Una escritora persigue los ecos fantasmales de una cineasta que asumió la máscara de otra mujer, acaso más irreal. Este es el juego de espejos, de presencias opacas, huidizas, que propone Nathalie Léger en Sobre Bárbara Loden, una aproximación personal, íntima, compuesta con retazos de semblanza biográfica y ensayo descriptivo en torno a la enigmática directora y protagonista de Wanda, la película de culto de la década del 70.
Todo comienza con el encargo de escribir una entrada sobre Bárbara Loden para una enciclopedia cinematográfica. Lo que en principio parece una tarea breve, sencilla y, por lo tanto, expeditiva, se transforma en una gradual inmersión en un material que la excede. Y no es que Léger se regodee en procrastinar, sino que la historia parece haber tocado una fibra más honda de lo que supone: "Tenía la sensación", escribe, "de dominar una enorme cantera de la cual extraería una miniatura de la moderna reducida a su forma más simple: una mujer que cuenta su propia historia a través de otra mujer". El proyecto inicial, entonces, pronto toma la forma de la escritura de una biografía. Sin embargo, los datos son escasos y las personas allegadas han muerto o se niegan a dar testimonio. En cierto modo, lo que Léger se pregunta es cómo narrar una vida cuando sólo se poseen fragmentos dispares, refractarios a cualquier esbozo explicativo. Aquí conviene juntar algunos pedazos.
Nacida en 1932 en un pueblo rural de Carolina del Norte, de adolescente, Loden se mudó a Nueva York donde comenzó a trabajar de modelo publicitaria, y más tarde como bailarina, mientras tomaba clases de actuación. Participó en dos películas bajo dirección de Elia Kazan, quien luego se convertiría en su segundo marido, y protagonizó a Marilyn Monroe en la obra de Arthur Miller. Pero si por algo Loden es recordada es gracias a Wanda, una película underground de 1970, cuyo guión escribió a partir de una noticia periodística sobre una mujer que deja a su familia y se involucra con un ladrón de pacotilla. Lo que parece haber llamado su atención del caso fue el agradecimiento de la mujer cuando el juez la sentenció a veinte años de cárcel. Tardó nueve años en encontrar el financiamiento y la confianza necesaria para llevar a cabo la filmación. Con un elenco exiguo y una producción de bajo costo, la película, rodada en un granulado 16 mm, se consagró ganadora del Premio de la Crítica en el festival de Venecia de 1970.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
La textura áspera, la paleta de colores saturados y el tranco aletargado de la película van a la par de los paisajes baldíos, las zonas industriales deprimidas y los bares grises de una localidad minera del noreste estadounidense, y dan cuenta, en conjunto, de la coloratura afectiva de la protagonista. El tratamiento presuntamente documental (cámara en mano, actores amateurs, ausencia de iluminación artificial) desdibuja el artificio narrativo y realza, de esta manera, la exploración íntima. Loden decía odiar las imágenes elegantes, pulidas, porque "son demasiado perfectas para ser creíbles". Algo de esto captó Marguerite Duras, quien consideraba que en Wanda había un milagro: "Normalmente hay una distancia entre representación y texto, entre sujeto y acción. Aquí, esta distancia se anula completamente. Hay una coincidencia inmediata y definitiva entre Barbara Loden y Wanda". Y precisaba: "A mi entender, el milagro no está en la interpretación. Es que ella todavía parece más ella misma en la película, creo, ─no la conocía─, que en la vida. Es más auténtica en la película que en la vida, es completamente milagroso".
En este punto, podemos retomar la lectura de Sobre Bárbara Loden. Porque una y otra vez se ha subrayado la comunión entre la actriz y el personaje; la misma Loden expuso las coincidencias entre su vida y la de Wanda ("He pasado toda mi vida como si fuera una autista", dijo en una entrevista). Pero esa identificación es también la distancia del doble fantasma: aquello que uno hubiera podido ser y que, agazapado, silencioso, aún acecha en sombras. Entonces, Nathalie Léger da un paso más y plantea que Loden, en la película, "representa más que un simple papel, no actúa de sí misma sino de una proyección de sí misma en otra, representada por ella pero basada en otra mujer". Y a esta altura surge el siguiente interrogante: ¿Qué es lo que atrae a la propia Léger de Loden/Wanda?
Porque Sobre Bárbara Loden alterna la descripción minuciosa de escenas de la película, el encuentro con informantes dudosos (una ex-estrella del beisbol que leyó a Proust para escribir su propia biografía), el diálogo con otros autores (Sebald, Beckett, Plath, Duras, Dickinson, Godard), visitas guiadas a las locaciones donde se filmó la película, y esquirlas de su relación con los hombres; y mezcla estrategias documentales con artilugios ficcionales para desarticular la aséptica ilusión biográfica. Así, Nathalie Léger replica el método de "usar la vida de otra mujer como modelo" para rellenar (nunca completamente) los vacíos de su propia historia. Y en este sentido, la fascinación de Loden por Wanda es similar a la experimentada por Léger respecto a Loden. El autorretrato en el espejo deviene, así, en un juego de espejos multiplicados.
Y de todas maneras, sigue habiendo algo opaco, inasible, en Wanda. El mayor mérito de Sobre Bárbara Loden consiste menos en explicar el enigma que en propagarlo. Ese soplo indefinible que hay Wanda parece estar emparentado con una disponibilidad que hace de cualquier dirección un camino posible. Es cierto que puede ser cándida, pero de ninguna manera dócil. Y esa total aceptación va a la par de un errar inmotivado; incluso la posibilidad del robo es un recorrido más de su errancia: ni una transgresión ni un acto afirmativo. Un detalle elocuente es que Wanda siempre está desfasada respecto al centro del plano general ─el movimiento de la cámara, señaló Bérénice Reynaud, duplica su propio andar vacilante─, como si su presencia estuviera al borde de disiparse. No hay una toma de posición de su parte, y esto es lo que erróneamente se ha interpretado como pasividad o, también, como resistencia a las normas y valores imperantes. Nada de esto presente en Wanda, en quien es notable, además, la ausencia de una dimensión dramática ante los sucesos vividos. No es que trace un recorrido circular en la búsqueda de algo inalcanzable; en cierto modo, es como si no hubiera un horizonte de significaciones organizados alrededor de una unidad de medida posible. Por eso, lo que único que le queda es recorrer indefinidamente cada camino que se le presenta. Wanda, en este sentido, es la versión en negativo de la Odisea. Sin lugar de pertenencia, no hay adonde volver.
4 de agosto, 2021
Sobre Bárbara Loden
Nathalie Léger
Traducción de Nathalie Greff-Santamaria y Horacio Maez
Chai Editora, 2021
104 págs.