quien la escribe no niega ni rubrica ser el autor de un crimen próximo a cometerse, y tampoco da más detalles del asunto. La ausencia de otros casos significativos otorga al inspector la oportunidad de saciar la curiosidad, y, así, sus pesquisas lo llevan al hogar de un renombrado abogado con tendencia a la misantropía. Se trata de un Maigret sin duda tardío, casi una celebridad parisina y con una leve consciencia de su papel algo desfasado. Debe ser la única novela en la que no fuma su pipa, y sus interlocutores, extrañados, no dejan de señalarlo (para variar, tampoco llueve). En varias oportunidades se cuestiona su propio accionar, su andar abotargado y sus modales mundanos; como si no terminara de hacer pie en el ambiente de la alta burguesía. Más aún: como si al cruzar el umbral de clase este advirtiera “una especie de desajuste, de brecha, entre las palabras, las frases, y la realidad”. De todos modos, fiel a su lema de “comprender y no juzgar”, el inspector intentará auscultar la vida de los integrantes de la familia y sus empleados, no tanto para descubrir un culpable, sino para desbrozar motivaciones y, más importante aún, capar “ese breve estremecimiento”, como dijo alguna vez, “que puede tomarse como verdadera vida”.
Aunque el grueso de su producción la ocupa la ingente parva de volúmenes dedicados a los casos del célebre inspector de pipa y sombrero, no todo es Maigret en la obra de Simenon. Otra de sus vertientes lo componen aquello que denominó romans durs, novelas algo más sofisticadas que las meramente comerciales y con una impronta psicológica. El fondo de la botella yTres habitaciones en Manhattan son dos excelentes muestras.
La primera de ellas, publicada en 1948, pertenece a la etapa estadounidense de Simenon, cuando el autor se exilió de manera voluntaria en Arizona, escapando de las acusaciones de antisemitismo y colaboracionista durante la ocupación alemana de Francia. La novela recurre a motivos biográficos (principalmente, la relación con su hermano filonazi) y los transmuta en una tragedia bíblica. Un abogado que hizo todo lo posible por construir una vida a espaldas de su familia de origen ve como se resquebraja su fachada cuando su hermano, prófugo y alcohólico, le pide ayuda para cruzar la frontera. Con un admirable manejo del tempo narrativo, Simenon encauza aquí una trepidante persecución especular con diluvio, cowboys solitarios y francachelas a deshoras.
De Tres habitaciones en Manhattan (1946), Simenon dijo que allí por primera vez había tratado la pasión amorosa. Dos solitarios, afligidos, taciturnos y a la deriva, intentan hacerse compañía mientras recorren bares y hoteles y deambulan por las nocturnas calles de una Nueva York pintada por Edward Hopper. El crítico Robert Poulet dijo que a Simenon se le daba mejor la pintura de estados que la de acciones, y esta puede ser una buena muestra al respecto.
Mitómano de férrea disciplina, Simenon organizaba su vida en base al tiempo de escritura de una novela. Decía escribir dos capítulos diarios, uno por la mañana, otro por la tarde, y no tardaba más de quince días en finalizarlas. En cierta ocasión, Fellini le dijo que su obra entera era un auténtico fresco. Simenon replicó: “sólo logré hacer un mosaico: pequeñas piezas, sólo pequeñas piezas, unas al lado de otras”. Algunas de esas piezas alumbran lo que otras opacan pero todas, casi sin excepción, abonan el goce y la gratuidad de la lectura.
22 de junio, 2022
Maigret duda
Georges Simenon
Traducción de Caridad Martínez
Anagrama & Acantilado
168 págs.
El fondo de la botella
Georges Simenon
Traducción de Caridad Martínez
Anagrama & Acantilado
176 págs.
Tres habitaciones en Manhattan
Georges Simenon
Traducción de Caridad Martínez
Anagrama & Acantilado
192 págs.