Malone muere es antes que nada el relato de una inminente disolución. Beckett lo anuncia en el título y lo reafirma en el comienzo, con una economía y una eficacia lapidarias. Lo primero que dice Malone, sus primeras palabras, son: "A pesar de todo pronto estaré completamente muerto al fin". El dato central, que refiere a la inminencia del final, está cercado a ambos lados por alusiones enigmáticas. ¿A qué se refiere Malone cuando dice "A pesar de todo"? ¿Qué es eso pese a lo cual su muerte va a ocurrir? Del otro lado, además, la frase se cierra con un resonante "al fin", como si acaso Malone estuviese esperando su muerte desde siempre. Pero, ¿Malone realmente ansía morir? Considerando lo que dice un par de oraciones más adelante, es imposible saberlo con certeza: "Moriría hoy mismo si quisiera, bastaría con hacer un pequeño esfuerzo, si pudiera querer, si pudiera esforzarme. Pero lo mismo da dejarme morir, sin apurar las cosas". Ya de entrada el texto muestra sus cartas, poniendo de manifiesto su carácter elíptico y su ostensible ambivalencia. Como es habitual, Beckett opera desestabilizando el relato, generando más enigmas que certezas.
La voz que narra ocupa un lugar central, tanto que se podría decir que es la protagonista excluyente de esta novela. Se trata de una voz singular, sustentada en una subjetividad devaluada, digamos que en estado ruinoso. Malone está desnudo, postrado en una cama, en una habitación que no sabe dónde se encuentra y a la que no sabe cómo llegó. Apenas si puede moverse, no puede hablar, oye poco y nada, y su memoria es un páramo poblado de alucinaciones. Su cuerpo inerte se ha ido apagando de a poco, acaso fagocitado por el virus de la palabra, que lo ha colonizado y, muy lentamente, lo ha ido consumiendo, hasta lograr convertirlo en un sostén sin voluntad. Lo único que persiste, entonces, es su pulsión por la escritura, y eso precisamente es lo que "hace": escribir en un más allá de sí mismo.
En tanto la muerte es inminente, sólo le resta esperar. Necesita entonces matar el tiempo, o mejor dicho matar el tiempo muerto. La fórmula, invención del escritor y dramaturgo Juan Santilli, le cabe a Malone como anillo al dedo. Su subjetividad casi extinta habita un tiempo sin forma que parece haberse extinguido. En el compás de espera, entonces, mata el tiempo muerto contando (contándose) historias. Se centra en particular en ciertos pasajes de la vida de Sapo, un joven recluido en un ensimismamiento sin fisuras, en el que acaso se cifre su pasado. "Me pregunto si no estaré hablando de mí todavía, a pesar de mis precauciones. ¿Seré incapaz hasta el final de mentir sobre otra cosa?", dice, aludiendo a esa posibilidad. Como sea, Malone y el joven Sapo son figuras análogas, que se van desplegando a lo largo de la novela en una trama de equivalencias. Ambos parecieran estar fuera del mundo, mirándolo como mira Malone el pedacito de cielo que se recorta en su ventana. Promediando la novela, Sapo reaparece siendo adulto y rebautizado como Macmann, protagonizando una serie de escenas que reafirman su carácter autómata. En la deriva de su creciente disipación, acaba recalando en un asilo, al que ni siquiera sabe cómo fue a parar. "No te preocupes por nada, de aquí en más nosotros pensaremos y actuaremos por ti", le dicen en el asilo, explicitándole que su vida ya no le pertenece.
Además de contar (contarse) historias, Malone se propone hacer un inventario que dé cuenta de sus pertenencias, acaso con el oscuro propósito de hacer un balance a última hora. Trata de atenerse a estas consignas, y en parte lo logra, pero la voz que comanda hace que permanentemente vacile, desviando sus intenciones. "No, no puedo", dice de repente, interrumpiendo el relato y dando lugar a permanentes digresiones, que incluyen graciosas interjecciones de descontento: "Qué falso suena todo esto", "Qué aburrimiento", "Qué porquería".
