Poco más de dos semanas antes de su muerte, en 1768, se publica Viaje sentimental por Francia e Italia, truculento diario de viaje con el que Laurence Sterne pretendía emparchar los excesos cometidos en sucolosal Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy. Las digresiones interminables, el uso libérrimo de aspectos gráficos y, no en menor medida, el humor corrosivo, la desfachatez impúdica quedaban a un lado para hacer lugar a las andanzas del discreto párroco Yorick, personaje salido de las entrañas del Tristam Shandy y también nom de plume shakespereano con el que Sterne rubricaba cartas y sermones.
En parte, por las críticas –que las carcajadas ayudaron a mitigar– de quienes consideraban un escándalo el hecho de que semejante libro (Vida y opiniones...) fuera obra de un clérigo; en parte, por haber conocido el amor de una musa desposada (Eliza Draper, con quien mantuvo una extensa correspondencia), lo cierto es que un cambio sin duda se produjo en Sterne entre un libro y otro: decidió probar, en palabras de Virginia Woolf, “no sólo el brillo de su ingenio sino la profundidad de su sensibilidad”.
Compuesto por una serie de viñetas a partir del material proporcionado por la segunda visita del autor a Europa, Viaje sentimental... práctica una cirugía a corazón abierto en el género, común en sus días, del diario de viaje. Ninguna catedral, ningún paisaje merecen la atención del viajero, que se contenta apenas con glosar sus vicisitudes menores: los encuentros con un puñado de personajes variopintos, algún nimio contratiempo y, sobre todo, sus galantes escarceos amorosos. Yorick, que en el Tristam Shandy se lo describía como una “criatura tan mercurial y sublimada en su composición –como heteróclita en todas sus declinaciones”, es particularmente susceptible al encanto femenino, pero no poca parte de los episodios ocurre en sus pensamientos.
Este hasta entonces inédito cambio en el punto de vista –del exterior al interior– redunda en otorgar primacía a la coloratura que el viajero imprime a los acontecimientos, con independencia del lugar en el que transcurren, ya que muchas veces estos operan de subterfugio de la reflexión. Como dice Sterne: “Si el relato de estas aventuras –que otro pudiera hacer mejor– no resulta de provecho, ¿qué importa? Al menos será un ensayo sobre la naturaleza humana”.
Por eso recomienda Sterne que, en caso de no contar el viajero con un séquito que permita moverse con todos los bártulos y pertrechos a cuestas, mejor es encerrarse en un gabinete y observar por la ventana. Así, la primera muestra que obtiene él de París no es propia de la postal unánime del turista sino una visión personal: “Me acerqué a la ventana sin reparar en que mi negra casaca estaba llena de polvo, y a través de la vidriera me pareció ver una abigarrada multitud amarilla, azul, verde, que se apresuraba en pos del placer: los viejos con las lanzas rotas y cascos que habían perdido la visera; los jóvenes, con brillantes armaduras doradas, armados con todos los ricos plumajes que da el Oriente, todos acudían a justar como caballeros de antaño, atraídos pal torneo por el ansia del amor y fama”. Es la mirada de aquel que ve formas y colores donde otros el comercio de la vida cotidiana.
Sterne es un guía turístico taimado; cita prolijamente cada lugar por el que pasa, pero el pasaje que muestra es el de su propia sensibilidad. Y, fiel a sus mañas, se las arregla para entreverar un prefacio a mitad de camino o interrumpir la relación a fin de ofrecer piezas con derecho a la autonomía. Es el tributo a su admirado Cervantes que asoma entre páginas y páginas de levedad e ingenio.
4 de diciembre, 2024
Viaje sentimental por Francia e Italia
Laurence Sterne
Prólogo de Edgardo Cozarinsky
Traducción de Alfonso Reyes
UNSAM EDITA, 2024
158 págs.