¿Cuál es, cómo es el monólogo de alguien que sabe que su muerte es inminente? Atenuada la subjetividad que la sostiene, la lengua se libera de tener que funcionar en la órbita de los propósitos y se entrega a proliferar sin control, dando lugar a asociaciones inesperadas, retazos de reflexiones, fabulaciones, evocaciones, pasos de comedia y demás juegos retóricos, todo fluyendo a través de un aceitado mecanismo de derivaciones en el que lo único que permanece constante es la voz que lo articula. ¿Es Malone quien produce esta voz, tal como lo indica su carácter de narrador, o acaso es la voz quien produce y sostiene a Malone? Beckett ejecuta en esta novela (al igual que en las otras dos de la trilogía) una inversión radical: el lenguaje deja de ser, tal como postula Burroughs, un virus alojado en un cuerpo, y pasa a ser el portador de un cuerpo menguante, que a cada palabra pareciera irse extinguiendo. A medida que la voz se articula, el cuerpo que supuestamente la sostiene se va desarticulando, en un juego de compensaciones cuidadosamente calibrado. Esta dialéctica se hace explícita sobre el final de la novela, cuando la desposesión de Malone es casi absoluta. La mujer que habitualmente le trae la sopa ya no aparece y ni siquiera le vacían la chata, lo que lo deja desprovisto incluso de las funciones primarias. ¿Cómo es entonces que sigue escribiendo? "Mientras tanto ya nada es mío...", dice, y agrega: "salvo mi cuaderno, mi mina y el lápiz francés."
Malone escribe desde el confín más ruinoso de su existencia, desde la certeza palpable de su inexistencia, desposeído de todo, inmóvil, sordo, en fin, habitando un cuerpo que ya no le pertenece. Poco importa si lo que enuncia es cierto. Lo que importa es que sus palabras, digan lo que digan, resultan verdaderas. Verdaderas incluso más allá de la verdad. Dijo Beckett: "Cuando era joven buscaba consuelo en la idea de que de la mente en ruinas saldrían al fin las palabras verdaderas. A esta ilusión sigo aferrándome". Malone muerematerializa de manera ejemplar el programa implícito en estas palabras.
Por último, cabe señalar que este libro comporta de manera simultánea dos instancias de lectura. Se lo puede abordar de manera autónoma, y desde luego se sostiene como tal, pero a la vez es una parte, la segunda, de una trilogía que bien puede ser considerada una obra integral. Molloy, Malone muerte y El innombrable participan de un mismo movimiento, son estadios de un mismo proceso que articula de manera gradual la creciente descomposición de la subjetividad. Molloyescenifica una presencia menguante, Malone muereuna inminente disolución, y por último El innombrable,una inexistencia. En contrapartida a esta disipación del sujeto, va ganando cuerpo y autonomía la voz narrativa, hasta finalmente convertirse, en El innombrable, en protagonista excluyente. A través de este proceso en tres momentos, Beckett postula que en última instancia el único cuerpo de la literatura es la voz que se expresa en la palabra escrita. Tematizándolo a la vez que ejecutándolo en la escritura, nos dice que, para bien o para mal, todo se juega en el lenguaje, y que por lo tanto no conviene entorpecer su flujo con propósitos e imposiciones. Propone, en definitiva, y este es su aporte radical, un nuevo modo de concebir la escritura, que corre del centro al sujeto para poder liberar la potencia del lenguaje. Una escritura que, tal como la ejecuta en esta trilogía, pareciera ir surgiendo del propio texto, como si se generase a sí misma. Una escritura, en fin, emancipada, que evita ser la expresión de un sujeto, que no emana de él ni lo representa, sino que, en todo caso, es aquello capaz de generar la palabra a través de su presencia ausente.
La reciente publicación de las tres novelas a cargo de Ediciones Godot pone a disposición de los lectores locales la posibilidad de abordar esta trilogía en forma integral, unificada por el registro preciso de la notable traducción de Matías Battistón. Esta feliz circunstancia supone todo un acontecimiento. Malone muereen particular, y la trilogía en general, ofrecen experiencias de lectura que están entre las más singulares, intensas y sustanciosas a la que puede confrontarse un lector.
2 de septiembre, 2020
Malone muere
Samuel Beckett
Traducción de Matías Battistón
Godot, 2020
128 págs.